Hablar de amistad en los tiempos que corren pareciera no sólo ser urgente sino complicado, por aquello de estarla padeciendo como práctica institucional de complicidad en la alianza para delinquir, lo cual ha acentuado daños y padecimientos sociales. La suscribo desde la relación profunda establecida entre personas cuyas coincidencias en pensamiento y acción, son lo suficientemente claras como para conservar la autonomía individual en cuanto a los valores fundamentales que nos competen a todos.
Valorada desde la antigüedad, la amistad tuvo en sus comienzos una valoración esencialmente varonil por estar relacionada con el heroísmo y el patriarcado. Fue necesaria la evolución social para que las mujeres pudiésemos percibirla y sentirla fuera de los estrechos marcos domésticos que determinaban las posibilidades de libertad en la escogencia y variedad de relaciones amistosas con sus congéneres. Ni que decir de la amistad entre hombres y mujeres que aún a estas alturas, sigue siendo motivo de discusión y de prohibición en numerosas sociedades.
Si partimos que toda amistad implica confianza, reciprocidad y diálogo para propiciar y construir consenso, es evidente que estimula un clima en el cual el cuestionamiento y la autocrítica no sólo son posibles sino necesarios. Y si la concebimos como una relación cuyas características también pueden aplicarse en el ejercicio de la ciudadanía, es evidente que ésta sale ganando y que su construcción bien puede tomar en consideración los lazos que suelen unir a los individuos entre sí, que en el caso de la amistad, facilitan el diálogo, salir de su mismidad y caminar por los espacios de la otredad, en función del bien común, más allá de militancias, partidismos e ideologías, aprovechando las relaciones de confianza que permitirán promover la convivencia a partir de valores compartidos, que por pertenecer a una cultura e idiosincrasia común, favorecerán la construcción de lazos comunes a todos los sectores sociales.
Es interesante observar cómo en los llamados países desarrollados, el individuo se aísla cada vez más colocando en las instituciones la solución de sus problemas y en sus políticos y representantes elegidos, la vigilancia de sus actuaciones. Sin embargo, numerosos escándalos financieros y políticos demuestran que sin la participación ciudadana activa, las actuaciones públicas y privadas, suelen salirse de las normas.
Pocos países pueden darse el lujo de valorar la democracia como el espacio en donde la política es parte de la vida cotidiana y se ejerce como tal y el ciudadano asume su defensa y deberes de manera colectiva, cerrando toda brecha que pueda aparecer entre gobierno y gobernados, para que la comunicación y servicios fluyan y garanticen la funcionalidad de la gobernabilidad y participación ciudadana en todos los procesos políticos.
Nuestro caso es diferente. Nuestra herencia hispanoamericana parte de la consideración, de que la política es para los políticos y los gobernantes son unos privilegiados que dirigen los procesos políticos. Es costumbre no consultar la opinión pública a lo cual hay que añadir, la presencia del militarismo en regímenes de fuerza o tras bastidores, vigilando, fundamentados en una especie de derecho adquirido en las batallas independentistas.
Desafortunadamente, nuestras democracias no sólo son muy desiguales entre sí, sino que no hicieron el recorrido cultural e histórico que permitiera la independencia plena de la ciudadanía y sus derechos, pues aún permanecen diferencias económicas abismales entre las diversas clases sociales y en algunos países persiste la huella del ejército en todas las estructuras del poder político de Latinoamérica. La amistad en las relaciones de poder se pervierte al desaparecer la relación de espiritualidad que permite compartir ideales y se convirtió en complicidad para recorrer el sendero de la impunidad.
La amistad, está a prueba entre nosotros pues quienes emigran, incluyen entre sus seres queridos tanto a la familia como a sus amistades. Sus cualidades como la de interrelacionarse libremente y entregar lo mejor de sí, en una relación de ciudadanía, la alimenta y fortalece por su capacidad de cohesión social y personal, puesta al servicio del cambio y la cooperación en pro del bienestar colectivo.
Nos corresponde ahora repensar el ciudadano que queremos ser en estos tiempos tormentosos y el que vendrá en la reconstrucción del país. Construir vínculos a partir de ser ciudadanos más corresponsables, participativos y solidarios, es posible si valoramos en su justa dimensión una de las cualidades que nos identifican, como lo es la cordialidad y el valor que le damos a la amistad en proyectos comunes. Ayudará a superar el personalismo y la arbitrariedad al estimular la cooperación como consecuencia de cimentarse sobre la confianza. Y resolverá uno de los más graves problemas de relación actual, efecto del autoritarismo y la exclusión: el fomento de la sospecha y desconfianza en quien piensa distinto.
Alfred Jarry lo resumió hace tiempo: “No es divertido estar libre si se está solo.”
Marisela Gonzalo Febres