“Nosotros los pueblos, hemos decidido evitar a las generaciones futuras el horror de la guerra”.
Así comienza la carta de las Naciones Unidas, fundadas con el liderazgo norteamericano en San Francisco, en 1945, al final de la segunda guerra mundial.
Cuatro años antes de ese despacho, en Pearl Harbor, el domingo 7 de diciembre de 1941, Japón atacó por sorpresa la Base Naval de Hawai, que decidió la plena implicación de los Estados Unidos en el combate.
El martes 11 de septiembre de 2001 se produjo un atentado terrorista de proporciones inimaginables dirigido a los símbolos de poder de los Estados de la Unión, en Nueva York y en Washington, 6 décadas después de la hostilidad citada.
Fue la red yihadista Al Qaeda, que mediante el secuestro de aviones comerciales para ser impactados contra diversos objetivos causó la muerte de 3016 personas, incluidos los 19 terroristas, la desaparición de 24 y más de 6 mil heridos.
La espantosa tragedia sacudió al mundo entero, originando la mayor crisis internacional desde la gran guerra.
El sangriento balance de víctimas replanteó aspectos fundamentales de la seguridad a escala internacional y la necesidad de tener en cuenta de nuevo a la humanidad en su conjunto.
Este desequilibrio mental de los autores nos consterna e inspira a contribuir cada uno a fortalecer la solidaridad con todos los habitantes de la tierra.
Todos unidos, sin fisuras, porque hemos sido alcanzados por muchos impactos asesinos, ésta vez con el COVID-19 (acrónimo del inglés coronavirus) enfermedad infecciosa que está diezmando al mundo, a lo cual han señalado a China como la portadora vital de esta masacre.
Según Frank Snowden, profesor emérito de historia de la medicina de la Universidad de Yale, las epidemias son uno de los grandes factores en la historia humana, uno de los que más nos dicen acerca de quiénes somos como seres humanos, en términos de nuestras creencias, prioridades morales y capacidades para actuar colectivamente.
Esa desgracia nos ha dado la oportunidad de saber quiénes somos, de qué estamos hechos y de quienes estamos rodeados.
En estos momentos todos somos iguales, sin restricciones sociales, sin orgullo, sin colores, distingos de raza ni opulencias. ¿De qué nos sirve una lujosa cama si no tenemos sueño? O un rico banquete si no tenemos hambre?
¿Qué pasara en el mundo después del coronavirus? ¿Por qué señalar a China como la autora de este exterminio? Alusión obvia: Sin duda competirá con Estados Unidos por la supremacía mundial en las próximas décadas.
Esta enorme herida debe hacernos recapacitar.
Según la psicóloga italiana Francesca Morelli, tenemos muchas cosas que aprender sobre este fenómeno.
Morelli escribió un artículo para el sitio italiano Vita, en el que sugiere que esta nueva enfermedad que aqueja al mundo entero, es una manera de equilibrar al cosmos. La también investigadora de la Università Cattolica del Sacro Cuore señala que de esta pandemia podemos tomar varias enseñanzas.
1.- Ante las políticas discriminatorias que se han desatado en el mundo, este virus “nos hace experimentar que, en un momento, podemos convertirnos en los discriminados, los segregados, aquellos atrapados en la frontera, quienes portan enfermedades”, independientemente de nuestro color de piel, nuestro origen o nuestra situación económica.
2.- El coronavirus nos obliga a detener nuestra ajetreada vida en la que “todos corremos 14 horas al día, sin saber exactamente para qué”, y reflexionar sobre si todavía sabemos qué hacer con nuestro tiempo que no sea trabajar o tratar de ganar dinero.
3.- La nueva enfermedad nos obliga a “reconstruir la familia”, pues con el cierre de las escuelas es indispensable que los padres retomen el contacto con sus hijos cuando, en general, suelen dejar la crianza en manos de otras personas.
4.- En esta época en que las relaciones virtuales tienen un papel preponderante en la sociedad, el coronavirus nos impide la verdadera cercanía: “que nadie se toque, sin besos, sin abrazos, a distancia, en el frío del no contacto. ¿Cuánto hemos dado por sentado estos gestos y su significado?”
La consejera termina su ensayo con una reflexión muy importante: “Con el cosmos y sus leyes, obviamente, estamos muy endeudados. El virus nos lo está explicando a un alto precio”.
“A los humanos nos tomó millones de años convertirnos en la especie dominante que hoy arriesga su propia supervivencia, si no se detiene el acelerado proceso de destrucción de la naturaleza y de nosotros mismos”, señala Sylvia Ubal, directora de Barómetrointernacional.org, en su escrito “El hombre, depredador de la naturaleza”.
En la mente de los hombres, sin duda, hay que injertar la promoción de la supervivencia humana, la seducción por las cosas bellas.La muerte forma parte de la vida, es el último acto, la conclusión, porque uno empieza a morirse en el mismo momento en que nace, quizás incluso antes, según filosofía del español Víctor Corcoba Herrero,
Diplomado Universitario por la Universidad de Oviedo.
Orlando Peñaloza
