Margarita se puso en cola desde las doce y treinta del mediodía, en plena digestión de su frugal almuerzo, para gastar el medio petro que le fue depositado en una cuenta oficial. En su mente hizo cálculos para comprar pollo, queso, carne y aceite, productos que desde hacía tiempo habían desaparecido de su despensa clase media.
La cola era lenta porque el sistema electrónico a ratos se suspendía o porque la maquinita no registraba las huellas dactilares de algunas personas de la tercera edad. Pero Margarita no se movía porque sabía que el negocio estaba bien abastecido y alcanzaría para todos quienes pacientemente esperaban.
Las conversaciones se hicieron fluidas entre las personas alineadas en la espera y aunque el malestar por la crisis general del país era el eje axial de los coloquios siempre había oportunidad para intercambiar recetas culinarias y recordar a los familiares que en éxodo forzoso residían en otros países. Con dos bolsas, una en cada mano, de la tienda salió Julia Isabel y con efusión saludó a Margarita indicándole de inmediato que había comprado un kilo de carne, un pollo de kilo y medio, un kilo de queso. un paquete de harina de maíz y granos. Casualmente una lista de productos muy parecida a la mía, le respondió y eso le dio ánimos para continuar con paciencia en la cola.
Pero pasaba el tiempo y la gente no se movía o lo hacía muy lento, ello fue acunando un sentimiento de irritación, molestia y agresividad contenida. Se metió el Sol, las calles fueron quedando solas, pasó la hora de la cena y los teléfonos sonaban por llamadas de familiares preocupados por la ausencia, las mismas respuestas, estoy todavía en cola pero ya falta poco, tranquilo que estamos dentro de un centro comercial y conmigo esta gente conocida.
A las 8 y treinta de la noche Julián el hijo mayor de Margarita se apersona al sitio para acompañarla y le dice que mejor se vayan a casa que probablemente no la atenderían. Ella mira hacia atrás y ve que quedan pocas personas en la cola y que por delante de ella había nada mas como 20. Ella le susurra a su hijo que seguramente atenderían a todos quienes faltaban porque delante de ella, como a tres espacios, estaba una dama muy conocida en Barquisimeto, de mucho prestigio ciudadano.
Pero a las nueve en punto de la noche salió la administradora del negocio y dice que ya no atenderían más, que disolvieran la cola porque solamente servirían a quienes estaban dentro y ya el personal se estaba preparando para irse a sus casas en un transporte que los estaba esperando. Se genera un gran malestar y todos se apretujan en torno a la empleada para decirle que solamente quedaban 15 personas en fila y que era injusto que no pudieran comprar luego de más de ocho horas en cola. La administradora se muestra implacable y ante las quejas decide llamar a un vigilante para que cierre las puertas y no deje pasar a más nadie, esta medida solamente enoja más a los clientes y comienza un forcejeo a la entrada. De primera en la cola había quedado la ilustre dama, conocida colectivamente por su altruismo en beneficio de quienes requieren de silla de ruedas y además por su trabajo apostólico dentro de la Arquidiócesis de Barquisimeto.
El vigilante un hombre de más de uno ochenta de estatura y noventa kilos de peso salió del local y procedió a cumplir las instrucciones de la Administradora, pero las personas en la cola, en su mayoría damas de la tercera edad no se resignaban a quedarse fuera sin comprar. Comienzan voces en tono agresivo y empujones, la dama y benefactora, que está en primer lugar de la cola es impelida hacia adelante y para no caer intenta sujetarse a la camisa del vigilante y este pensando que la mujer de 45 kilos y casi ochenta años de edad representaba un serio peligro para su integridad física la empuja con tal fuerza que la eleva sobre el suelo como si fuese la escena de una película de acción.
En este preciso instante, cuenta Margarita, de no se sabe donde surgió una figura inconfundible que con sus manos evito que la dama agredida pegase su cabeza al suelo. Fue algo instantáneo que solamente vimos mi hijo Julián y Yo. Ella se colocó justo donde iba a caer la señora y como agachada la recibió poniendo sus manos y vestido como soporte. Se debe haber golpeado duro porque el empujón la elevo por los aires pero no se fracturo la cabeza gracias a la intervención de La Divina Pastora, doy fe de ello porque lo vi, fueron segundos pero la vi, Salve Virgen Santa protectora de nuestras almas.
Jorge Euclides Ramírez