#OPINIÓN Nostalgia pastoreña #18Ene

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El martes fue la procesión y no pude estar. La seguí con nostalgia por televisión mientras escribía pendientes. El trabajo y las incertidumbres del combustible se me atravesaron y frustraron el cumplimiento de esa cita anual. Es verdad que la visito de cuando en cuando en su casa de Santa Rosa y me gusta, pero todos sabemos que no es lo mismo, recibir a la Virgen en medio de la multitud fervorosa, bajo el solazo de enero, dar el feliz año a los amigos de toda la vida, ver a las pastorcitas y pastorcitos de las promesas, apreciar aquel mar de gorras del Cardenales, maniatados por cierto la víspera por un paisano cuyo apellido sonó en La Cruz Blanca. Esa, es la experiencia máxima de la barquisimetanidad.

“Con su visita el pueblo entero se reúne en procesión”, escribió en 2003 otro ausente del martes, el Negro Sigala, amistad que se enlaza con el parentesco y la consecuencia de nuestras madres y abuelas. Es que ese día somos un solo pueblo. Las diferencias se disuelven en ese caudal múltiple de fe, sentimiento, tradición. También lejana, Rosario Anzola Delgado, hermana de la mejor hermandad, escribe desde Cádiz donde a once grados de temperatura visitará a la Divina Pastora gaditana. ¿Cómo no me va a alegrar saber de ella precisamente el 14 de enero? Lo mismo recordé todo el día a grandes pastoreños. A tres de ellos destaco por el particular aprecio que nos unió y por la admiración que por cada uno tuve y tengo, verdaderos símbolos de lo mejor de nosotros. Eligio Anzola Anzola, gran señor de la política; Ricardo Hernández Álvarez, gran señor del derecho y Manuel Caballero, historiador eminente y hombre de pensamiento, de quien guardo legado de nuestra querida zagala y quien, en contraste con los otros dos, lasallistas como quien escribe, profesaba un ateísmo sui generis que no le impedía en absoluto  la devoción mariana, “porque una cosa es Dios y otra la Divina Pastora”. Por cierto, tres visiones distintas de entender la vida civil unidas por la convicción del respeto como base de la convivencia.

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En la política, por cierto, estuvo metido y muy metido el Padre Macario Yépez, protagonista en esta tradición ciento sesenta y cuatro veces reiterada ya, barquisimetano hijo de tocuyano y quiboreña, conservador, paecista, activo en la Sociedad Democrática fundada por Andrés Guillermo Alvizu. Congresista fue por Barquisimeto y Presidente de la entonces Cámara de Representantes en 1844. Honor que siempre sentí como un compromiso fue compartir con el Padre Macario Yépez el ejercicio de esa exigente responsabilidad en el Estado. Somos cuatro que yo sepa, los diputados de Lara en presidir el foro siempre caliente de la Cámara baja, porque también le tocó a Alirio Ugarte Pelayo en 1965 y antes a un yaracuyano de Cocorote, elegido por aquí representante tras largo y respetable ejercicio profesional entre nosotros, Manuel Vicente Ledezma en 1962. Por la representación popular en el Parlamento tengo el mayor respeto. Así,  es imposible ser indiferente a su crisis presente con tan graves implicaciones para el pueblo al cual ha de servir.

Ramón Guillermo Aveledo

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