El paréntesis del Coronavirus pone en pausa el debate nacional y nos recuerda, dramáticamente, el destino común, ese dato tan obvio como subestimado, si no soslayado en los climas de altísima polarización, acerca de cuya causalidad no insistiré porque mi opinión al respecto es más que conocida y ahora no viene al caso. Acaso esta atmósfera coyuntural nos ayude en la reflexión que propongo.
La crisis venezolana es ancha y profunda, porque afecta a casi todos en casi todo. Su solución no llegará de un día para otro, porque amerita un proceso de resocialización de la cultura y las instituciones de la convivencia democrática. Para eso, harán falta unas elecciones en condiciones confiables para todos los actores, a través de las cuales la ciudadanía sienta que puede ejercer el protagonismo que le toca. Hay en la agenda constitucional unas parlamentarias que tocan y que hay que hacer, pero que independientemente de su resultado, por si solas no resuelven la ecuación. Y en la agenda política, unas presidenciales que nos deben, dadas las condiciones mayoritariamente cuestionadas nacional e internacionalmente de la convocatoria de 2018.
No nos engañemos, esas elecciones sólo son posibles con un acuerdo político de base muy amplia, sin ficciones ni imposición, para conseguir lo que el Observatorio Electoral Venezolano llama unas “buenas elecciones” que no serán perfectas, ni mucho menos, pero que deben ser suficientemente buenas como para que los actores acudan con respeto al proceso y a sus resultados. Parafraseando al estadista chileno Aylwin, las mejores elecciones posibles.
Sobre lo necesario hay amplia coincidencia en los sectores más interesados de la sociedad civil. En la opinión pública se asocia mayoritariamente solución pacífica con voto y predomina la opción electoral, pero con desconfianza que tiene más de reclamo que de aceptación resignada.
Que se hayan puesto de acuerdo en la Asamblea Nacional, el órgano con la competencia constitucional correspondiente, para el comité de postulaciones es buen síntoma y debe apreciarse como evidencia de que aparte del discurso, se hablan. Las dificultades no son pocas ni secretas. Unas formales como la directiva de la AN que juramenta, porque designará solo el cuerpo con suficientes diputados. Otras materiales, la represión y la radicalización pueden escalar fácilmente.
Me siento como Serrat, un pesimista esperanzado. La política es el arte de hacer posible lo necesario.
Ramón Guillermo Aveledo