Este tiempo de emergencia sanitaria mundial, con secuelas económicas cuantiosas y todavía incalculables consecuencias políticas y sociales, así como una prueba para la situación institucional y organizativa de las naciones y sus capacidades de reacción, ha significado un reto inusitado para los liderazgos.
Muy comentado en todas partes han sido el discurso a sus compatriotas y las decisiones de gobierno de la canciller alemana Angela Merkel, sin duda una de las grandes estadistas que quedan en el planeta. Nos demuestra una vez más su temple, ya de salida, con el desgaste de una permanencia prolongada en el poder, siempre en una democracia funcional y efectiva y la emergencia de populismos que por su rápida expansión y lo destructivo vienen siendo como el virus de la política. “Tómenselo en serio” dijo a su pueblo y comparó el desafío nacional, no con la exigente reunificación de hace treinta años, sino con la II Guerra Mundial a la cual los llevaron la dictadura nacional socialista y su liderazgo insensato, tras la cual la nación quedó destruida, humillada y dividida. Un desafío –lo caracterizó- “que dependa tanto de nuestra actuación común y solidaria”.
La lucha durará dos años, estimó, y afectará a un elevado porcentaje de la población alemana. Las medidas de aislamiento que hay que acatar, son temporales para ralentizar la extensión del virus y ganar tiempo. Hay que tener paciencia. No gastó un segundo en repartir culpas ni intentar usar la pandemia para atacar rivales políticos, que como todo líder los tiene. Simplemente asume su responsabilidad y toma decisiones procurando promover la “acción común y solidaria”. Lo repito porque ahí está la clave para forjar un liderazgo nacional.
La acción común y solidaria es la respuesta de las sociedades que salen adelante. No es carga que se impone por decreto, es compromiso libre. Y el liderazgo está para promoverlo, comenzando por predicar con el ejemplo de su propia responsabilidad. Aquí, no puedo evitar reseñar lo irritante que nos resulta oír el perifoneo recordando lavarse las manos, cuando el servicio de agua en nuestras casas es de calidad e irregularidad penosas. En Cuaresma, como estamos, es inevitable recordar a Pilatos.
Antes les he comentado las virtudes del liderazgo. Las cualidades que hacen falta. Y con Roberts recordamos la capacidad inspiradora de Churchill, a quien nadie veía sobrehumano, etéreo o en un plano distinto al resto de los mortales. Inspiró porque en difícil y crucial momento de su larga historia logró promover en su pueblo las capacidades y la fuerza para no rendirse y salir adelante.
Aquí, el maestro García Pelayo, delineó las cinco cualidades del saber político práctico: (1) Conciencia de la finalidad, saber qué se quiere; (2) Conciencia de la posibilidad, saber que se puede; (3) Conocimiento de la instrumentalidad, saber qué hacer; (4) Sentido de la oportunidad, saber cuándo hacerlo; y (5) Razonabilidad, saber cómo hay que hacerlo. La insistencia no sobra, como tampoco volver a Weber, quien por considerarlas “decisivamente importantes”, pedía a los líderes responsabilidad y mesura.
Grande en las ideas y el modo de expresarse en nuestra lengua, Azorín aporta características del político, empezando por la fortaleza. Escojo dos para no abusar de la cuarentena con texto demasiado largo. Una es la eubolia, la virtud de ser discreto de lengua y no decir si no lo que hay que decir. La otra es desdén para el elogio. La adulación, versión afectiva de la estafa, miente. No le crea.
Ramón Guillermo Aveledo