La vida es bastante corta para desperdiciarla. Esta hecha de instantes oscuros, instantes luminosos e instantes monótonos. Dentro de los oscuros tenemos el dolor por enfermedad, pérdida de seres queridos, desempleo, fracasos. Dentro de los luminosos, salud, amor, logros, metas alcanzadas. Dentro de los monótonos, rutina de estudios, trabajo, horarios y ejercicios de formación. En este contraste está el sabor de la interesante aventura de nuestra existencia terrena que colma la cortedad.
Cualquier trabajo, por creativo que sea y provoque entusiasmo en su ejecutor, tiene su tiempo de repetición y fastidio. Que lo digan los artistas: dar el color de fondo a un cuadro, cincelar el bloque de mármol hasta “encontrar” la figura, largos períodos de repetición de notas educando la voz, de ejercicios en la barra de los bailarines. En otras disciplinas: calentamiento de músculos del deportista, ensayo y error del científico, del escritor, del poeta.
Me centro en la monotonía porque es de lo que más se queja la gente común y corriente, que ve el trabajo como una carga y la vida carente de sentido. Recuerdo la película de Charles Chaplin Tiempos modernos: él interpretaba el obrero de un fábrica cuyo trabajo era apretar tuercas en toda la jornada; cuando al final de ésta el pobre tipo salía a la calle, cualquier hilera de protuberancias que se le presentara a la vista, como la abotonadura de un traje, iba enajenado a apretarla con su alicate, para espanto de la víctima. Ese film era una deliciosa crítica a la masificación del trabajo industrial.
En el aeropuerto de Maiquetía un vendedor de lotería, muy orondo, tenía un slogan para promover su mercancía: ¡Si con el trabajo se progresara ya los burros fueran ministros! Pues, mira amigo, tu frase desacreditadora del trabajo, durante los últimos 20 años ha sido constante y ampliamente desmentida: ¡llegaron! Y lo peor es que sin trabajo. Mas bien por ineficacia: sutil e intencionada arma de un régimen para destruir.
Hoy, este equivocado enfoque del trabajo provocado por una visión intrascendente del mismo, sin metas espirituales, puede afectarnos en todas las manifestaciones vitales, confinados como estamos en un solo espacio, muchos veces demasiado pequeño, sin compañía o con la de los mismos rostros; sin actividad, entonces nos agobia la monotonía.
¿Por qué no le sacamos jugo a ésta? ¿Qué es el Bolero de Ravel sino una monótona repetición de una corta melodía? ¡Ah, pero el toque genial del compositor fue poner ésta in crescendo y creó una obra maestra! ¿Qué es la conocida aria del barítono en La Traviata de Verdi, Di Provenza il mar, il soul sino la simple insistencia y reinversión de una dulce frase musical?
Eso en el campo de la música, pero tenemos en la pintura, la escultura, la arquitectura, la orfebrería, la talla artesanal, esa greca que es generalmente una figura geométrica repetida como eslabones de una cadena, cuyo resultado final es sencillamente arte.
¿Qué es el rezo del rosario, que ha ganado batallas y superado crisis, sino el monótono repetir de las avemarías? Un mínimo de 50 veces, si rezamos una parte de las cuatro que son el rosario completo, más las añadidas. Y sin embargo, son los acordes de acompañamiento a la profunda melodía de contemplación de los misterios que nos cuentan la vida de Cristo. Para los creyentes y la enseñanza papal, el santo rosario es la más eficaz y fructífera de las devociones.
No nos agobie la monotonía de estos días y noches iguales. Pongamos el empeño en convertirla en arte, sea canción, poesía, cadena, collar u oración.
Arte: grande capolavoro de saber vivir en la adversidad.
Alicia Álamo Bartolomé