Comienzo de año con una reflexión sobre los distanciamientos, ante todo políticos, que se miran como causa y consecuencia de un estado existencial contaminado, personal y colectivo, que nos atañe en lo que hemos llegado a ser por reiterado: selva que nos traga, barbarie, cada quien en su árbol.
A ver si me explico pues siento que los alejamientos, los verbales incluso, son una de las primeras fases de lo que finalmente serán rupturas que las hay y de golpe, pero que generalmente son el producto de procesos mayores en el tiempo, que van minando la solidez de las relaciones, confianzas, lealtades, afectos y amores, intereses compartidos, consensos posibles, la fe.
La historia patria que conozco a brincos y se subraya en libros y contares y me sé de memoria por lo que se repite en ella desde la independencia a esta parte, es fundamentalmente la de tensiones y rupturas entre liderazgos personalistas, caudillescos, que se resuelven en escaramuzas, guerras las llaman, y que provocan muertes, cautiverios, prisiones, exilios, en suma retroceso, odios y rencores que no cesan y crecen más bien en la pobreza y sufrimientos que generan.
El diálogo, los consensos, las alianzas y los pactos son de naturaleza más elaborada, civilizada digamos, escrita por lo menos, y han tenido y dado no pocos frutos en nuestro devenir como nación, la democracia por ejemplo quisiera resaltar a todas estas.
En el origen de la dictadura que padecemos hoy se encuentra entre tantos factores, pero es el que quiero destacar en estas líneas, el de la indisposición entre los liderazgos nacionales, que algunos llamaron pomposamente «élites», a falta o en exceso de creatividad intelectual o producto de la improvisación.
Lo cierto es que el fenómeno del distanciamiento entre los actores y factores de poder en Venezuela, en su sentido social más que en el exclusivamente posesivo o carismático, está por estudiarse, anda realengo aún.
Si la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, que a las alturas de lo vivido en el presente pareciera más bien cuento de hadas, salió por la fuerza de la unidad lograda por la oposición y la paralela debilidad del gobierno, la democracia fracasó más por la implosión de los propios que por la cohesión de los contrarios.
Y dicha implosión, que hasta traición entre aliados llegó a ser, se caracterizó por envidias, locuras, estados alterados de conciencia de una sociedad que se dejó arrastrar por el abismo de la destrucción en la que andamos y de la que todavía no encontramos cómo salir.
Ese doloroso error que lleva ya 20 años en su hechura y que mucho tiene que ver con la dirigencia y por supuesto con una población enloquecida, de conciencia mineral-extractiva-petrolera en suma, que cambió en lo más preciado de la vida de un pueblo, su dignidad, soberanía incluida, por una aventura rocambolesca de la cual todavía no encontramos despegue, nos persigue y nos repite históricamente.
Entonces cómo no mirar con preocupación y dolor diario que la unidad de factores necesarios para desatar este nuevo nudo histórico que hoy nos ahorca no se concrete.
Y no es que no haya habido esfuerzos por resolver lo que está la vista de todos y que es la precariedad de una oposición distante y la debilidad social paralela que no logra imponer agenda y ritmos a la dirigencia política opositora.
O es que los dirigentes políticos son independientes de los movimientos que dicen representar.
El gobierno por su parte se arrellana en el poder de la fuerza humillante y el dinero despilfarrado, en la debilidad de la oposición interna y externa, y en la posibilidad de repartir y compartir poder, a pesar o en razón de la destrucción del país.
Nada fácil la tienen en estos tiempos que transcurren los estrategas políticos de la oposición para construir liderazgos coherentes y reactivar a una población ya a estas alturas descreída y sin fe pero que al mismo tiempo que se resiente del fracaso de sus expectativas y luchas requiere hoy más que nunca de una dirección política, ojalá que democrática y organizada, que la saque de la sombra del ensimismamiento resultado de la frustración y la penuria que vivimos.
Urge, no sé, de un grandioso movimiento que ponga en las calles un gran pacto de voluntad política nacional que conmocione y exija a la dirigencia política ocupar el puesto y las responsabilidades que debe desempeñar por vocación y obligación. O es que los líderes democráticos de nuestro tiempo en Venezuela son reyezuelos distanciados dictadores ególatras en los espejos de su particular castillo desconectados de las exigencias que la sociedad les plantea.
El año comienza, la dictadura sigue, la oposición bosteza. Qué hacemos. Quién lo hace. Despertamos o erramos, otra vez.
Leandro Area Pereira