Verdades y mentiras del coronavirus

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Lo desconocido es fuente de especulación. Pese al gran flujo de información confiable a la que se puede tener acceso en Internet, los bulos sobre la enfermedad COVID19, que genera alarma mundial, y la interpretación equivocada de los datos corren en redes sociales y aumentan la vulnerabilidad y boicotean la capacidad de respuesta.

La infodemia del coronavirus comenzó con un post del médico chino Li Wenliang. En diciembre pasado advertía sobre la presencia de unos pacientes en su hospital en Wuhan con síntomas similares al SARS, una epidemia que mató a más de ochocientas personas entre 2002 y 2003. El mensaje llevó a las fuerzas de seguridad a su casa. Lo acusaron de “hacer comentarios falsos”, promover disturbios sociales y lo hicieron firmar un acuerdo donde se le obligaba a no discutir más sobre la enfermedad en público.

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Tres meses después, el coronavirus califica para convertirse en pandemia de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud. Ha llegado a 64 territorios aún con los severos cercos y cuarentenas que aplicaron en China y en otros países como Italia y suma 89 mil casos hasta el 1 de marzo, de los cuales 45 mil están cerrados, pues 93 % de los que presentaron fiebre, tos y dificultad para respirar ya se recuperaron y de los 40 mil activos, unos 7.300 son críticos. Tres meses después, Li Wenliang, personal de salud en la ciudad origen del brote, es uno de los 3.000 muertos que ha dejado el virus en el mundo, 2.800 de ellas en China.

El coronavirus aparece en el contexto de la masificación de las redes. Un mundo cada vez más conectado, ha hecho la contraparte en la contención de bulos. “Cuando algo así ocurre el nivel de especulación aumenta. Antes, la gente le comentaba boca a boca algún mito sobre una epidemia, pero ahora, con las redes sociales, el volumen de la especulación es público y se amplifica, tenemos una percepción mayor de los mitos y los fake news que se generan en torno a temas como este”, señala el médico infectólogo y especialista en visualización de data, Julio Castro.

En una abundancia de casos, también ha habido de información. Es la diferencia de una epidemia antes o después de Twitter. “Ha habido muchos datos abiertos desde el punto científico. En Twitter se han generado muchos grupos de discusión de científicos y epidemiólogos, que no tuvimos en 2003 cuando el SARS. En medio de esta infodemia, por supuesto que hay fenómenos que discriminar, pero en general la información ha sido certera, aunque ha habido algún manejo amarillista”, opina Flor Pujol, viróloga molecular del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas.

Uno de los principales mitos que se han generado sobre el virus es el propio origen, que ha sido reforzado por declaraciones de líderes políticos en tono especulativo. Una de las principales tesis que se ha intentado vender es la de la guerra biológica, de la que se ha hecho eco, por ejemplo, Nicolás Maduro. Al otro lado del espectro ideológico, Donald Trump ha dicho que el coronavirus es un invento de los demócratas.

El virus, en realidad, como 70 % de los que afectan al ser humano, tiene un origen animal. Como otros coronavirus tiene un reservorio en los murciélagos, que al dar un salto entre especie, en este caso hacia el pangolín (un tipo de armadillo asiático), vuelve a dar otro salto hacia el humano. Nada de virus creados en laboratorio ni tampoco de contagios por haber tomado una sopa de murciélago, como se ha difundido. El masivo flujo de información ha servido para contener la difusión de bulos sobre el coronavirus, una cada vez mayor educación digital ha funcionado de cuarentena informativa, cuando las autoridades usan su vocería para espesar la desinformación, lo que a termina haciendo más vulnerables a sus poblaciones.

Mortalidad y transmisibilidad

La información no ha faltado, pero la interpretación de los datos ha sido errada en algunos aspectos para entender lo que supone la aparición de una nueva gripe estacional, generada por un virus desconocido, para el que la población no tiene anticuerpos, asegura Pujol. Esto ha tejido algunos de los mitos sobre la enfermedad, como el de la alta mortalidad. La tasa sigue estando en alrededor de 3 % y concentrada en mayores de 60 años y en casos con morbilidades preexistentes como la diabetes. “Puede variar en países porque no va a ser lo mismo que el virus llegue a un asilo de ancianos o a un kínder, ya que se ha demostrado que el contagio es casi nulo en niños”, apunta la científica y matiza: “La influenza estacional, para la que hay vacuna, mata entre 300 mil y 500 mil personas al año, por ejemplo, y nadie habla de eso”.

De 100 personas que se contagian, 80 van a cursar su gripe en su casa. Unos 20 van a tener infección más severa y algunos de estos pueden ir a cuidados intensivos, requerir ventilación mecánica, complicarse y morir. Es lo que se desprende de las tendencias vistas en el país foco de la infección. La expansión de la epidemia fuera de China, cuyo gobierno ha sido señalado de censura y opacidad por el control vertical de la información sobre la epidemia, permite ahora a los investigadores contrastar los datos y ver que tan cerca están del patrón visto al comienzo, destaca Castro.

La OMS da reportes diarios del avance y cada país incorporado al mapa del coronavirus lo hace a su ritmo. Hay portales como Worldometer o el desarrollado por el Hospital John Hopkins de Estados Unidos, que han abierto los datos sobre el virus. Pujol destaca que es importante diferenciar los casos ya registrados de los nuevos, el dato que permite medir el comportamiento real de la epidemia. Más de la mitad de los 80 mil contagios ya se consideran casos cerrados, por eso, insiste, es fundamental mirar los casos activos, los focos encendidos.

Otro aspecto que genera preocupación, apunta la viróloga, es la tasa de transmisibilidad. Está actualmente entre 1,5 y 2,9. Este dato indica el número de personas que es capaz de contagiar un infectado. En 2002, para el primo del coronavirus, el SARS, la tasa era superior a 4, pero entonces logró contenerse en Asia. ¿Se calculó mal entonces? Casi 20 años entre una y otra epidemia, el nivel la movilidad mundial de personas es un factor que tiene incidencia.

Para este indicador, sin embargo, todavía es temprano establecer absolutos. La última semana de febrero los nuevos contagios en China fueron los más altos registrados, con más de 500 casos. Esa alta transmisibilidad hace que la atención de grades grupos poblacionales contagiados sea más cuesta arriba para cualquier sistema sanitario. A eso se suma que ya está confirmado el contagio del virus entre individuos en la fase asintomática, lo que añade una complicación adicional para las tareas de contención. También es muy pronto para decir si fue efectiva la cuarentena aplicada sobre 60 millones de personas en China, el cierre de fronteras en Rusia y de pueblos en Italia, herramientas de contención de epidemias que resultan controversiales y que, por primera vez, se aplican en esa magnitud. “Este sigue siendo un tema de debate, pero sin duda parece evidente que retrasó la expansión de la epidemia”, dice Castro.

Otras vulnerabilidades

En medio de la ansiedad que generan siempre la aparición de nuevas enfermedades, las noticias sobre vacunas y tratamientos también suelen correr con un velo de medias verdades. El coronavirus, con su largo código genético de 30 mil nucleótidos, aparece en un momento en que la tecnología hace posible que en apenas 40 días esté descifrado ese complejo ADN, lo que no ocurrió con el SARS. Eso acelera los pasos para desarrollar una posible vacuna, pero no existe ninguna posibilidad de que sea aplicada para esta epidemia, sino para una próxima, por los tiempos de aprobación y estudios que requiere cualquier inmunización.

Los vendedores de curas inmediatas son personajes de toda crisis. Tratamiento no hay todavía, aunque se está evaluando la efectividad de dos fármacos, uno usado para el VIH y otro para la malaria. Por lo que tampoco hay dieta alcalina, jengibre, vitamina C ni te de ajo que proteja ante la enfermedad, como ha corrido en decenas de cadenas de Whatsapp. Mantener una higiene esencial y lavarse las manos con frecuencia son herramientas mucho más efectivas para no solo para evitar el contagio con coronavirus, sino también de otras enfermedades. La actual coyuntura, subraya Pujol, serviría para incorporarlos a las rutinas.

Finalmente, hay otros factores que no dependen del virus ni su patogenicidad, pero que también son generadores de alarma y pueden ser decisivos en que una epidemia haga o no estragos en un país. La fragilidad del sistema sanitario es una gran preocupación en Venezuela, sumida en una emergencia humanitaria compleja. “Los porcentajes de severidad y mortalidad dependen de un buen sistema de salud, de que no se vaya a abarrotar”. Sin robustos planes de control y mitigación, esa alta transmisibilidad adquiere otra dimensión si el coronovirus llega a un país en el que, según la Encuesta Nacional de Hospitales de 2019, 78 % de los centros tiene fallas en el servicio de agua y, en promedio, hay un desabastecimiento de 49 % en los fármacos básicos de las salas de emergencia.

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