Paz es lo que todos queremos, para vivirla necesitamos libertad y seguridad. También justicia, conmutativa y distributiva. “El respeto al derecho ajeno es la paz” dijo Benito Juárez, en frase que perdura. En Populorum Progressio, aquella carta tan influyente en el compromiso social de mi generación, afirmó Pablo VI con acento lebretiano, “El desarrollo es el nuevo nombre de la paz”. Desarrollo de toda la persona y de todas las personas, paso de un nivel menos humano a uno más humano de vida. En esa línea, la consigna central de la Mesa de la Unidad Democrática fue “Para vivir y progresar en paz”. Recuerdo la sesión en que llegamos a esa conclusión, bien entrada la noche, en casa del artista plástico Ricardo Benaim, con mi equipo más cercano y la gente de Manifiesta.
La Paz que ha sonado más en estos días es un barrio en el Oeste de mi querida ciudad de Barquisimeto. Allí, un grupo organizado, armado y proveniente de otros lugares, cuya dirección se atribuye a personas identificadas y reconocidas, atacó violentamente, mediante disparos a Juan Guaidó, a quienes lo acompañaban y a los vecinos del barrio que salieron a su encuentro y a marchar con él.
Es irónico que el barrio La Paz sea noticia por causa de un hecho violento. La Paz, es un vasto sector popular de la antigua parroquia Juan de Villegas, nombre víctima del afán del régimen por cambiar nombres cuando no es capaz de cambiar para bien realidades dolorosas, poblado por gente pacífica y trabajadora cuya mayoría, como ocurre en toda Venezuela, no aguanta esta crisis y aspira un cambio político que nos enrumbe hacia el desarrollo y, por lo mismo hacia la paz.
Al enterarme, escribí un tweet recordando que conozco La Paz y por eso sé que ese comportamiento incivil es ajeno a esa comunidad. Más de una vez he ido por esos lados. Tengo allí amigos que aprecio y algunos como Cheo, hijo de Lulú no tardaron en manifestarse, “Aquí seguimos luchando por la libertad”, me dijeron con orgullo y sin miedo.
“¿Quién armó a este paramilitar madurista? -pregunta Chúo Torrealba- ¿Quién le dio la orden? ¿Quién le garantiza impunidad? ¿Quién quiere empujar al desastre a los opositores, chavistas e independientes que quieren salir de la crisis en paz?” No hay persona sensata capaz de dudar de la pertinencia de esas interrogantes.
Mi sabio amigo Jorge Rosell, eminente penalista, ha declarado que “Al realizarse acciones que pusieron en peligro la vida de Juan Guaidó, se constituye un delito de homicidio calificado frustrado, pues el autor realizó todo lo necesario para perpetrarlo (la camioneta de Guaidó presentó diez perforaciones de bala), pero por razones ajenas a su voluntad no se produjo el resultado esperado.” Además, el agredido es quién es y ostenta la dignidad constitucional correspondiente.
Que las autoridades tomen cartas en el asunto. Que los responsables sean procesados y sentenciados de acuerdo con la ley, para desmentir la impunidad que el desparpajo del agresor delata como presumida. Porque solo el derecho, cuando es fuente de seguridad en todas las personas y está al servicio de la justicia, puede garantizar la paz, en La Paz y en toda Venezuela.
Ramón Guillermo Aveledo