Muchas de las personas que se prostituyen en La Parada, en Colombia, acuden a las organizaciones de salud que hacen vida en la zona, con el propósito de conseguir algunos chequeos de rutina.
En La Parada, Colombia, convergen muchas historias de migrantes venezolanos. Están los que duermen a la intemperie; los informales, que instalan sus puestos en aceras y calles; los “lomotaxis”, los “trocheros” y “carretilleros”. También, en la zona, cohabitan quienes, por diversas razones, han visto en la prostitución una forma de sobrevivir.
A simple vista, quienes laboran cuando la oscuridad de la noche se mezcla con el cese de la vida comercial, no se distinguen. En el día descansan, tras una jornada de trabajo que va desde la puesta del sol hasta la madrugada. En ese lapso salen a buscar a sus clientes para obtener los pesos que, alegan, garantizan la comida en muchos hogares.
El reloj marcaba las 11:30 a.m., del domingo 1º de marzo, cuando Gabriela Montaña, de 30 años, apareció en escena. Gaby, como pide que le digan, es travesti venezolana. Nació en Portuguesa y, según cuenta, a los 13 años comenzó a transformarse, hasta conseguir la imagen anhelada.
Gabriela, ataviada con un short de jean y top estampado, se acercó al grupo que la esperaba debajo de un árbol que sirve de techo para algunos migrantes en situación de calle. Con una sonrisa, que a veces se iba endureciendo por el relato de sus vivencias, aseguró estar acostumbrada a la discriminación.
Mientras hablaba, Gaby iba meciendo sus extensiones de color negro. “En la prostitución llevo 15 años”, soltó quien tiene 12 meses viviendo en La Parada. “He estado en Bucaramanga, Santa Marta y Valledupar”, contó para dejar claro que su estadía en Colombia le ha permitido visitar otras ciudades.
“La experiencia no ha sido muy fácil”, prosiguió con la voz un tanto grave, como si en ciertos instantes olvidara su lado femenino. “Como todo, hay algunos que se les hace fácil; a otros no tanto. Siempre está la discriminación. He tenido que dedicarme a vender mi cuerpo y a hacer otras cosas que no me gustan”, afloró.
A su juicio, es un trabajo que le garantiza el dinero rápido. “Lo hago constantemente porque, hasta el momento, no he tenido otra forma de sustentarme y ayudar a mi familia”, aclaró quien en Venezuela se prostituyó, desde los 17 años, en la avenida Libertador, en Caracas, vía que ha cultivado gran fama por los grupos que hacen vida de noche.
La familia de Montaña no ha digerido bien su forma de vivir. Al comienzo la rechazaron por completo. Ahora, aunque ya no emiten comentarios, la miran con recelo. “Mis parientes lo tomaron muy mal. Me pedían que no lo hiciera, que me cuidara. Fue algo que yo decidí y nadie podía meterse. Desde ese entonces, me he manejado así, he hecho lo que mejor me parece”, recalcó.
“Es un mundo peligroso”
Gaby es consciente del peligro que corre en la calle. Lleva tres lustros en lo mismo. “No es un mundo seguro, es peligroso”, destaca mientras rememoraba una experiencia en la que “vi la muerte de cerca”. En ese momento se hallaba trabajando en Bucaramanga y recibió una puñalada que la afectó de gravedad.
“Gracias a Dios, con la ayuda del Gobierno colombiano, me atendieron en el hospital, hasta que me mejoré. Fue una atención muy buena, me cubrieron todos los gastos”, señaló con el temor latente en su mirada. “He pasado por episodios muy fuertes, pero aquí estoy, dispuesta a seguir”, sentenció.
Entre las pausas que hizo, se permitía rebobinar ciertos episodios de su existencia. “Ya sé cómo tratar a las personas si comienzan a propasarse conmigo. Yo ignoro todo eso. Me hago la ciega, sorda y muda”, ironizó sin obviar que hay instantes en los que, aunque activa su coraza, el dolor se cuela. “Hay un dicho que dice: no hagas a los demás lo que no te gusta que te hagan a ti”, reflexionó.
“Siempre busco la manera de solucionar, uno tiene que evitar los problemas. Estoy reuniendo para montar un negocio personal. Hasta ahora no he encontrado algo bueno en la calle, lo que he hallado son problemas, rechazo, más peligro y puñaladas. Una vez me violaron. Solo le doy gracias a mi Dios por guardarme, pese a todas las cosas que he experimentado”, confesó.
Cobra 30 mil pesos
Aunque sueña con dejar la prostitución, está clara en que su condición de travesti la hace sentir cómoda y a gusto. “Cada quien decide su camino”, reconoce al tiempo que reitera lo poco que le afecta la discriminación. “Yo me siento bien como mujer. Di el paso a los 13 años y a los 15 ya estaba trabajando como prostituta”, aseveró.
Con su pareja, un joven de su misma edad, fue claro desde el principio. “Él sabe de mi trabajo, de la prostitución. Yo me cuido y lo hago por el dinero, mas no por placer”, subraya quien especifica que, por cliente, suele cobrar 30.000 pesos. “A veces me han pagado solo 25.000. Diario tengo entre dos a tres personas”.
Durante su estadía en la Libertador, en la ciudad capital de Venezuela, logró reunir para hacerse una liposucción y las “pompis”. “Aquí, en Colombia, he querido hacerme los senos, pero cobran 7 millones de pesos; es mucho dinero y, en la mayoría de ocasiones, no me da para comer”, añadió.
En la actualidad, su contacto con sus familiares se basa en mensajes a través de WhatsApp o mediante la red social Facebook. “Con quien más trato de comunicarme es con mi abuela. Ella fue quien me ayudó a criar”, dijo a modo de colofón.
“Me ha tocado prostituirme y vender droga”
“Ya estoy acostumbrada (risas)”, con esta frase, Scarlet Pérez, de 25 años, resume su realidad dentro de la prostitución. “Al principio es rudo, pues es algo con lo que uno no nace”, enfatizó la joven, oriunda de Valencia, en el estado Carabobo.
“Uno se tiene que adaptar a las cosas nuevas que le enseña la vida, porque, en muchas ocasiones, no nos quedan opciones para elegir”, remarcó quien ha tratado de superar las adversidades con la fe puesta en una existencia diferente. “Yo ahorita no me preocupo mucho. Tengo tres hijos. Ellos están claros con lo que yo hago”, dijo.
En el corregimiento de La Parada, Pérez ya superó el año. Desinhibida, explicó que en dos oportunidades se vio en la necesidad de transportar droga. “La llevé en un maletín y no me quedaron ganas de seguir”, aseguró con la certeza de que la prostitución ha sido lo más duro que ha experimentado.
Aunque el riesgo siempre está latente en la calle, no deja de salir por las noches a buscar su sustento. “No hay trabajo en ninguna parte, nos toca arriesgarnos de esta manera”, reiteró rodeada de algunas compañeras que iban escuchando la historia, con una atención que no dejaba escapar los detalles.
La dama cobra 50.000 pesos por el rato. “En este mundo me inicié en Barranquilla. Acá, en La Parada, siento que es más relajado, ya que manejo clientes fijos”, detalló mientras indicaba que, en Venezuela, nunca se prostituyó. “Allá estudiaba Administración de Empresas y Publicidad”.
Su estadía en Colombia ya acumula los tres años, tiempo en el que se ha movido entre la prostitución y las drogas. “Esto ha interferido enormemente en la posibilidad de tener pareja. Una vez se enteran del tipo de vida que he tenido, se alejan de mí. No son capaces de aceptar el tipo de trabajo que desempeño”, lamentó.
Esa vida, cargada de peligros, Scarlet Pérez aspira a abandonarla, dejarla en el pasado, que se convierta en una experiencia que formó parte de su vida, mas no la envolvió por completo. “Uno siempre debe visualizar un entorno en el que las cosas sean mejores, Soy mujer de fe”, aseveró quien está dispuesta a no dejarse afectar por lo que ha denominado como malas experiencias. “Nadie puede juzgarnos”.
“Llevo cinco meses prostituyéndome”
Yailyn Morillo, de 22 años, acaba de cumplir cinco meses en La Parada. En esta localidad dio sus primeros pasos en el mundo de la prostitución. “En Venezuela nunca lo había hecho. Me vi en la necesidad porque no conseguía un trabajo para mantenerme en Colombia”, reveló.
Morillo es soltera. Decidió migrar sin la compañía de un familiar. “Este trabajo ha sido muy duro. No es nada fácil”, confesó algo inhibida por los matices que encierran su actual entorno. “No tengo hijos”, resaltó mientras sus compañeras trataban de apurarla con su testimonio.
Algo incómoda, Morillo prosiguió. Sus respuestas, en algunos momentos, se tornaban monosilábicas. “Trabajo todas las noches. A las 7:00 p.m. estoy saliendo y regreso a descansar a las 3:00 a.m.”, aseguró la joven, oriunda de la ciudad de Valencia, en el estado Carabobo. “Allá siguen mi mamá y mis hermanos. Mi papá vive en Cali”, detalló.
De los peligros que se suscitan en el nicho, no ha estado exenta. Trajo a colación una noche en la que se atrevió, junto con otra compañera, a montarse en el carro de un cliente, quien, al final, trató de hacerles daño. “Nos defendimos con toda nuestras fuerzas. Llegué a pensar que no íbamos a contarla”, señaló.
“Le caímos a golpes”, continuó con una risa que denotaba los nervios que le generaba evocar el suceso. “En ese momento, cuando uno está en peligro, piensa en la familia, en todos sus seres queridos. Desde ese instante, soy más desconfiada. Ahora no me monto con cualquiera. Le pregunto de todo y siempre le pongo como condición que no nos vayamos muy lejos”, recalcó.
Con esta experiencia, ha optado por rechazar a varios clientes. “Varias veces lo he hecho por su apariencia, porque simplemente no me transmiten confianza”, aclaró, para luego señalar que ha llegado a cobrar hasta 100.000 pesos. “Todo depende de lo que la persona desee”, indicó.
Según dijo, en una jornada de trabajado ha logrado atender a cinco personas. “No todas las noches son iguales. A veces llega solo un cliente; en otras oportunidades, dos o tres. Así vamos”, apuntó quien no ha pensado en retirarse, pues es la única manera “en la que puedo ayudar a mi familia”.
“No he regresado a Valencia”
Morillo no ha podido visitar a sus familiares tras haber migrado a La Parada. “No he regresado a Valencia, pero sí me comunico constantemente con mi mamá y mis hermanos; son tres; yo soy la mayor”, resaltó.
“A mi familia le deposito cuando puedo. No tengo fecha fija. Con lo que les envío les alcanza para medio sobrevivir. Allá, en Venezuela, no hacía nada, mi pareja me colaboraba en lo económico”, rememoró la joven atada a la esperanza de regresar a su nación.
La única condición que se plantea Morrillo, para dejar la prostitución, es conseguir un trabajo estable que le permita ganar para sus gastos y cubrir los de sus seres queridos. “Aquí, en La Parada, en más relajado, las autoridades no molestan tanto como en otras ciudades de Colombia. Me gustaría volver a mi país, de eso no hay duda, pero las condiciones actuales no dan para eso. Por algo salí corriendo de allá”, remarcó a modo de colofón.
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