#OPINIÓN Por la puerta del Sol (68): Última parte de Lecturas reflexivas #2May

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«El deber de los escritores no es conservar el lenguaje, sino abrirle campo a la historia»

Gabriel García Márquez

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El impacto de las crisis ocasionadas por las injusticias y erradas políticas pesó hondo en el corazón y la mente de avezados escritores, cuyas razones llevaron a los colombianos Germán Castro Caycedo y Gabriel García Márquez a realizar sus magníficas obras.

La literatura colombiana nace en la crónica española, literatura colmada hoy de escritores elocuentes y amantes de la tradición, todos ellos dispuestos a no dejar perder en el olvido hechos y personajes que perviven en sus libros.

Ha sido este el tronco cuya expresión eficaz de inculcar en el estudiante formalidad y conciencia para que la base de su cultura sea solida desde los primeros pasos de su instrucción, lo que ha dado a luz a brillantes plumas en un arsenal riquísimo de sucesos, un océano de prosa rimada en el que de tiempo en tiempo emergen islotes de alto y vigoroso calibre, tanto en la narrativa como en los renglones de la poesía que sabe interpretar con fluidez y suave galope el sentimiento del hombre que no se amilana ni se detiene cuando escribe, por cualquier irregularidad, norma o ausencia de la rima.

Gracias al dominio de la historia y a su singular estilo García Márquez supo descifrar y plasmar el sentimiento de los pueblos abandonados, historias que lo han enaltecido como uno de los grandes de la riqueza literaria del pasado y del presente, cuya obra «Cien años de soledad» llevada a 34 idiomas le otorgó el honor de recibir el premio Nobel de Literatura 1982.

En sus libros no falta esa especie de endemia llamada violencia, ocasionada por el odio de los partidos, por la codicia y el egoísmo que llegó a nuestro continente con el «Descubrimiento», violencia que se hizo más patética en la época de la República, desde cuyos inicio hasta hoy el odio político ha dejado reguero de muertos en campos, veredas y ciudades.

Pueblos que en un tiempo fueron florecientes y vivieron en paz y unidos pero que al arribar a ellos los politiqueros, los oportunistas y los tiranos, pronto convirtieron en tierra de odios y de enemistades, en los que el más fiel amigo terminó odiando a su amigo y vecino traicionandolo.

A Macondo lo cambio la política, allí afilaron sus garras los más inescrupulosos y codiciosos políticos. También Aureliano Buendía se empantano hasta el alma. Pero como a todo le llega su final «La embriaguez del poder empezó a descomponersele en ráfagas de desazón. Extraviado en la soledad de su inmenso poder empezó a perder el rumbo» (G. M.)

En aquella región todos luchaban por algo, Aureliano luchaba solo por el poder. Desconfiaba hasta de la propia sombra. Fue muy cruel con todos, no le temblaba el pulso para quitarse un enemigo de encima.

Cien años de soledad es un libro de tan elevados quilates, en el que se aprecia un camino iluminado por la inspiración y estilo personal de un escritor que sabe llevar el lector a recorrer y disfrutar el hechizo del paisaje, el abrasador sol costeño, los dichos, los miedos, las leyendas, los refranes, los hechos, los inventos, los mitos, las necesidades y profundidades del corazón y creencias, narrativa que brilla sola y cuya ejecución no tiene igual.

García Márquez supo enaltecer la riqueza literaria del pasado y del presente. Enseñó al mundo la expresión de una raza con material inédito y el inconfundible talento de un hijo de la patria colombiana.

Obra grande que solo la pluma de un veterano como el, en el arte de la narración podía relatar con capacidad y maestría, porque dio vida a los personajes de épocas pretéritas y apagadas, con el relato y dominio de las letras desde su gran imaginación y visión de genio que atrajo la atención del mundo.

Ganó un puesto en la cúspide de la literatura mundial y una eternidad para su nombre y su obra magna.

Porque como en cada pedazo de esta lectura fascinante «Las estirpes condenadas a Cien años de soledad» no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.

Amanda Niño de Victoria

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