La sociedad venezolana sufre del Síndrome de Adaptación General descrito por Hans Selyen. Ya pasó de la fase de alarma y ahora está en situación límite entre la resistencia y el agotamiento, con tendencia clara a entrar en esta última y adaptarse indefinidamente a un letargo patológico.
La República ha sido sometida por la violencia sin límites ni escrúpulos, ante las protestas cívicas el régimen ha respondido con planes conjuntos donde militares y civiles armados han causado muertos y heridos, mediante despliegues agresivos que han incluido allanamientos ilegales de viviendas y zonas residenciales, como podemos recordar sucedió en el año 2017 cuando personas vestidas de guardia nacional entraron a apartamentos a punta de fusiles a detener jóvenes e ingresaron en estacionamientos donde con saña destruyeron vehículos estacionados.
En nuestro país la represión de manifestaciones no ha sido para dispersar sino para matar y destruir y esto ha quedado grabado en la conciencia de todos los venezolanos, quienes ante las convocatorias para actos públicos valoran la efectividad de su presencia en la calle, jugando al cálculo de posibilidades de la oposición, de tener éxito o de repetir fracasos anteriores. No es indiferencia, no es indolencia ante el drama nacional, no es apatía ante un destino siniestro, es desánimo y precaución porque el régimen ha demostrado que no le importa sembrar de cadáveres las calles en su propósito de mantenerse en el Poder a toda costa.
Esto es parte del reacomodo social y parte también del reacomodo político de la población, ahora el esfuerzo es por sobrevivir y si las estrategias y acciones de la oposición no ofrecen opciones claras y retributivas del esfuerzo que exigen los lideres, la ciudadanía se mantendrá a la expectativa sin tomar riesgos y sin apoyar iniciativas que no contengan propuestas concretas.
Indudablemente que la propuesta básica, legal, constitucional, con apoyo de toda la comunidad internacional, para superar el drama que vivimos son elecciones. Pero el hacer elecciones en Venezuela pasa por el requisito fundamental, indispensable, insustituible y absolutamente imperativo de contar con condiciones de transparencia inequívocas, con un árbitro imparcial y una observación internacional rigurosa. No es nada fácil llegar a ello, y para superar este reto no hay otro camino que sentarse en una mesa de negociación, lo cual también esta satanizado por quienes sostienen que con delincuentes no se dialoga y que por ello la única salida posible es que fuerzas armadas extranjeras invadan Venezuela, asuman el control militar del país y luego convoquen a elecciones. Algo que ningún país, de los que pueden hacerlo, está dispuesto a hacer. Simplemente porque ellos no se toman a juego las declaraciones del régimen sobre la gente armada con la que cuenta, que demostraron eficiencia el 22 de Febrero en las fronteras de Colombia y Brasil y que están monitoreadas por los cuerpos de inteligencia de estos países aliados, quienes saben que estos paramilitares no son los borrachitos e indigentes que se muestran en tono de burla por las redes sociales, sino que son grupos peligrosos, bien equipados y mejor entrenados por los fundamentalistas islámicos y la guerrilla colombiana.
Así que la salida que nos dejan son elecciones, pero el régimen no quiere, no acepta, no negocia elecciones presidenciales sino únicamente parlamentarias y para ello se inventó una mesa de negociación paralela donde no está representada la Asamblea Nacional. Frente a esta posición intransigente las fuerzas democráticas estas divididas en dos bandos gruesos. El primero dice que se debe insistir en la ruta original que comienza con el cese a la usurpación, que la presión de calle tiene que incrementarse en este sentido y al mismo tiempo solicitar a Estados Unidos y el resto de países amigos que intervengan militarmente para salvarnos. La otra sostiene que está muy claro que no habrá invasión y que tampoco tenemos fuerza de calle para imponer la agenda de nuestro gusto y por ello hay que participar en las elecciones que sean. El gran y gravísimo problema de ambas posiciones es que se han convertido en excluyentes, la primera disfruta de un amplísimo apoyo aunque no pueda materializarse y la segunda está satanizada, al punto que de darse unas elecciones parlamentarias la abstención amenaza con destruir a las fuerzas opositoras.
Ahora bien, éstas posiciones encontradas parecieran estar encarnadas por plataformas políticas que no tienen control de la Asamblea Nacional y que dentro de ella existe el acuerdo de una vía más equilibrada, lo cual no es cierto, allí dentro la disyuntiva es la misma que existe afuera. Obviamente Juan Guaidó, quien se hizo líder en las protestas de calle y ama y necesita de esa calle para mantener su liderazgo, está ganado para lo que piensa la mayoría ciudadana sobre el cese de la usurpación, pero también sabe y de fuente directa que este cese a la usurpación no cuenta con respaldo militar extranjero, por ello hace esfuerzos heroicos por mantener un equilibrio entre ambas posiciones al costo de un progresivo deterioro de su liderazgo, el cual se mantiene alto pero bajo criticas y sin aclamación.
Entonces el reto es como reactivar el entusiasmo ciudadano para que abandone su papel de refugiado en su propio dolor, nacido del reacomodo mortal que padece. Como lograr un esquema unitario entre una parte de la oposición conectada con la emoción mayoritaria y la otra parte conectada con la realidad y lo concreto de los apoyos internacionales. Es tan sencillo que parece una perogrullada decirlo y no es otra cosa que pedir, luchar, exigir por todas las vías que se hagan unas elecciones presidenciales. Movilizar al pueblo tras ese objetivo, decirles claramente de lo que se trata, explicarles que no tuvimos éxito en el cese a la usurpación propuesto porque calculamos mal la respuesta del régimen. Informarles que no habrá intervención militar pero que tenemos apoyo mundial para realizar elecciones presidenciales. El régimen no quiere pero si logramos una gran presión de calle, unitaria y responsable en esta dirección, esta crisis tendrá una salida. Lo que no podemos hacer es continuar divididos entre una intervención militar descartada por quienes pueden implementarla y unas elecciones parlamentarias que serian la sepultura de toda la oposición democrática.
Dios nos ilumine. Dios con nosotros.
Jorge Euclides Ramírez