Siempre me conmueve la procesión de la Divina Pastora cada 14 de enero. No es igual todos los años. Cada vez percibo un hecho nuevo, inusual, especial, que me la hace ver diferente. El amor nunca cansa, el amor es novedoso, quizás entonces el amor a nuestra excelsa patrona haga que para mí y para muchos, cada 14 de enero sea como la primera vez que asistimos a esa enorme procesión que recibe a su amada Divina Pastora en Barquisimeto, aunque tengamos toda la vida, desde niños, asistiendo a este magno evento, el más grande de la vida barquisimetana. Este año, la Virgen más hermosa, más maternal, más barquisimetana, recibida extraordinariamente en la Catedral por una incontable cantidad de fieles que la acompañaron con fe y devoción. La Virgen llevaba un espléndido vestido blanco, con un manto hermoso alusivo al aniversario de los 300 años del fallecimiento de San Juan Bautista de La Salle. Varios días antes de la procesión leí explicaciones detalladas del Manto que llevaría la Virgen. Fue de justicia para con la Congregación de los hermanos de La Salle, que el Manto se refiriera a su fundador. La Congregación de los hermanos cristianos ha tenido siempre, una esmerada dedicación por la educación de innumerables generaciones de barquisimetanos. La Divina Pastora agradece esa invalorable dedicación de los hermanos de La Salle, que nos llena de esperanza y de alegría. Los barquisimetanos todos, sentimos que la Divina Pastora asume para Ella nuestras penas y dolores, y sonríe con nuestros gozos y esperanzas. De hecho los católicos sabemos que junto con la Fe y la Caridad, la Esperanza es una de las tres virtudes teologales, es decir, una de las virtudes que si no se vive, se atenta contra la misma esencia de Dios Padre que nos ha creado para que seamos felices. “Estad alegres, os lo repito estad siempre alegres”, nos pide San Pablo a los cristianos. Y la virtud que nos hace alegres es la Esperanza. Lo contrario de la esperanza es la desesperación y para un cristiano, por muy duro que parezca el camino, y vaya si lo es actualmente para los venezolanos, nunca habrá motivo para la desesperación.
Vivimos momentos difíciles, no solo en Barquisimeto y en Venezuela, sino también en el mundo entero. A veces pareciera que no hubiera motivos para estar alegres: Guerras fratricidas, robos, asaltos, homicidios, engaños, secuestros, terrorismo, valores sempiternos que se caen, niños maltratados, vejados y mujeres maltratadas y vendidas, materialismo teórico y materialismo práctico, consumismo desmedido, desigualdades irritantes, pestes y epidemias viejas que resurgen y nuevas que amenazan, hambre, abandono de responsabilidades y algo que me aterra: el cansancio de los buenos. A veces pareciera que nos diera el síndrome de lo irremediable. “Ya esto no tiene remedio”, oigo con frecuencia. La Virgen Divina Pastora, Esperanza nuestra nos recuerda que Dios existe, que es el bien por excelencia, que a ese bien estamos obligados a estar cerca, difundirlo, extenderlo. La Divina Pastora me recuerda aquel punto del libro Camino de San Josemaría Escrivá que leí hace muchos años: “Estas crisis mundiales son crisis de santos”. Lo son, no se sabe qué mueve al hombre cuando cada mañana se levanta a sus actividades: el dinero, el poder, la figuración, el dominio de sus semejantes, pareciera que nunca lo mueve el bien común de la sociedad. Eso es precisamente lo que ha hecho convulsionar el mundo toda la historia de la humanidad, el egoísmo y la falta de valores éticos capaces de mover al hombre hacia el bien y la verdad.
La devoción a la Divina Pastora nos habla pues de esperanza, de respeto y amor a nuestros semejantes. Aunque cueste en muchos casos. Por supuesto que al amparo de nuestra Divina Pastora, hay que buscar el progreso hay que acompañarlo con el intelecto humano, la capacidad de trabajo y agotar todo el esfuerzo para crear un mundo mejor, pero sin olvidarse de Dios, si prescinde de Dios, todos los esfuerzos que haya podido hacer, quedarán en la nada, serán inútiles. La Divina Pastora nos renueva la esperanza y nos anima a luchar hasta el final de los días de cada quien en esta tierra.
Como en años recientes, la procesión de la Divina Pastora estuvo acompañada por la voz esclarecedora de nuestros obispos. El Administrador Apostólico de Barquisimeto, en una brillante y emotiva homilía, reforzó la idea de un cambio en la conducción de los destinos de Venezuela. Para ello, el Administrador Apostólico hizo un símil con nuestra actual situación y relatos bíblicos anteriores a Jesús. Muy acertada esa exposición. Tanto sufrimiento de venezolanos, presos políticos torturados y asesinados, violación de los Derechos Humanos, atroces ejecuciones, millones de venezolanos desterrados sin razón, enfermos que mueren por falta de medicinas o atención médica, laceran el alma y sobre todo el alma de quien profese amorosamente la fe de Jesucristo. La respuesta de las más altas esferas del régimen usurpador, han sido amenazas y mentiras, “Cada vez el pueblo venezolano se aleja más del catolicismo”. Qué mentira tan grande, basta un botón para muestra: Las fiestas de la Virgen del Valle en Margarita, la Chinita en Maracaibo y la Divina Pastora en Barquisimeto, nada ni nadie mueve más gente en Venezuela que esos acontecimientos. Sabotear todo acto religioso donde se hable mal del régimen usurpador, han dicho los voceros del régimen. No saben lo que dicen. Dios no perdona a quien lo agrede y no se arrepiente. Desean reducir a las sacristías la labor de los sacerdotes, como si no tuvieran sangre que les hierve al ver tanta maldad. El cardenal Joseph Ratzinger (Benedicto XVI), en su libro Creación y Pecado, afirma que “Cuando se defienden los Derechos Humanos, cuando se proclama la dignidad de la persona humana, cuando se defiende el sagrado don de la vida y de la libertad, cuando se piden gobiernos democráticos y alternativos, cuando se solicita tolerancia y justicia social, no se hace política, sino Pastoral”. Clarísima explicación, el que tenga oídos que oiga.
Joel Rodríguez Ramos