A Rino

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Del nicho donde la intensa fragua diaria se cumplía siempre bajo el norte de lo mejor se ha escapado un alma, Rinolfo Quintero, un ser inquebrantable en su granítica forma de ser y estar…

Esas fueron las líneas de reacción inmediata ante la muerte de Rino. Esas líneas encabezaban en ese momento, apenas ayer, un breve escrito dirigido a ese batallón de periodistas, vecinos y amigos hartamente solidarios que unos pocos días antes nuclearon acciones en torno al “maracucho” como solía llamarlo el pelotero Luis Sojo en los días de intercambio solidario y obligado por la temporada en el béisbol profesional de Venezuela.

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La conjunción de fuerzas y la batalla interna que libró Rinolfo, quedaron en suspenso la noche del domingo. Su corazón, también notablemente sacudido no aguantó más, se detuvo, cambió de rumbo en la búsqueda de otra morada, ese lecho impostergable en la vida de todos, solo que el “maracucho”, bullicioso, pero noble hasta estadios catatónicos se adelantó con apenas 46 años de edad.

Rinolfo había cimentado su quehacer periodístico en coordenadas, querencias zulianas. Más adelante, con currículo abonado por experiencias y galardones en esas tierras, incursiona en la geografía larense donde se da a conocer en las páginas deportivas de El Informador.

En el trajinar diario previo a una temporada del béisbol, con lo mejor de su repertorio hizo gala de la amistad con Luis Sojo y en las páginas del periódico al cual prestaba sus servicios dejó un “tablazo periodístico”, era la reseña sobre el arribo del pelotero, mientras en la redacción deportiva de El Impulso quedábamos de bruces. Fue la manera de conocer de él.

A los pocos días, ese “ese joven prospecto” del periodismo zuliano, con paso firme en el diario Panorama de Maracaibo y que echaba raíces en suelo larense cerraba filas en el decano de la prensa nacional, encargado de seguir las huellas del béisbol en todas sus dimensiones, desde los semillita hasta la revisión diaria de la lista de venezolanos en la gran carpa. Era, como siempre lo que decíamos en la redacción deportiva “comer bombillos” en procura de la buena actuación de la legión de criollos. Era también el toma y dame sin cuartel en los principales diarios del país.

… Porque en líneas cortas, muchas veces, todas las que él quisiera, en ese caluroso nido, con su estridente, desentonado canto y expresiones dignas del mejor talante maracucho…

A la par, Rinolfo, en posesión de su cucurucho en uno de los rincones del segundo piso, sin desmayo, casi a diario rompía el silencio sibilino que como magia protectora envuelve a los generadores de noticias de otras épocas y de contenidos en tiempos actuales. El hecho estaba marcado en que con voz bullanguera, destemplada tal vez, a capella y sin sordina, con la letra de cualquier tema de Juan Gabriel o Rocío Dúrcal, entre otros, marcaba el paso. No había coros, ni luces, pero sí una salva de aplausos después del final. Era la nota alegre, la forma jacarandosa de hacer vivible los tiempos en una redacción, sin olvido que solía también el oriundo del Zulia soltar frases marcadas con la excentricidad y locuacidad tan propia de los maracuchos. Había eco, un ligero murmullo y luego las carcajadas de rigor para, muchas veces, casi todas, el remate con un cafecito que él mismo se había encargado de filtrar minutos antes.

En ese diario compartir de vivencias, el maracucho aprendió a surcar los mares de otra manera. Ya no era solamente la redacción de notas, los trabajos especiales, aquellos ediciones especiales de Suplementos de penetración infinita en el cotarro deportivo de los larenses, sino que poco a poco llegó hasta el puente de mando, donde aprendimos en forma alterna juntos a llevar el timón, tarea que no tiene rangos académicos, pero sí un peso específico en el día a día, porque se trata de la valoración, con tamiz imprescindible del hecho noticioso para darlo a conocer en sentido piramidal, orden de importancia al lector.

A su rueda, un poco más atrás, con una media luz como distancia, en argot netamente pedalero, venía Carlos Méndez, quien a la postre lo sucede los fines de semana porque Rino tenía en sus manos la oferta de conducir el departamento de fotografía, modalidad en la dio sus primeros pasos en el periodismo y que no quiso abandonar nunca porque sus conocimientos, sin envidias,  los llevó hasta los alumnos de las universidades Fermín Toro y Yacambú.

En ese tráfago, Rinolfo Quintero conoció amores, formó hogar, del que nacieron Reyjavik y Alma, quienes hoy no solamente lamentan la ausencia del padre, sino que también tristemente están ausentes de la geografía nacional al formar parte de esa diáspora de venezolanos acuñada en diferentes partes del mundo. 

Quiso el destino, un poco más adelante, que Rino pretendiera otras cosas y de la noche a la mañana dejara de pernotar junto a nosotros, pero ya había huella, esa que se renueva hoy con el lamentable hecho, el cual Joel Casanova refiere en las siguientes líneas: Rino era un hombre muy organizado, puro, honesto y con un carisma nato de zuliano en piedra…

Francisco Vega, quien durante muchos años compartió la última fila de la redacción deportiva al suceder a Casanova, también fue elocuente con sus palabras: … Le pido a Dios que reciba a quien fue mi profesor, mi compañero de pasillo, mi coordinador y –sobre todo- mi buen amigo, en su santa gloria.

En esta corta, breve semblanza, a grandes trazos hemos querido reflejar solo un arista de la vida de un ser,  de un profesional,  pero mejor de un compañero que no conocía rencores, entregado a su profesión y hogar, pleno de bondad, humildad rayana en líneas inexpresivas porque en muchas ocasiones, en la redacción deportiva, en silencio, fue capaz de soportar la tortura que produce el hambre, al igual como lo fue recientemente, cuando no tenía el soporte económico necesario para tener a su mano las medicinas que tal vez lo hubiesen alejado de la muerte.

Ya en la parte final de esta nota elaborada sobre la marcha, pero marcada por un dejo de tristeza y agudo dolor, en letras cursivas, solo queda por completar el mensaje inicial con rango de matutino… Arrancaba aplausos, ovaciones que en este momento se unen en plegarias, oraciones de rigor para su descanso eterno. Eso dichos, esas melodías serán desde ahora el espíritu, el pan de la vida para sus hijos Reyjavik y Alma, quienes junto a su madre lo recordarán como extraordinario padre y esposo.

También, para todo ese tropel de periodistas, vecinos y amigos, “El gran equipo ha perdido a una de sus fichas, pero desde los equidistantes puntos desde donde estamos, la fragua de la vida mantiene su intensidad. A luchar”.

Frank Depablos Useche

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