«Cuando me la llevé de Venezuela mi hija dejó de hablar y solo decía: mamá y papá»
Dramático y doloroso es el testimonio de Mariángel Mujica y Carlos Antonio Jiménez, padres venezolanos que como miles, dejaron en Venezuela sus afectos más profundos en la búsqueda de un futuro mejor.
Para su pequeña hija, de apenas año y medio de edad, el costo emocional de su duelo migratorio la dejó, literalmente, sin palabras. Y es que esta pequeñita no supo cómo manejar las emociones que surgían en su interior. «Cuando me la llevé de Venezuela mi hija dejó de hablar y solo decía: mamá y papá», reveló Mariángel Mujica, quien, junto a su esposo, no solo tuvo que enfrentarse al reto de vivir en otro país, sino que en la distancia, perdió a su padre.
Este caso es solo uno de los miles que se presentan en los hogares venezolanos, dentro y fuera de nuestras fronteras. Para los niños, dejar a los amiguitos del colegio, sus juguetes, abuelos, tíos y actividades cotidianas, representa una pérdida incalculable.
Quienes crecieron en Venezuela en los últimos 20 años han contactado diariamente con la pérdida. No solo de los servicios básicos sino el adiós a sus tradiciones más arraigadas, al abrazo de mamá y papá, a la parranda entre amigos y, por último, al derecho de disfrutar libremente de su tierra, sus paisajes y riquezas.
En este sentido, la psicólogo Misvely Pereira nos cuenta que manejar esta situación resulta más llevadero para los adultos. En cambio, los niños resultan perjudicados en su estabilidad emocional ya sea por abandonar el país o quedar en manos de cuidadores, mientras papá y mamá huyen de la tragedia para garantizar el pan.
El diálogo como camino
El proceso migratorio trae como consecuencia un duelo. Esta etapa es necesaria para todos los miembros de la familia. «Llamamos duelo a toda sensación de pérdida: el cambio de ciudad, de colegio, dejar los juguetes… Es necesario abrir espacio al diálogo en familia y darnos el permiso de decir que estamos tristes, que extrañamos cosas en Venezuela, pero, también pensar en todo lo que ganamos con esa decisión», indicó Pereira.
Además, la especialista asegura que los niños necesitan saber que sus padres también se sienten débiles o vulnerables ante estas circunstancias. «De nada sirve negar aquello que estamos sintiendo. Ahora, la pregunta es cómo vamos a afrontarlo y seguir adelante, con ayuda».
En este contexto, es fundamental que los niños mantengan contacto con sus afectos directos e, incluso, con sus amigos íntimos de manera que el impacto sea menor.
«Es posible que exista una involución en la etapa en que se encuentran. Quienes controlaban esfínteres, dejan de controlarlos, niños que tenían su lenguaje desarrollado dejan de hablar o tienen un atraso en la manifestación de sus capacidades cognitivas o emocionales».
Todas estas actitudes son un grito desesperado de los pequeños. Necesitan ayuda.
Ausencia y abandono
De acuerdo con datos recabados por el Centro Comunitario de Aprendizaje (CECODAP) al menos 930.000 niños quedaron bajo el cuidado de sus hermanos, tíos o abuelos en Venezuela, debido a que sus padres abandonaron el país en busca de una mejor calidad de vida. «Uno de cada cinco migrantes dejó un niño atrás».
Ante esto, la psicólogo Misvely Pereira recalca la importancia de que el núcleo familiar garantice la unidad de sus miembros, por cuanto no es recomendable para la estructura psicológica del niño sentir el abandono de sus padres. «Aunque tiene el respaldo de personas conocidas, el niño siente que no están las figuras primarias en su estructura psicológica. Quizás afecta menos cuando uno de los dos se va primero… pero, lo ideal es que mamá se vaya con sus hijos».
Frente a esta realidad, «el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia UNICEF, hizo un llamado a los Estados y a la sociedad en general para que se brinde protección y atención inmediata y prioritaria a los niños y niñas en su tránsito migratorio«.
Los venezolanos, quizás, jamás imaginaron que la pobreza, el hambre y la violencia los llevarían a huir del país. Los niños, el eslabón más vulnerable en esta cadena de víctimas, reclaman amor, presencia y cuidado, como un derecho irrenunciable.