Paradójicamente, el proceso de tímido reconocimiento del derecho natural del ser humano a su autogobierno ha discurrido en paralelo con “un crecimiento”, también sin precedentes, de las estructuras políticas de “organización colectiva”, cuyo alcance ha terminado por invadir nuevas áreas del autogobierno individual.
Se han consagrado así libertades largo tiempo anheladas, pero al precio de perder otras o de “vivir en una permanente tutela” que, en muchos casos, resulta insidiosa.
En su camino hacia la libertad, una Humanidad temerosa y débil ha optado por conquistarla a fuerza de decretos y burocracia, Estado y policía, dando: “poder casi irrestricto para los gobernantes” a cambio de un trato benévolo de éstos y de la implantación de sistemas de legitimación democrática que, sin duda, son un avance frente al autoritarismo, pero que han servido para glorificar el entendimiento colectivista de la sociedad y del ejercicio del poder y, por ello, para seguir invadiendo el ámbito de decisión de la persona.
El Autogobierno personal es superior a la Democracia
Es decir, la democracia y el Estado de Derecho constituyen un paso de gigante de la Humanidad en la gestión de lo común, pero “no es justo” que paguemos por ello un mayor colectivismo ni tengamos que “conformarnos” con que, con la excusa de la democracia, “se nos arrebaten” aún parcelas importantes de nuestro autogobierno individual que, como antes se expuso, es anterior y superior a la propia democracia y a cualquier otra fórmula de organización social.
EL LEGADO DE ANTÍGONA
La tragedia de Sófocles, Antígona, nos cuestiona profundamente sobre el “tema de la controversia obediencia/rebeldía.” El tema se refiere a una mujer que decide sepultar a su hermano y rendirle honras fúnebres contraviniendo una orden proferida por el rey Creonte, tío de Antígona.
La obra teatral se centra en una profunda reflexión del derecho a la desobediencia cuando la dignidad de las personas se ven afectadas. La heroína le responde a Creonte que no podía encontrar más “gloriosa gloria que enterrando mi hermano” (así viole la prohibición).
En sus palabras: “Todos estos te dirían que mi acción les agrada, si el miedo no les tuviera cerrada la boca; pero la tiranía tiene, entre otras muchas ventajas, la de poder hacer y decir lo que le venga en ganas”.
Creonte actúa como un dictador cruel al prohibir la sepultura del finado, sabiendo el sentido que daban los griegos al acto funerario. Para Antígona, simplemente no era aceptable, así le costara la vida. Pero el rey no da el brazo a torcer. Su hijo Hemón, prometido de Antígona, en una parte de los diálogos, increpa y apela a la razón de su padre tratando de salvar a su amada. Pero el rey hace oídos sordos y lleva a la muerte a Antígona e indirectamente a su propio hijo, quien luego se suicida.
La intransigencia de los dictadores no tiene límites porque para ellos el cambio de parecer es síntoma de debilidad o inferioridad. Es mejor morir con las botas puestas. La mala autoridad, la que es rígida e impositiva, la que es incapaz de revisarse a sí misma y crear excepciones a las reglas, restringirá al extremo la autonomía de los demás.
La buena autoridad, la que es flexible y dialoga, respeta la libertad y los derechos de las personas implicadas.
No estoy diciendo que debamos pasarnos los semáforos en rojo cada vez que nos venga en gana para defender el “desarrollo de la libre personalidad”, lo que propongo es moverse entre estas dos pregunta existenciales: “¿Cómo he de vivir?” (ética) y “¿Qué debo hacer?” (moral).
La primera es más personal, la segunda más social: derechos y deberes. Sin reglas de convivencia el mundo sería un caos, pero si no pudiéramos elegir o decidir libremente, la vida sería una experiencia aterradora y deshumanizante.
A manera de resumen, y tal como enseña la tragedia de Sófocles, podríamos decir que la obediencia no es siempre la mejor opción. Por ejemplo:
• Cuándo un profesor le pide a un alumno que se convierta en su espía y y le cuente qué dicen y hacen sus compañeros: ¿debe obedecer?…
• Si se prohíbe la religión y la libre expresión de los cultos, en nombre de un principio político: ¿habrá que obedecer?…
• Si mañana se condena por decreto fumar tabaco porque se lo considera una droga peligrosa: ¿habrá que dejar de fumar?…
• Si el soberano dio la mayoría calificada a los diputados de la oposición y ellos han cumplido su misión de hacer leyes; ¿tiene el TSJ derecho a negarlas, y Maduro negarse a firmar y publicar en Gaceta la única con el V°B° del TSJ?
• Ante la violación a la Constitución de los del TSJ, Maduro y CNE ¿en vez de protestar de solo voz, los diputados y los dirigentes de la MUD no deberían declararse en desobediencia civil constitucional pacífica y dar ejemplo democrático a los ciudadanos?
• Si Harry Potter se volviera subversivo o contrarrevolucionario: ¿deberíamos reemplazarlo por Monolito Gafotas, Batman, Mafalda, Inodoro Pereyra o Condorito?…
Tanto en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, como en la Declaración Universal de Derechos Humanos se resalta explícitamente el “derecho a rebelarse contra la tiranía y a resistir a la opresión”.
Este derecho a la resistencia (el que ejercía Antígona), encuentra su mejor manifestación en el concepto de “desobediencia civil o legítima” que consiste en negarse a cumplir una orden cuando se piensa que hay suficientes razones morales para rechazarla.
¿A quién o a qué obedecer entonces? ¿A Dios, al diablo, a los profetas, a los viejos, al Internet, a los programas radiales o televisivos, a los consejeros, a las sugerencias de la publicidad, al psiquiatra, a los filósofos, a los psicológicos?
En este punto, el valor de la autonomía nos sirve como guía: “obedece a tu propia conciencia.” (En Venezuela tenemos un ejemplo admirable en Franklin Brito, mártir del totalitarismo chavista. Murió en 2010 defendiendo con su vida el derecho de propiedad)
Y no me refiero a la independencia que se origina en una elección bajo presión o por miedo, sino a la que está motivada en un buen sentido de justicia, donde el yo se realiza sin atropellar a nadie.
Próximo domingo: Correlaciones de la Libertad.
Juan José Ostériz