Wolfgang J. Goethe
«Fausto mi querido Fausto, tu fecha de oro fue luego tú triste sombra. Saciaste tus apetitos, vendiste tu alma. Solo tú te animaste a traicionar tu alma»
(Goethe)
Cuando leemos el Fausto, comprendemos que las grandes frustraciones religiosas son la causa principal por las que el ser humano no descansa en la búsqueda de hallar conocimientos, poder, satisfacción y felicidad, comprender a Dios y también las paradojas de la vida.
El genio de Goethe consistió en que siempre su reflexión fue profunda en cuanto al hombre y su destino. En cada una de sus obras encontramos pedazos sueltos de su propia personalidad. Su reflexión extendió hasta la naturaleza. Sus creaciones invitan a soñar y a la vez a fijarnos en sus sutilezas.
En el «Fausto» radica la verdadera epopeya del hombre moderno, pues lo simboliza en su afán desmesurado de saberlo todo y de poderlo todo, aún en contra de su felicidad y de su alma. Fausto es la más célebre de las obras de Goethe, obra en la que invirtió su larga vida y vasta inteligencia.
El doctor Fausto estudió todas las ciencias sin lograr que su espíritu ávido encontrara en ellas reposo, el tedio, descontento e inconformidad lo corroían por dentro.
Cuando estaba a punto de suicidarse con la copa de veneno en sus manos, en ese momento se echaban al aire las campanas de la torre anunciando la Resurrección de Cristo, campanas que lo detuvieron vencido por el remordimiento y por los recuerdos de los niños de su época que con él corrían alrededor de la fuente de la iglesia compitiendo unos con otros al que más vueltas diera a la fuente hasta que dejaran de sonar las campanas.
Es justo en este momento en el que se le aparece el diablo bajo el nombre de Mefistofeles, prometiéndole felicidad a cambio de su alma.
Fausto se embriaga y sumerge entre goces físicos y materiales.
A pesar de haber gozado de todos los placeres y excesos libidinosos siente que esto no era lo que buscaba para ser feliz.
En su inmortal obra Fausto da vía libre a sus aguas para que fluyan, corran y se deslicen libremente.
(Goethe nunca dejó de estar pendiente de la dirección de la linfa y esencia vital de cada una de sus obras).
¿Quién no ha leído su libro «Werther» cuya lectura deja en el alma la sensación indeleble de dulce añoranza? En esta obra plasmó Goethe toda su rabia, toda su amargura, todas sus pasiones y todas sus hieles. Werther es la voz de los juegos lúdicos, del desaliento del corazón, mientras que su obra máxima «Fausto» es la voz del desencanto de la razón.
En esta obra logró Goethe anular los límites morales para hundirse en la insensibilidad. Cómo innovador rompió toda clase de trabas, se fue con su pluma por donde quiso, despreció la tradición, se negó a sujetarse a las normas y lineamientos de otros escritores, dejándose llevar por su propia inspiración. Así obtuvo su estilo propio, lo que lo llevó a ser uno de los más grande de la Literatura universal.
Fausto conoció la región de las sombras. Después de mil sueños fantásticos, detenido en el desenlace, Goethe supone que después de haber hecho tanto daño para lograr sus deseos, después de haber casi acabado con su alma y nobles sentimientos, supuso que la misericordia de Dios le otorgaría el perdón.
La indiferencia marmórea con que contempla el bien y el mal sin inmutarse carece del calor y de la vida que saben despertar en el alma los poetas humanos.
Sus deseos febriles lo llevaron a su quiebra moral. Fausto se paseó por los siete pecados capitales de soberbia, avaricia, lujuria, irá, gula, envidia y pereza.
A medida que avanzaba en sus logros materiales y libidinosos, dentro algo le espoleaba el alma. Olvidó las virtudes que lo habían llevado a Dios y por sus ambiciones desenfrenadas y bajos deseos pasó por la desgracia de perderlo todo. Quiso enmendar sus errores y no lo logró, Fausto osciló entre sus excesos mundanos y el arrepentimiento.
Mientras el hombre no se encuentre a si mismo, nada encontrará. Aunque tropiece mil veces no aprenderá la lección, situación que lo llevará a seguir en su búsqueda de la felicidad per secula seculorum…
Continúa próxima semana.
Amanda Niño de Victoria