Las fiestas de fin de año conmemoran no sólo el nacimiento de Cristo sino el paso inexorable del tiempo. Consciente o inconscientemente, cuando pasa un año, hacemos balance de lo vivido en éste: logros, triunfos, fracasos, desengaños, pérdidas de seres queridos, ganancias económicas o espirituales, etc. Pasamos revista, agradecemos los bienes y nos proponemos a enmendar los males, si está a nuestro alcance. Renace el optimismo y la esperanza que se habían ido marchitando en el año que termina. Hay a quienes les gusta llorar en Noche Vieja, hay quienes reciben alegremente en una fiesta el año que nace, hay quienes cumplen una serie de tradiciones y supersticiones, como ingerir 12 uvas, una a una, en cada campanada del reloj, comer lentejas, usar una prenda interior amarilla, sacar maletas a la calle, tirar monedas en el jardín…, en fin, una serie de costumbres criollas o importadas que algunos cumplen como un rito religioso, sea por fe supersticiosa, sea por seguir la corriente y divertirse.
Hay otros que se las echan de escépticos, todo lo anterior lo tachan de tonterías y el cambio de almanaque lo consideran una jornada cualquiera. Es cierto, anochece el 31 de diciembre y amanece el 1 de enero, como todos los días. Sin embargo, no es tan cierto.
En el mes de diciembre, la fuerza de la costumbre ha hecho que sucedan muchas cosas: vacaciones, pago de aguinaldos, prestaciones sociales, entradas extras para la familia que inmediatamente gasta en ropa nueva, juguetes para los niños de parte de San Nicolás, el Niño Jesús o los Reyes Magos, hallacas, pernil, jamón, pavo, turrón, dulce de lechosa, torta negra, vino y otros licores para celebrar las cenas de Navidad y Año Nuevo…, en el mejor de los casos, porque en el estado económico deplorable que está nuestro país, es seguro que en la mayoría de los hogares este despliegue de bienes se ha reducido a la mitad de la mitad, siendo optimista.
Sin embargo, ¡tenemos nuestras fiestas! Nadie nos puede quitar la celebración de Nochebuena, cuando conmemoramos el momento en que el vértice del tiempo se inundó de luz porque nacía el Redentor. La humanidad tenía siglos de espera, un inmenso compás de adviento durante el cual se fue preparando este acontecimiento. Si estudiamos a fondo religiones, filosofías, ciencias, teorías y especulaciones, en medio de sus aciertos o equivocaciones, encontramos un punto convergente sea de tiniebla o luz, de duda o certeza, de pregunta o respuesta. Yo creo que es de luz, pero ésta es tan fuerte, tan brillante y esplendorosa, que a muchos ciega y permanecen en tinieblas, otros escudriñan en éstas todavía buscando, inseguros, la verdad; y otros, como a San Pablo, después de la ceguera absoluta provocada por la luz, se les caen las escamas de los ojos y del alma y se anegan en esa luz.
Hace más o menos 21 siglos nació en Belén de Judá, Jesús, el Hijo de Dios, el Verbo, segunda persona de la Santísima Trinidad, el Mesías, el Rey de Israel. Pocos lo reconocieron, pero los pocos que lo hicieron, con él, cambiaron la historia y la medida del tiempo: antes y después de Cristo. Hace 20 años que entramos en el tercer milenio de esta historia. El mundo ha avanzado, sí y mucho, pero sigue la ceguera, las tinieblas, no hemos podido erradicar lo que no es. El mal impera en el planeta tal vez como nunca, porque ahora con la globalización se expande rápida y eficazmente. La ciencia se empeña en encontrar métodos para prolongar la vida y al mismo tiempo para quitarla, se alarga la vejez y se coarta el nacimiento de las nuevas generaciones. Los países dictan leyes para aniquilar a los hijos en el vientre de las madres y para destruir la familia.
Pero nadie nos arrebata la esperanza porque sabemos que sucedió algo trascendental en aquel 25 de diciembre y los 33 años siguientes, algo que llevó a cambiar el calendario: cesó la Antigua Alianza, nacía otra. La fiesta sabatina pasó a ser dominical, porque en ese mismo primer día de la semana, cuando Dios empezó su obra, resucitó el Dios Hombre. Entonces, sin romper con el pasado sino afirmándose en éste, sin solución de continuidad, pues los judíos no convertidos serán siempre nuestros hermanos mayores -el cristianismo nació en la sinagoga- comenzaron y están vigentes, la Nueva Alianza y la Nueva Creación.
Alicia Álamo Bartolomé