Propiedades de la persona
La persona nace con algunas propiedades:
• el proceso biológico que llamamos “vida”,
• el cuerpo y sus órganos y productos,
• la opción reproductiva,
• la mente y la capacidad de pensar e idear,
• la fuerza y la capacidad de transformar la materia.
Con el paso del tiempo adquiere otras propiedades:
• como los conocimientos,
• la experiencia,
• la habilidad,
• la capacidad de trabajar y
• los objetos, títulos y derechos que obtiene por diferentes medios:
o a cambio de su trabajo intelectual o físico,
o por regalo,
o por azar,
o por usucapión legítima,
o por su habilidad en la adquisición y enajenación de otras propiedades u otras formas de interacción con otros individuos, etc…
La propiedad es indisociable de la condición soberana de la persona: es la faceta tangible del carácter humano y no meramente animal de la persona. Es el ámbito sobre el que ejercemos nuestro autogobierno. Cuando una persona:
• trabaja o piensa,
• vende o compra,
• fuma o decide ponerse en huelga de hambre,
• hace o recibe un regalo,
• dona sangre o se suicida, está afectando su propiedad en diferentes grados y en ejercicio de su soberanía, sin la cual no tendría más que una existencia alienada, meramente biológica y similar a la de los animales.
Cuando se priva a una persona de su propiedad bien habida se hace añicos su soberanía y se la reduce a la condición de esclava, porque sin propiedad casi no hay persona.
El entorno colectivista limita la propiedad
Es lamentable pero lógico, por tanto, que el entorno social colectivista procure por diferentes medios, a través de los gobernantes, limitar nuestra propiedad, sustraernos una parte o condicionar el uso que hagamos de ella.
Las personas no se ven expropiadas solamente cuando:
• el Estado les quita sus tierras para construir infraestructuras “en bien del interés general” o
• se les impone tributos, y
• se les obliga a tomar las armas para lanzarse a una guerra, o
• se les fuerza a prestar un servicio social o militar, o
• trabajar gratis o
• donar contra su voluntad un órgano o producto corporal, o
• tener o no tener hijos, o
• votar si no desean hacerlo, o
• participar involuntariamente en un jurado o en una mesa electoral, etv….
Es decir, las limitaciones a la propiedad impuestas por los gobernantes y demás intérpretes “del interés general”, con la sorprendente e irresponsable anuencia de la mayoría, son muchas, muy diversas y de consecuencias y alcances muy variados.
¿Qué hacer ante la limitación de la propiedad?
Ante esto, el ser humano está en su perfecto derecho natural de defenderse y protegerse, y, llegado el caso, de abandonar un entorno que considere insoportable por el expolio excesivo de su propiedad, en sentido amplio.
Conscientemente o no, millones de personas se esconden o huyen de los entornos sociales que limitan la propiedad o ponen trabas a su legítima obtención o intercambio. Es la suerte que corren tanto:
• los emigrantes (que buscan rentabilizar mejor el uso de propiedades como su inteligencia y su trabajo) como quienes protegen su dinero en un paraíso fiscal ante la depredación de Hacienda,
• las muchachas que escapan de países donde se practica la terrible ablación del clítoris como los insumisos que huyen del servicio militar,
• los exiliados de regímenes represivos como las mujeres que se ven forzadas a abortar fuera de su país,
• los ciudadanos que se fingen enfermos para no participar en un jurado como los consumidores de cannabis que vuelan hasta Amsterdam para comprarlo sin dar con sus huesos en la cárcel.
En definitiva, “libertad y propiedad” son dos caras de una misma moneda: la soberanía personal que nos corresponde a todos y sin la cual perdemos nuestra dignidad humana.
Próximo Domingo: Individualismo no es Egoísmo.
Juan José Ostériz