El eros como fuerza impuesta al thánatos para preservar la lucidez y la vida, presentada desde su cara trágica y política, inspira el devenir argumental de una brillante novela inspirada en una situación política real -la cruenta represión posterior al golpe de estado en Turquía- y la tradición literaria occidental legada por Bocaccio y su Decamerón, cuya arquitectura inspira el modelo para narrar una ciudad, Estambul, que aún sigue habitando el imaginario histórico y literario de ambas culturas.
Oriente y occidente se dan la mano entrelazando fondo y forma en la novela “Estambul Estambul”. Edit. Minúscula. 2019, del británico de origen turco, Burhan Sönmez, (Ankara, 1965), activista y abogado especialista en Derechos Humanos, quien cuando fuera herido en una manifestación en su país requirió ser trasladado a Londres, ciudad donde una vez obtenida la ciudadanía, ejerce hoy como abogado y docente universitario de Teoría Literaria. Su compromiso le valió el premio otorgado por la Vaclav Havel Library Foundation, a los escritores cuya vida es amenazada por regímenes totalitarios,.
Suele colocarse como epígrafe en muchas novelas, alguna frase que resume la esencia de lo que la contiene. En ésta, la frase reveladora aparece en la última página, a la manera de síntesis del espantoso lugar -el sótano de la cárcel- donde ocurren los acontecimientos: “El infierno no es el lugar donde sentimos el dolor, sino el lugar en el que nadie oye nuestro sufrimiento”. Frase que, para cualquier venezolano sensible de hoy, nos remite de inmediato a los numerosos presos de los cuales sus familiares saben poco o nada, sean políticos o comunes.
Según uno de sus personajes, para entender a Estambul, se requieren tres generaciones. El lector accede a lo largo de 279 páginas, a las voces y narraciones que en el subsuelo de la mítica ciudad, durante diez días intercambian los cuatro personajes, para quienes la esperanza es lo único que poseen: el estudiante Demirtay, el Doctor, Kamo el Barbero y Kuheylan. Compañeros de celda y desdichas, se cuidan entre sí las heridas y para no entregar ninguna información que pueda ser arrancada en tortura a si mismos o sus compañeros y puesto que la oscuridad les impide tener noción del tiempo, habitan mediante la palabra del que narra, única vía para trascender la estrecha celda, los espacios de la imaginación, muchísimo más amplios, en donde discurre el humor, el erotismo, lo cotidiano o lo extraordinario, propio de amores y desencuentros humanos.
Antes de que coincidieran los cuatro, ya Kuheylan y su acompañante practicaban la evasión apelando a la poderosa imaginación: “Cuando los guardias volvían a su habitación, Demirtay y yo soñábamos con salir de allí, nos íbamos a lugares lejanos. Nos montábamos en un buque con bandera panameña que pasaba por el Bósforo y nos dirigíamos hacia el Mar Negro. En la cubierta soplaba una brisa fresca; una mar agitada y las gaviotas nos acompañaban durante la navegación. Solíamos ver la televisión con un tripulante que tenía las manos negras de grasa. Hablábamos sobre la película que daban en la televisión. Si la película duraba dos horas, la alargábamos dos horas más…”
Una profunda y conmovedora belleza se despliega en el tratamiento del tema y del lenguaje.En la creación del mundo paralelo construido durante diez días de reclusión,mediante la argamasa de las tradiciones orales y los sueños de liberación y sobrevivencia como alternativa al mundo real del horror de la tortura y vejaciones comunes a todos. Los cuatro coinciden en que Estambul, la enorme ciudad que está por encima de ellos, les podía calentar el cuerpo abrigándolos o tratarlos como desechos del inodoro, razón por la cual se afincan en sus deseos de cambiarla.
El capítulo final remata el sueño de todos. Se imaginan que fuman y están libres, que van a casa del Doctor a reunirse. Que oyen el ruido de coches que pasan, las sirenas de los barcos y los gritos de las gaviotas. “Ven” la mesa del balcón vestida con mantel de encaje y cubierta de delicias, los largos vasos con el raki servido, el viejo tocadiscos entregando una vieja canción turca cantada por la difunta esposa del Doctor y al fondo “oyen” el giro de las hélices de los barcos. Miran los tejados alineados de las casas bajando como escalones hacia el mar.
Pero unos disparos cercanos les hacen preguntarse incluso al lector: “¿Era la vida o la muerte la que llegaba? Levanté la cabeza. Vi en lo alto el ave del tiempo planeando en las profundidades de la oscuridad. El ave del tiempo había extendido las alas y ocupaba todo lo que había a su alrededor… Una de las alas se había teñido de dolor, la otra de belleza. ¿Podría alcanzarla si me levantase y extendiese el brazo? Si me pusiera de puntillas y alargara los dedos, ¿podría tocar las negras plumas del ave del tiempo?
Sin duda, la literatura siempre nos recordará el poder y la belleza de la imaginación.
Marisela Gonzalo Febres