El martes 4 de febrero se cumplieron 28 años del intento de golpe de estado e intento frustrado de magnicidio en la persona del presidente Carlos Andrés Pérez, comandado por cinco tenientes coroneles del ejército, Hugo Chávez Frías, Francisco Arias Cárdenas, Yoel Acosta Chirinos, Jesús Ortiz Contreras y Jesús Urdaneta, evento que transformó radicalmente la vida política nacional con las consecuencias trágicas que hoy vive la sociedad venezolana.
Comencemos desde el principio. El 2 de febrero de 1989 en el teatro Teresa Carreño se copió en anime y cartón el hemiciclo del Congreso para que la numerosa concurrencia internacional y nacional pudiera apreciar con comodidad la ceremonia de asunción de Pérez que hasta a Fidel Castro invitó al rocambolesco sarao, para que Rómulo Betancourt se revolcara en su tumba.
El 16 de febrero, en medio de gran expectativa, CAP presentó su programa de ajustes conocido como “el paquete”, disposiciones de libre economía en muchos aspectos contrarios al discurso de toma de posesión y las promesas electorales, con medidas de aplicación inmediata y otras graduales en plazos cortos.
Entre esas medidas se contemplaba el incremento anual durante tres años de los derivados del petróleo en el mercado nacional con un primer aumento de 100 por ciento en el precio de la gasolina y 30 por ciento en los precios del transporte. Este mensaje echó por el suelo las ilusiones del regreso a la bonanza de “La Gran Venezuela” de su primer gobierno. Ese mismo día el ministro de Energía y Minas, Celestino Armas, anunció los primeros aumentos de la gasolina para el 26 de febrero y esto fue el detonante de una inesperada explosión social.
Jamás imaginó Pérez que 25 días después de su fastuosa toma de posesión un estallido social de históricas proporciones en Caracas y varias ciudades del país, iniciaría las dificultades políticas de su gobierno y a partir de aquellos sucesos del 27 de febrero y días subsiguientes el gobierno no pudo detener la inesperada caída y nunca recuperada popularidad.
Al día siguiente los desórdenes y saqueos desbordaron a la policía y los militares entraron a controlar la situación en los barrios, con toda suerte de excesos. El presidente suspendió las garantías constitucionales parcialmente restablecidas diez días después, se implantó el toque de queda en Caracas y otras ciudades levantado gradual en los días siguientes. A la semana la cifra oficial de muertos pasaba de 300 e incalculables las pérdidas materiales.
Se obvió la importancia de la comunicación social, no se explicó con claridad el alcance y la significación y fuerza de las medidas económicas, apresuradas por los ministros de la economía sin una campaña de ablandamiento a través de los medios. Esa es otra historia y estos sucesos han sido estudiados y analizados como principal antecedente de los alzamientos militares ocurridos más tarde. Designado comandante general del ejército el 30 de junio de ese fatídico 1989, el general de división Carlos Julio Peñaloza Zambrano, enterado desde su tiempo de director de la Academia Militar de las andanzas de un grupo en una conspiración, en diciembre de ese mismo año “detuve a Chávez y a los conjurados para ejecutar en esos días el golpe que finalmente dieron en 1992”. Un golpe anunciado.
Desde Davos, el presidente ordenó no detener a los conspiradores pero ya estaban presos y al llegar ordenó su libertad. Desde cuando Chávez era capitán, ya Peñaloza lo había denunciado pero en forma misteriosa los expedientes habían sido “lavados” y no los encontró, evidencia de que el oficial sedicioso contaba con apoyos en la intrincada maraña de las fuerzas armadas.
Pérez mantuvo inalterable su programa y las medidas radicales del gobierno a los males económicos de la sociedad venezolana produjeron macroeconómicos resultados satisfactorios en los tres primeros años, pero a un exorbitante costo político y social.
La campaña mediática no desarrollada por el gobierno la hicieron sus opositores y los enemigos políticos de Pérez y así transcurrieron 1990 y 1991, años de protestas, presiones y hasta una marcha de los pendejos del 15 de agosto de 1989 se burló de la gestión oficial y criticó los recientes casos de corrupción y del gobierno anterior de Jaime Lusinchi en Recadi, como el de Martha Colomina, presidente de Venezolana de Televisión por viáticos exagerados de viajes a Nueva York y París.
Lentamente y en silencio en los cuarteles se cocinaba el golpe. Peñaloza fue a informarle a Pérez los detalles de la conspiración en compañía del ministro de la Defensa, general de división Fernando Ochoa Antich, quien lo cuenta en su libro, “Así se rindió Chávez”. El presidente se negó a creerles, pero hasta en la calle se hablaba de los comacates (comandantes, mayores, capitanes y tenientes) agrupados en el Movimiento Bolivariano Revolucionario MBR.
Existían denuncias de corrupción en la cúpula militar cercana a Miraflores y del entorno de Cecilia Matos, compañera sentimental del presidente, entre ellos el proyecto Turpial y la venta por la empresa Margold de un lote de municiones al ejército, nunca entregadas y pagadas a su vendedora Gardenia Martínez, amante del cubano Orlando García, jefe de seguridad de Pérez.
Peñaloza había separado a los comandantes sediciosos de puestos de comando de tropas pero su denuncia al Congreso del negocio de Martínez y la solicitud al presidente de enjuiciar a García le costó el puesto: el 6 de junio de 1991 fue destituido de la comandancia general del ejército. Al poco tiempo repusieron a los conspiradores en los comandos de tropas, desde donde irrumpieron contra la Constitución con las armas de la República.
El 3 de febrero de 1992, en horas de la noche, el ex jefe de Estado llegaba del evento anual del Foro Económico Mundial, en la ciudad suiza de Davos, adonde concurrió a exponer los detalles de su política económica y promocionar en forma directa y personal las inversiones extranjeras en el país.
Mientras el ministro Ochoa Antich callaba y “descansaba” en su casa la asonada se abría camino cuando los golpistas encabezados por el teniente Miguel Rodríguez Torres atacaron en la noche a La Casona, residencia del presidente donde intentaron apresarlo, pero Pérez enterado por sus escoltas civiles que algo “raro” sucedía hizo allí una breve escala y salió al palacio de Miraflores donde las acciones se concentraron poco después.
Desde allí, a las once y media de la noche Pérez llamó a Ochoa para decirle que un batallón de tanques atacaba Miraflores y el ministro le pidió salir del palacio y anunciar un mensaje por televisión. Durante la madrugada y primeras horas de la mañana surgieron enfrentamientos entre las fuerzas leales al gobierno y los golpistas. Una de las imágenes de más impacto esa noche fue una tanqueta del ejército que forzaba entrar por la puerta principal del palacio.
Tras horas de incertidumbre, acompañado del jefe de la Casa Militar, vicealmirante Iván Carratú Molina y sus escoltas civiles, Pérez salió por los sótanos y escapó en un automóvil asignado al presidente Lusinchi, en reparación en el garaje del palacio, yendo a la televisora Venevisión, desde donde se dirigió al país en dos ocasiones para informar sobre la situación y recuperar el control de la situación: “Debemos decir con toda claridad que las fuerzas armadas venezolanas están junto a su presidente y su comandante en jefe. Son grupo ambiciosos los que se han dado a esta criminal tarea de destruir la democracia”.
Cerca del mediodía los golpistas estaban derrotadas en la capital pero persistían en el interior del país hasta las cuatro de la tarde del 4 de febrero cuando Chávez pidió a las tropas rendirse: “Compañeros, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital, no pudimos controlar el poder”.
Este evento transformó radicalmente la vida venezolana, introduciendo nuevos actores en la escena política y por su pésima política militar, ese mismo año Pérez enfrentó un segundo intento de golpe el 27 de noviembre encabezado por los contralmirantes Hernán Grüber Odremán y Luis Cabrera Aguirre y el general de la aviación Francisco Visconti Osorio.
Todos los participantes en esta acción fueron llevados a prisión acusados de rebelión. Algunos fueron sobreseídos, otros dados de baja y el resto encarcelados, para después ser los cabecillas sobreseídos por Rafael Caldera en 1994, para tener una alianza con grupos políticos de izquierda que apoyaron el golpe. Entre los sobreseídos se encontraba Hugo Chávez.
Sería interesante saber si alguna vez Pérez se disculpó con Peñaloza Zambrano por no haberle creído sus denuncias de una conspiración y por qué no destituyó a su Alto Mando Militar encabezado por Ochoa Antich y sancionar la ineficiencia del jefe de la inteligencia militar, general Herminio Fuenmayor.
Juan José Peralta