Mi esposa y yo somos padres de seis hijos. Dolorosamente tres de ellos están viviendo fuera del país. A los otros tres, los que se han quedado, a veces los percibo con deseos de irse, quizás no lo dicen mucho por temor a causarnos más dolor. Nunca imaginé hace 21 años que viviríamos este drama, aunque sabía que un gobierno de Chávez sería funesto. Fuera del país nos han nacido dos nietecitas que no conocemos y no hemos podido ir a conocerlas porque el país donde están, no nos ha dado la visa en las dos oportunidades que la hemos solicitado y mi hija y su esposo a su vez, solicitaron asilo en ese país. ¿Las conoceremos algún día? ¿Podremos ver a nuestra hija de nuevo algún día? Sólo Dios sabe y a Él le ruego terminar esta tragedia venezolana, la más grande de su historia para que pueda estar junta la familia venezolana. Nunca he olvidado que en el último mensaje al Congreso Nacional al terminar su primer gobierno, el presidente Rafael Caldera dijo que durante sus cinco años de gestión presidencial, no hubo ni un solo venezolano desterrado por obra del gobierno que él presidió. Quizás esa misma frase pudo haberla dicho cualquiera de los otros presidentes de la democracia. Así como mi esposa y yo vivimos el dolor de la ausencia de varios de nuestros hijos, ya son millones de venezolanos los que con dolor y frustración han tenido que abandonar su tierra y esta vez sí es verdadera culpa del régimen que ha conducido a Venezuela a la mayor destrucción moral y material de su historia.
Unido al drama del destierro, Venezuela vive el más terrible período de corrupción, de desabastecimiento, de una educación deficiente y sin dolientes. De un sistema de salud caótico, no hay medicinas, ni hospitales dotados para un mínimo de buen funcionamiento. Lo mismo puede decirse del poder judicial. Y nuestras universidades perseguidas y hostigadas. Hace 21 años las universidades eran centros de estudios llenos de optimismo y esperanzas, laboratorios y bibliotecas bien dotadas y cuidadas, cuando entrábamos a los espacios de cualquiera de nuestras universidades, públicas o privadas, se respiraba un aire de estudio serio y de dedicación constante. Los estacionamientos estaban llenos de carros (entonces eran baratos) de profesores y estudiantes, las universidades ofrecían transporte gratuito a sus estudiantes y había clases nocturnas sin mayor peligro, hasta las 10:30 pm. Y tanto entre estudiantes como entre profesores, se respetaban todas las ideas. Todo eso quedó en el pasado. Hoy en día nuestros recintos universitarios lucen vacíos, oscuros, tristes, sin vigilancia, miles de profesores y estudiantes se fueron nostálgicos ante la barbarie que nos ha tocado vivir. Espero que algún día no muy lejano regresen y ofrezcan sus servicios al país que los formó, al país que gastó una verdadera fortuna para formarlos pero que después, gracias a la maldad e indolencia de este régimen que comenzó el 2 de febrero de 1999, los botó. El país que queremos no es este que hoy vemos, lo queremos pujante, rico, desarrollado, estudioso, lleno de trabajo para todo el mundo, iluminado, alegre, con mucho futuro, respetuoso de todas las ideas y unido para hacer de esta casa común un lugar vivible como lo fue en los años de los gobiernos civiles o mejor aún que en ese entonces.
Joel Rodríguez Ramos