No sé cómo te desviaste, te pervertiste…
No sé cómo te invertiste. Nadie te lo advirtió…
Los miro a todos. Y veo el amor que duerme.
Mientras mi salvaje Quitarra llora gentilmente…
Beatles
I.- Historias de Peste
El modo más cómodo de conocer una ciudad es averiguar cómo se trabaja, cómo se ama y cómo se muere en ella. Las epidemias son una de las más significativas maneras de entenderla en términos de lo que delega en la multitud. Hay ciudades y países donde la población tiene, de vez en cuando, la sospecha de que existen otras cosas. Es la etapa de signos desconcertantes, raros e igual el inicio de otra faz más dura donde lo extraño de los primeros tiempos, lentamente, se trueca en pánico. A partir de ese instante, es cuando el miedo y con él la reflexión, comenzaron. Allí se acabaron de concretar las consideraciones con un es notable que no explicó nada o muy poco. Fue como sentirse prisionero de un cielo plomizo, gris y mustio…al final, todos ahora lo sabemos, menos los muertos…la verdad, ciertamente, no tiene sentido…
Treinta grandes pestes conocidas por la historia han causado cien millones de muertos. Según Procopio la peste de Constantinopla dejó 10.000 muertes en un día, cinco veces el público de un gran cine. En el texto del Éxodo la peste de Egipto fue para herir a los enemigos de Dios: el azote divino pone de rodillas a orgullosos y ciegos. El dominico Genovés, Santiago de la Vorágine (1264) escribió el tratado hagiográfico Leyenda dorada en tiempos del Rey Humberto de Lombardía donde Italia fue asolada por una peste fuerte en que apenas habían los suficientes vivos para enterrar a los muertos que bastaban.
Los cristianos de Abisinia, (Etiopía) veían en la peste un medio de origen divino eficaz para ganar la eternidad y los que no se contaminaban se envolvían en sábanas de los pestíferos para asegurar morirse En la gran peste de Marsella de los 81 religiosos del convento de La Merced, sólo cuatro sobrevivieron, y tres de ellos huyeron. Otra epidemia de peste,en una ciudad de Persia hace cien años, mató a todos los habitantes menos al que lavaba los muertos que nunca dejó de ejercer su labor. Mientras pudieron los apestados lanzaban harapos sobre los equipos sanitarios cristianos invocando al supremo para que les diese peste a los infieles, misma que respetó menos la constitución vigorosa, que los físicos débiles.
Los monjes del Cairo, en epidemias del siglo pasado, daban la comunión cogiendo la ostia con pinza para evitar la húmeda boca donde podría dormitar la infección. Lucrecio hablaba de atenienses heridos por la enfermedad que izaban altas piras delante del mar atestiguando lo que hay de inquietante y sin posible reposo en todo este ominoso orbe nuestro. Histórico es que las pestes y las guerras toman a la gente desprevenida. Indecisos entre el nervio y la creencia la estupidez asiste y uno se daría cuenta sino pensara siempre solo en sí mismo. Sin embargo no somos más culpables por olvidarnos ser más modestos. Nos creemos libres y nadie es libre mientras aceche impune la plaga…
A modo de moraleja escatológica. Un tipo muerto tiene peso cuando love uno mismo. Por ahí pasa la inquietud, ese descorazonar ante el porvenir. Pero lo realmente malo del vértigo es que no se sostiene ante la razón. Entonces no vale si la forma de razonar es buena o mala, lo que vale es que nos obligue a reflexionar y allí entran las personas que no les falta valor para los sentimientos. Lo que nos deja el paradójico valor de la hipótesis sensibles,que tanto en la ciencia como en la vida,las sensiblerías, son siempre comprometidas y por tanto, exageradamente peligrosas.
II.- Filosofía del amor en la epidemia
El bordoneo alegre de la felicidad no llega a los que tienen miedo o a los que no lo tienen, ni siquiera a los que todavía no han tenido tiempo de tenerlo o por ignorancia o torpeza. Entregados día a día a los juegos decepcionantes del recuerdo sufren las plagas que la imaginación lesiona a los que se fían de ella.Impacientes por el presente, enemigos del pasado y privados de porvenir, somos muy semejantes a los que la justicia, o el odio del hombre tienen entre rejas. Nutrimos su mal con signos inestimables, y recados desconcertantes con rayos reprochables que el sol abandona en las desiertas calles donde aminora la energía vital de lo humano.
La peste en los amantes afligidos por la angustia, los vence el remordimiento por ignorar el modo de emplear el tiempo pues para el que ama, la manera de emplearlo es descubrir el manantial de la alegría a pesar del mediocre espacio de algunos amores. Pero hay formas donde la peste suscita los reales dolores que toman costumbre de traducirse en triviales formas de conversación, o en una larga plática interior sostenida con sombras que te arrojan sin transición ninguna al más espeso silencio de la tierra.
La peste deja la sensación de desgracia, esa parte de abstracción e irrealidad que cansa; lo cansa uno hasta de la piedad inútil. Pero si la abstracción es más fuerte que la felicidad, hay que tenerla en cuenta porque la peste entra a la casa, duerme en el cuarto y espera el regreso, paciente, atenta, segura, como el orden mismo del mundo. Dios, no es tibio. Ayuda a valorar en el dolor existente al fondo de todo sufrimiento y al deseo del corazón inquieto de poseer el amor eterno, o hundirlo (si llegase el tiempo de ausencia) en un sueño sin orillas que termine en un reencuentro. El sol de la peste extingue todo color y hace huir toda dicha. Arriba el instante de la desgracia cuando te acostumbras a la verdad, es decir, al silencio. Esos lamentos que cada vez terminan más pareciéndose al natural lenguaje de los hombres.
Un desfile de jóvenes de ambos sexos muestra la pasión por la vida que crece en grandes desgracias. Hoy, ningún aire por fresco trae consuelo, que no la esperanza. Convertir la peste en deber de unos cuantos. se llega a entender como cosa de todos. El mal que existe proviene siempre de la ignorancia; y la buena voluntad sin clarividencia ocasiona tantos desastres como la maldad. Desconocer que el vicio más desesperado es el de la ignorancia que cree saberlo todo y autoriza así auto asesinarse por mero desconocimiento…
Por otro lado hay un momento en el que quien se atreve a decir que dos y dos son cuatro,se condena a muerte. Eso dará a la verdad lo que pertenece a la suma de dos y dos el total de cuatro y al heroísmo el lugar secundario que debe ocupar, después y nunca antes, de la generosa exigencia de la felicidad.
Es terrible la impotencia de todo hombre que se encuentra combatiendo un dolor que no puede ver pero sabe bien que es capaz de grandes acciones, de grandes sentimientos; que sólo se vive y muere por lo que amas. Un hombre sin amores es una idea pequeña, pobre, pero un hombre honesto, capaz de amar, es el único medio real que tenemos para combatir la peste.Pensar el mundo sin amor, es pertenecer a un mundo muerto.
Llega el momento en que nos cansa la prisión, el no-trabajo y el valor de la nada, apenas si se pide el rostro de un ser, la magia en la ternura de un corazón. Es el fiero cólera que enrolla al hombre ante el dolor que comparte y es la desesperanza total quien nos habrá aleccionado hasta la resignación…
La ciudad desdibujada, traspasada por el grito del viento, gime toda desdichada. Para esa imagen nos faltaría la memoria, y con la imaginación, no nos es suficiente. Llegar a vivir la Ley de la Peste, es más eficaz cuanto más mediocre. Hasta allí habremos hurtado el sufrir a la desgracia colectiva, pero aceptando además esa confusión que nos dona la impunidad. Porque el amor exige algo de porvenir es que para muchos no quedan sino instantes. Es la hora del examen de la conciencia. Dura para el que no tiene más que un vacío.
La peste suprime la tabla de valores. Así el amor se hace ineficaz, y es estéril como el crimen o la condenación. Pero lo peor es saberse omitido, porque los que nos conocen están pensando en otra cosa, y eso es comprensible. A fin de cuentas,uno ve que nadie es capaz de pensar en nadie, ni siquiera durante las desgracias. Termina siendo lo único natural, el microbio.
III-El Hombre Peste
El hombre integro, el que no infecta, es el que tiene el menor número probable de distracciones. Hay esa condición que falta para ser un razonable asesino. Me avengo a ser lo que soy y lo que no.He conseguido llegar a la modestia. He llegado a comprender que las desgracias de los hombres provienen de no hablar claro. He decidido ponerme del lado de las víctimas para evitar estragos, y así poder llegar a esa tercera categoría, que es la paz.
El único camino para llegarle, es la simpatía. El mar sigue espeso, de terciopelo, libre y flexible, liso como un animal. Pero es a fuerza de esperar que el hombre concluya no esperar nada, mientras la ciudad llega a revivir sin porvenir. No hay sitio en el corazón para esa tibia esperanza que nos impide a los hombres abandonarnos a la muerte sin otra obstinación que la de tratar de vivir. Pero qué importa ahora, cuando igual que a ellos, la muerte no es nada para hombres como uno. Es acaso un acontecimiento que nos da la razón…
Y siempre es el silencio de la última derrota que pone fin a la guerra y hace de la paz un sufrimiento incurable. Todo lo ganado, es conocimiento y recuerdo; esa unidad que se desea siempre y se obtiene a veces: toda la ternura de un corazón ignorante, es decir, solitario…
Marcantonio Faillace Carreño