En días recientes un viejo “prócer” de la política criolla – asiduo proponente de una intervención militar externa – señaló que el Secretario Michael Pompeo “debe estar mal informado” sobre la verdadera naturaleza del régimen usurpador, porque Pompeo propuso una salida negociada y compartida al drama venezolano.
La ingenuidad del comentario revela las limitaciones intelectuales de quienes comparten con el cogollo de la dictadura una muy primitiva – pero prepotente – ignorancia sobre la historia y el mundo. Y la misma presuntuosa ilusión sobre la prioridad que Venezuela representa para la comunidad internacional.
Quienes conocieron bahía de Cochinos y la posterior negociación entre EE. UU. y la URSS para salir de la crisis de los misiles de 1962 a costa de la libertad de Cuba, tienen bien claro que cuando se coloca el destino de una nación en manos de terceros privarán siempre los intereses de los otros países sobre los de los asistidos.
Una cosa es promover eficazmente presiones y sanciones – imprescindibles más no suficientes – para la disolución de un régimen despótico y abusivo; y otra muy diferente es alimentar cándidas esperanzas sobre la eventualidad de una intervención directa externa que resuelva problemas que aquí mismo se generaron.
La comunidad internacional ha dicho hasta la saciedad y en todos los idiomas posibles que la solución eventual del problema está en manos de los propios venezolanos, y ha comprometido su apoyo hasta que se produzca una salida a la pesadilla que vivimos de la manera más incruenta posible, a través de elecciones generales, justas y transparentes. Hasta allí – matices más o menos – llega ese compromiso.
Por eso produce algún rubor y pena ajena escuchar una súplica de auxilio en boca de hombres hechos y derechos. En la comunidad internacional más de uno recordará el famoso decir de la madre de Boabdil: “No llores como mujer lo que no supiste defender como hombre”. Aunque muchos piadosamente no lo expresen.
Con el colapso de todas sus fuentes económicas – incluso el narcotráfico – el régimen está en las últimas en todos los frentes. El único recurso que le queda es la fuerza bruta.
Pero se trata de una fuerza fundamentalmente inútil – probadamente incapaz de resolver los problemas políticos, económicos y sociales de una nación devastada por apenas un puñado de forajidos.
Solo falta que un segmento decisivo de esa misma fuerza que hoy constituye el único sostén de la locura reconozca la impotencia del régimen para afrontar la creciente hecatombe y de una vez decida: Hasta aquí nos trajo el río.
Antonio A. Herrera-Vaillant