Luego de un 2019 sin resultados favorables para la Democracia Venezolana el 2020 se inicia con una arremetida agresiva del régimen mediante la instalación de una directiva paralela de la Asamblea Nacional y la promoción de una mesa de diálogo a su medida, lo cual completaba un escenario de confusión institucional dentro del cual se desdibujaban los roles de autoridad de la Asamblea Nacional y de Juan Guaidó como Presidente encargado.
Para aclarar el panorama y definir con certeza quién era el real contrapeso del Poder, Juan Guaidó realiza una exitosa gira por el mundo donde 60 países democráticos lo reconocen como Presidente de la República y le dan pleno apoyo para que proceda al rescate de la legalidad en Venezuela. Estados Unidos con su inmenso poder económico y militar toma la vanguardia en este respaldo y anuncia la aplicación de sanciones aun más fuertes de las que habían tomado anteriormente y eleva el costo a Rusia de su solidaridad con Maduro.
De esta forma queda absolutamente claro para el régimen venezolano que su único interlocutor válido para un entendimiento que permita superar democráticamente el caos político, económico y social del país es la Asamblea Nacional con Juan Guaidó a la cabeza y no otras instancias forjadas a la sombra de la complicidad.
Lo difícil para el joven Presidente Encargado es hacer entender a todos los demócratas que si bien tiene el apoyo de aliados muy poderosos eso no significa que el régimen este con los brazos abajo y dispuesto a aceptar las condiciones que se le pongan para su salida del Poder. Este respaldo internacional es simplemente un contrapeso que anteponer al control que tiene el régimen sobre la Fuerza Armada, el Erario Público, la Administración de Justicia y de un sector poblacional atado a las dádivas oficiales para su subsistencia, a todo esto debemos poner el agregado de grupos paramilitares bien entrenados que si bien no representan una fuerza de contención ante una intervención militar extranjera tienen capacidad de causar mucho daño civil, grupos paramilitares que no tienen nada que ver con los milicianos, torpes e inofensivos, con los cuales se distrae la atención ciudadana sobre el verdadero peligro del paramilitarismo.
Visto el real escenario de posibilidades entre el régimen y la oposición democrática tenemos por una parte al bando oficialista unido por la necesidad extrema de evitar una salida trágica y por otra parte al sector democrático quienes están divididos debido a estimaciones distintas sobre lo que significa el apoyo internacional ante un régimen desalmado pero bien armado. Dentro de la oposición hay quienes asumen que el régimen está tan débil que basta con una fuerte dosis de presión para que ceda y acepte las condiciones que se le impongan, por otra parte hay quienes lo consideran muy fuerte al punto de avenirse a las propuestas que les permitan conservar algunos espacios de poder institucionales, es decir algunos diputados y más adelante gobernaciones y alcaldías.
El problema para estos últimos es que tienen como muro prácticamente insalvable el rechazo contundente de un alto porcentaje de electores que solamente acudirían a unas elecciones presidenciales, aunque en sea en conjunto con las parlamentarias. Mientras que el problema para quienes exigen presidenciales a toda costa es que su realización depende de muchas variables, una que manejan es el apoyo internacional y otras que se colocan en la franja de incertidumbre como el que exista una presión de calle permanente que sirva de argumento y combustible a la escalada de presiones internacionales, la cual incluye como una opción lejana la activación de las clausulas militares del TIAR.
El régimen desde hace años viene convirtiendo debilidades en destrezas, precisamente porque ha aprovechado con éxito el esquema de solución de conflictos que han usado los dirigentes partidistas de la oposición, educados en la escuela del dialogo y los acuerdos tras el telón .Así ,mientras la oposición ha acudido a los entendimientos como un instrumento político entre caballeros, el régimen lo ha hecho como una estrategia para ganar tiempo y buscar aliviaderos a la monumental crisis que sufre la sociedad venezolana. Pero este modus vivendi del oficialismo de estar todo el tiempo corriendo la arruga se encontró con un elemento insurgente que no han podido neutralizar y que se llama Juan Guaidó, simplemente porque éste no llegó al liderazgo que tiene producto de los clásicos cabildeos sino que se formó en la escuela de enfrentar al poder desde la calle y sabe como conectarse con ella, porque maneja los códigos emocionales que asumen los venezolanos cuando son multitud y protesta.
Esta fuerte conexión la demostró nuevamente el 10 de Marzo, cuando muchos éramos pesimistas respecto a que se pudiera romper la apatía, Juan Guaidó llenó las calles de Venezuela con ciudadanos en pie de lucha. Ahora toca a los partidos y actores varios de la sociedad civil cumplir a cabalidad su rol de intermediación y organizar y ejecutar una agenda de protestas a todos los niveles, centradas en las múltiples calamidades cotidianas que sufrimos y que para su solución en conjunto es imperativo celebrar unas elecciones presidenciales que permitan salir del comunismo y rescatar la democracia. No es fácil pero si hay unidad y la presión internacional se mantiene, como todo lo indica, saldremos del túnel, mediante una calle poderosa que le abra caminos a elecciones libres o a cualquiera de las opciones que están sobre la mesa. Dios con nosotros.
Jorge Euclides Ramírez