Eran tres y llegaron a pleno mediodía .Todos cargaban pelo largo, camisas o franelas mangas largas y pantalones con flequillos bota ancha. A esa hora el Club Torres estaba prácticamente solo y los espacios eran tomados por algunos niños de casas vecinas para jugar cuanta proeza de la imaginación surgiera entre el calor insoportable.
Se identificaron como los Amantes del Amor y dijeron venir de Barquisimeto de parte de los hijos del doctor Veracochea, quienes habían estado de vacaciones en Carora y le habían hablado muy bien de la ciudad. Frente a esta presentación tan caballeresca y con la referencia de un apellido tan sonoro los empleados del Club decidieron primero consultar antes de hacer valer el carácter excluyente del club para los no asociados.
Don Alejo Riera con parquedad les indicó que no podían pasar del primer salón, el que daba a la calle y cuya división era una pared de colmenas que permitía una intercomunicación fluida con el exterior .Allí los dejó un rato, como si estaban y no estaban .Quienes jugábamos chapitas en un solarcito ubicado detrás del Caney fuimos informados por Adelmo de la visita de los extraños personajes. Corrimos a verlos y nos acercamos con cierto temor, por ese tiempo estaban de moda las películas sobre pandillas de motorizados que invadían pueblos pequeños y jodían a todo el mundo empezando por los carajitos.
Yo corrí a casa de Juan Perera quien de nuestro grupo era el más informado sobre la manera de tratar a extraterrestres, peloteros importados. gringos de vacaciones y por supuesto a hippies. Estaba tomando la siesta y Lila me dijo que no se podía despertar, le contesté que era una emergencia y solamente me respondió que tuviera cuidado con el perro. Resulta que a Juan Perera siempre lo tenían a la moda, cuando el tiempo de Lassie le regalaban un Collie y cuando Rin Tintín un Pastor Alemán, el problema surgió meses después cuando se puso de moda El Charrito de Oro y lo montaron en un caballo que lo tumbó y entonces dejaron esa costumbre, menos mal porque después el héroe preferido fue Chanoc, un indio mejicano que tenía como mascota una tragavenado. Juan Perera dormía totalmente encerrado y con una cruz de sábila detrás de la puerta para que El Diablo no le jalara los pies. Su cuarto tenía una ventana que pude abrir porque no tenía pasador, debajo de la cama estaba el perro con los dientes pelaos .Como pude lo desperté y le dije que se apurara porque habían llegado unos patoteros de Barquisimeto y que hacía falta su presencia para lidiar con ellos.
Cuando regresé al club acompañado de Juan Perera ya Oscar Herrera, Memo Coronel y Mario Herrera estaban en charla fluida con los Amantes del Amor, quienes decían que ellos no andaban en motos sino en colas y que no eran peleones sino pedilones .Don Alejo Riera desde lejos miraba desconfiado pero sin poder hacer nada porque los visitantes habían entablado conversación con hijos de miembros. A Juan Perera se le olvidaron las formalidades del tratamiento hippie y yo jamás me les acerque mucho por si cualquier cosa pegar un carrerón .Entrados en confianza los hippies caminaron hacia adentro de las instalaciones, en la pista de baile le dijeron al Ovejo que le enseñarían un truco arrechísimo, le pusieron los dedos en la garganta y de una vez Óscar se desmayó y no se cayó por que uno de los hippies lo sostuvo por la espalda. Don Alejo se vino bravo desde la barra alegando que esas vainas no las iba a permitir. Los Hippies se regresaron al salón de afuera aunque Don Alejo les decía que se fueran para su casa. Nacho Izcaray y Tebas Arispe se aparecieron como curiosos, mientras que desde la acera nos llamó Chicogundo Chávez para avisarnos que teníamos clases en el Colegio de dos a cuatro de la tarde, como vivía en frente de mi casa me traía ya los libros. De esta forma Memo, Mario Juan y Yo nos fuimos de la escena, no sin antes que Memo le dijera a Óscar que no le ocurriera llevar a los hippies al patio de las chapitas porque estaba muy solo.
Del Colegio nos venimos directo hasta el Club con cuadernos y todo y allí todavía estaban los Amantes del Amor, luego nos enteramos que Don Alejo tato de comunicarse con el Presidente del Club, Domingo Perera y no lo encontró porque estaba en Caracas. Uno de la directiva le dijo que los sacara por las buenas porque no se sabía si sus padres en Barquisimeto eran gente con plata y después formaban un brollo .Tampoco se podía llamar a la policía porque los hippies no hacían nada, se acostaban en los butacones de la sala y se quedaban tiesos mirando al techo, Don Alejo se les acercó y les dijo de buenas maneras que se fueran que se hacía tarde y ellos debían regresar a Barquisimeto y la Ciento Nueve trabajaba hasta las seis. Ellos le respondieron que pedirían cola o sino que se quedarían a dormir en los muebles. Don Alejo pelo los ojos y les respondió que esa vaina sí que no y que además en el Club no había donde bañarse, a esto dijeron que ellos no se bañaban y que según una Ley internacional ellos se podían quedar allí por razones de asilo humanitario. De esta forma se trenzan en un patati que si patatá y Don Alejo les conmina a irse sin más tapujos porque si no él los sacaría personalmente. Ellos lo miraron de arriba abajo, eran tres jóvenes altos y fuertes mientras que Don Alejo mediría a lo sumo uno sesenta, gordito y de mediana edad.
Don Alejo se acercó al catire y le levantó la franela roja y cerca del ombligo le dio un pellizco de tal magnitud que el hippie se orinó solo, de inmediato le brincó a otro y le aplicó el mismo procedimiento pero en un cachete y el zagaletón se le hincó pidiéndole perdón, cuando el tercer hippie se acercaba con la otra mano Don Alejo le metió la mano por el cuello y lo tumbó también al suelo con otro pellizco. Nosotros asombrados no podíamos creer lo que estábamos viendo, como un hombre chiquito y tranquilo derrotaba demoledoramente a unos tipos de apariencia peligrosa. Los hippies se marcharon, humillados y jurando no regresar jamás. Nosotros testificamos ante todos que Don Alejo nunca utilizó la violencia para desalojar a los visitantes, ya que en nuestros códigos de artes marciales los pellizcos no aparecían como técnica de combate. No obstante desde esa vez siempre cumplimos al pie de la letra las instrucciones bondadosas de Don Alejo.
Jorge Euclides Ramírez