#OPINIÓN Memorias del olvido: Olvidé que te olvidé #6Abr

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…Si no quieres perderte en el olvido tan pronto como estés muerto y corrompido,

escribe cosas dignas de leerse, o haz cosas dignas de escribirse…

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Benjamín Franklin

Lo que recuerdo puede no ser exactamente igual, la que recuerdo puede no ser exactamente la misma pero lo que es exactamente así, es que la memoria y los recuerdos de Mamá se han desarmado con el tiempo. Carmen enfermó en el año 2007; rondaba los ochenta años cuando empezó a fallar la memoria. Los galenos la diagnosticaron con déficit cognitivo al que ordinariamente citaban como “demencia senil”. Yo apenas llegaba de un circuito de naufragios de la capital con el país que apostó a desmoronarse.

Olvidar es cruel pero mucho peor es ser el olvido mismo. Mamá inició el peaje disperso de su olvido, cuando la muerte de papá no fue la del esposo de toda la vida, sino la de un tal señor José que registraba pero no recordaba dónde. Tener en cuenta que te vas disipando e integrando desde el extravío para cambiar a polvo que desaparecerá puede hacer que olvidarse sea un templo de sacra reclusión de paz. Pensé que lo sucedido no era grave. Me decía, peor es el Alzheimer pero la carroza del olvido puede ser la muda pena, la historia sin fin.

Así que arribé de Caracas a la isla de Margarita, sin saber qué esperar tras un calor proverbial que escoltaba pájaros negros cortando el telón sideral, que sin ser cuervos, parecían presagiar la inadvertencia, esa senda prieta de la desmemoria, como Mamá, que distraída no recordaba que no recuerda y tampoco recordaba cuándo empezó a olvidar. Hoy todo es una omisión foránea. Un descuido ajeno. Un olvidé que te olvidé como diría la letra de la cantante mexicana Dolores de Colina, quien acaso por miedo a la ambigüedad y el doble sentido, o para que no creyesen que padeció de penosos recuerdos de romances de cerro, cambió su nombre a Lolita de la Colina, siendo su inicial intérprete Olga Guillot, que en Venezuela gozó de gran popularidad por la versión del Grupo folclórico y Experimental Nuevayorquino… (Fuentes dixit)…

El rey sol era más peso de piel que mental, y fue del calorón que recordé. Acalorado y sin deducir lo que afecta, tener madre viva a mis años era, indecible tamaño privilegio. Por eso el recorrido del aeropuerto al apartamento resultó sudorosamente propicio. Hallar a Mamá conservada, hermosa a pesar de todo colmó de satisfacción. No podía ser de otra forma. Carmen Teresa fue la perfecta ama de casa como fue la Ana Teresa Cifuentes en su show televisivo de los años sesenta en RCTV, amén de una madre ejemplar para amar con todo tal como de por vida, hizo con sus hijos. El benjamín es el que raya pero igual soy…cuidador, chef, asistente, asesor, confesor, lacayo, mesero, enfermero, recepcionista, chófer y custodio, sólo salvé por un cabello de ser peluquero, y a falta de fonendoscopio, el internista. Otras categorías de verdugo fueron a retiro por olvido.

Carmen creció en Villa de Cura, un pequeño enclave del Estado Aragua en Venezuela, fundado por un pariente del héroe Simón Bolívar. Desde niña fue escrupulosa y atenta, la seducía baile y coreografías, soñar y esconder sobre el aparador a leer novelas de Corín Tellado que su madre prohibía con severidad pero poco podía enojarla más que ir a lavar platos cuando la abuelita Liliana la mandaba. La abuela parió tres hijas y un varón. Mamá la segunda al medio. Todos de padrón disparejo. Eso lo odió de por vida, y fue lo primero que trató de olvidar y no pudo. Aún con memoria escasa, el resentimiento jugó naipe tanto como el escrúpulo. Ahí inició todo lo esencial para mi madre. Dos cosas de genio y figura. Pero a dios gracia ella sigue sana a sus noventa años aunque se pierda a cada instante, (no tan saludable), en sí misma.

Mamá desplegó de por vida su condición de perfecta ama de casa. Logró con determinación llevar un núcleo operacional contentivo de su capacidad intelectual y organizativa. La funcionalidad de la familia toda, pasaba por su juicio genial y dominante. Papá tenía voz pero no voto, al menos no como el del CNE, nulo para el público y vital para el villano. Su cualidad más notoria era la prudencia. Es decir la sensatez. Prefería atender en su santuario íntimo. Nunca sintió ligar con lo marginal. En su antena social existía orden, limpieza y una aguda creatividad emprendedora.

Si algo tenía Mamá era sostenibilidad. Inventó sus propias normas ISO-Covenin y no había criada que soportase el decálogo higienista autodidacta que constaba de una cantidad de reglas apuntadas a bolígrafo en folios de cuaderno impecablemente escritas y sin errores ortográficos. En la puerta de la nevera colgaba el manuscrito del imán con forma de pez, amarillo y negro. Una “Atención” para la psicología de la doméstica.

Mamá cursó parasicología, una especie de semi ciencia en una Universidad caraqueña que a la postre no fue certificada por autoridades ministeriales o académicas certificadas, pero no se amilanó, por el contrario la sumió en una catarsis de estudios con total dedicación por cinco años. No obstante a la futilidad su esfuerzo contempló una tesis sobre Fobias apuntalada por su hijo mayor. Lo que otorgó un bagaje amplio del tema basado en revisión bibliográfica. Palabras de Charlie, su coraje, su capacidad de interpretar los textos que revisaba y su completo compromiso contrastaban con lo que ahora se congelaba en el aliento, en el frío lado oscuro de la luna, en una penumbra de olvido que hiela todos los recuerdos y los enfría en plena hibernación,

Para quien conoció a Mamá no había ranura por donde hallar debilidad, y menos de las intelectuales, o de su sabiduría y funcionamiento Mamá había sido un dechado de virtudes que al tiempo le dio fama de una mujer total con el toque innovador de la originalidad culinaria y experticia en el hogar al punto de ser buscada por sus contertulios a toda hora. En aquellos días no tan lejanos el sol de la retentiva aún brillaba emancipado.

Hoy para ella, todos los estudios están vacios, variedad de fiascos que pueden las-timarla. Incluso no la convence la librería en el estante de pasillo con una fila de tomos de parapsicología como el de Antón Mesmer y mesmerismo, ensayos de Jon Goicochea y el Libro Azul de metafísica de Conny Méndez entre otros de diversas cataduras. Al mismo tiempo como biólogo marino, ambientalista y naturalista, mi biblioteca anexa a Mamá aparecía embutida de tomos de filosofía, ciencia y literatura; Cervigón, Margalef, Asimov, Bradbury, Lem, Neruda, Vallejo, Whitman, Keats, Rubén Darío, los Machado, César Vallejo, García Lorca, Gabo, Mistral, Saramago, Hemingway, Camus, Asturias, Vargas Llosa, Golding, Steinbeck y clásicos griegos: Homero, Sócrates, Platón, Aristóteles e inmortales claro está como Wilde, Borges, Cervantes, Shakespeare…

En momentos en que la hora donó para que no ganara terreno el calvario, fue cuando sus memos iban y venían en marejadas que no respondían a las ideas en la punta de la lengua. Algo como que la mente sin una malecón vibrador del recuerdo. La intermitencia empezó a ser patente. Recordar pasaba a necesidad. Ella solía echar cuentos al arbitrio que bien podían dejar al más avispado en una sola pieza como avisos del mal…

-Estrella que tuvimos -dijo- (mirada exorbitada) de no haber muerto toda la familia en el Mijagual. Aquella edificación que se cayó en la urbanización Los Palos Grandes donde vivíamos cuandoel seísmo de Caracas en 1967. Como anecdotario, mama Carmen y papá Peppino llevaron a mis hermanos Nell y Charlie a visitar el inmueble. Sabe dios cómo fue que no gustó el PH. Esa fortuita decisión nos salvó la vida. Américo intervino en la adquisición del apartamento y así se finalizó comprando en el edificio Crillón por sugerencia del ilustre Arq. Ítalo-venezolano Grazziano Gasparini, colega de tío Américo, quien lo había diseñado y quién ocupó un papel protagónico a raíz del terremoto de El Tocuyo (el 3 de Agosto de 1950), por su fundamental asesoría respecto al criterio de conservación de la ciudad, que fue alguna vez, capital de Venezuela. Pensé que la Tierra apuesta a los dados. No se sabe si por bote recordó el deslave de La Guaira-1999 (ignoramos cómo hizo) donde quedaron enterrados sin funeral y en mausoleo de barro sesenta mil almas en una aterradora tragedia navideña. Con adecuada ironía, Mamá supo expresar lo terrible en una frase íntima, la desgracia no suele arrastrarse con ella el olvido…Para entonces, la tragicomedia del recuerdo perdido apenas asomaba las crestas del iceberg

Marcantonio Faillace Carreño

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