#OPINIÓN Gran Venezolano #2May

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En este tiempo venezolano de agudos problemas sociales y cuando la producción de alimentos y en general la vida en el campo muestra un panorama tan dramático, es oportuno recordar con reconocimiento agradecido la obra de grandes compatriotas como Víctor Manuel Giménez Landínez en el centenario de su nacimiento. Su vida es testimonio de lo mucho que la voluntad y la inteligencia deben y pueden hacer, aún en medio de las más exigentes dificultades.

Nació el 1 de abril de 1920 en Urachiche, en el verdísimo valle del Yaracuy, tierra bendecida por el agua que riega la fertilidad de su suelo. Abogado por la UCV donde funda los estudios de Derecho Agrario y dicta clases por veinte años. Profesor también en UCAB y en las universidades de Roma, Florencia y Varsovia. Presidente del Instituto Agrario Nacional y del Central Río Turbio en el primer gobierno de Rafael Caldera, de quien fue amigo leal y del Fondo de Crédito Agropecuario con Luis Herrera Campíns, su compañero y admirador. Había sido Embajador en Italia y luego experto en la FAO, Director del Programa de Desarrollo Agrícola y Reforma Agraria de la OEA y miembro del Instituto de Derecho Agrario Internacional Comparado en Florencia. Uno en el grupo de jóvenes que desde UNE se atreve a nadar contra la corriente, como tal, actor en la fundación de esa iniciativa valiente e innovadora de la política que fue el Partido Socialcristiano COPEI, cuya actualidad que en lo personal me duele, no debe confundirnos con relación a su valor histórico y a la importancia pedagógica que en aciertos y errores su experiencia tiene para nuestro país.

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Pero sin duda, la gestión más útil de Giménez Landínez al servicio de los venezolanos es como Ministro de Agricultura y Cría en el gobierno de coalición democrática presidido por Rómulo Betancourt entre 1959 y 1963. Es el timonel de la Reforma Agraria, aprobada por el Congreso, promulgada en el Campo de Carabobo el 5 de marzo de 1960. La concibe como un proceso integral que junto a la redistribución de la tierra, debe incluir asistencia técnica, acceso al crédito, modernos sistemas de cultivo y educación y capacitación al campesino, con el horizonte de una prosperidad agropecuaria justa que promueva la creación de una gran clase media rural. ¿Logros? Casi ochenta mil familias asentadas y crecimiento del PIB agrícola mayor que el nacional y superior al de la década precedente. El resto es historia para evaluar y aprender.

En Venezuela se puede.

Ramón Guillermo Aveledo

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