Se reporta que el nuevo canciller argentino recientemente ha dicho que el régimen está “cerrado y dispuesto a pagar cualquier costo, dispuesto a pelear a lo bélico”. Lo que necesitaría entender el señor canciller es que en Venezuela no sólo hay dictadura, sino que en ella confluyen el caos y la anarquía a causa de la atomización de las fuerzas hamponiles entronizadas.
Gran parte de las fuerzas vivas de la nación – entre ellas gran parte de lo mejor de la juventud – se encuentra fuera de nuestras fronteras procurando no perder un valioso tiempo en sus vidas hasta poder retornar a la patria.
Se carga con el lastre de una considerable franja de población pasiva, degradada, oportunista y parasitaria, adicta al “tírame algo” y a medir a sus dirigentes a todo nivel – desde el municipal al nacional – solo por aquello que les puedan regalar o resolver en su día a día.
A esto se suma la virtual desintegración de unas fuerzas públicas jibarizadas, incapaces de imponer el orden, plagadas de miserias, desmotivación y deserciones, con equipamientos obsoletos, impericia e improvisación; más la descarada intromisión de distintas fuerzas mercenarias externas cuyas prioridades distan mucho de ser las de la nación venezolana.
Pero todas esas condiciones son también el talón de Aquiles de la propia satrapía.
Es indudable que la confluencia de acciones, sanciones y presiones externas sobre las bandas criminales reinantes constituyen un importante factor coadyuvante para generar incentivos que contribuyan de forma importante a desintegrar la mercenaria alianza delictiva que hoy se impone por fuerza a toda la sociedad venezolana.
Pero el detonante decisivo para un proceso de regeneración y rescate de la democracia y de la sociedad venezolana inevitablemente surgirá en el plano interno, con cualquier evento fortuito – fuera de todo control de la comunidad internacional – que precipite el desmoronamiento de un tinglado putrefacto hasta lo más profundo, conformado casi exclusivamente en la complicidad y la codicia de un puñado de rémoras sin mayor talento o valor individual, adheridos todos a quien ya no es más que un recuerdo.
Alguien debería informarle al señor canciller que la tan alardeada “ fortaleza” del régimen – así como sus bravuconadas – son apenas tramoyas para atemorizar a pusilánimes y engañar a incautos, sustentadas en un frágil andamiaje de conveniencias, agavillamientos y chantajes entre condotieros sin lealtades ni principios éticos. Y que recuerde que a la hora de la verdad son muy pocos los dispuestos a dar la vida por una mera miasma.
Antonio A. Herrera-Vaillant