El secretario del Despacho recibió una llamada telefónica. Le anunciaron que era urgente y que le comunicaran al primer mandatario nacional. Eran la una y tanto de la tarde cuando el general Medina Angarita levantó el auricular en su despacho de Miraflores. Posterior a una larga pausa se escuchó decir al Presidente: -¡Qué broma! ¡Pobre hombre! Vamos a tratar de ayudar a la viuda… Luego colgó y le dijo a Pedro Sotillo, asistente de la Presidencia: -Mataron a Petróleo Crudo. Pedro… Hicimos todo para ayudarlo, pero ese negrito era una vaina.
Cruz Crescenio Mejía, alias «Petróleo Crudo», era el rey de los ladrones venezolanos. Desde 1928 había ganado sitio privilegiado en la última página de todos los periódicos de circulación en Venezuela.
Cuando la insurrección estudiantil de 1928, Petróleo comenzó a robar mangos y cambures por la plaza del mercado de San Jacinto. Las crónicas atestiguan que cierto día le arrebató diez bolívares a un arriero, cerca de La Atarraya. Cuando la policía lo atrapó, como castigo lo mandaron para la carretera de La Piña y como uno de los preceptos favoritos de Juan Vicente Gómez era: «cárcel no es hotel», entonces los presos trabajaban de sol a sol (desde las seis de la mañana hasta las cinco de la tarde). Así se construyeron las mejores y aún vigentes carreteras y puentes del país.
Un día Petróleo le dijo a «Mano de Seda», otro hampón de renombre: «esta vaina es no pa’ mí» Días posteriores no lo vieron más, lo que supuso que se evadió. Tres meses después lo capturaron y lo recluyeron en La Rotunda. Allí pasó una temporada, pero poco después de la muerte de Gómez,le conmutaron la pena alegando que ya había pagado por su delito.
El 12 de octubre de 1936 lo agarraron robando una joyería y lo mandaron a la isla del Burro. Tenía muy pocos días allí cuando fingió estar enfermo de cólera para así ser aislado en un área menos controlada: Se lanzó al agua. Tres embarcaciones recorrieron el lago, día y noche. No consiguieron rastro alguno.
Pactó con el diablo
Las autoridades asumieron que Petróleo Crudo se había ahogado. Días después lo detuvieron en Barquisimeto y lo devolvieron a la isla. La primera pregunta que le hicieron los detectives encargados del interrogatorio, fue si había tardado mucho para llegar a la orilla, a lo que el negrito sonriendo les respondió: « ¡Veintidós horas, mi capitán, porque había una tempestad del carajo!».
No pasaron dos meses cuando Petróleo Crudo se escapó de la isla por segunda vez y lo recapturaron siete meses después. En el expediente se recalca que la segunda fuga había sido más fácil. Se especulaba que Petróleo tenía pacto con el diablo. En el mundo del hamponato lo llamaban «el rey de las fugas».
En el primer año de gobierno de Isaías Medina Angarita, el Ministerio del Interior le consultó a Federico Landaeta, uno de los primeros jefes de investigación del régimen de López Contreras y quien tuvo que perseguir a Petróleo en 1937, qué podían hacer con el rey de las fugas. -Meterlo en una jaula gigante, en lugar de un calabozo, fue la respuesta.
El Gobierno siguió el consejo. Entonces Petróleo cambió. Dedicó sus días jaula leyendo literatura histórica, jurisprudencia y novelas.-¡Adiós, Petróleo!– le gritaban los presos cuando iban al trabajo. -¡Adiós, hermanos!, -le respondía con entusiasmo sin despegarse de los libros, adicionando-, pórtense bien. La violencia sólo engendra la violencia.
Corresponsal encubierto
El cronista y periodista Oscar Yánez, narra que el periodista Julio Navarro se hizo pasar por un ladrón para así ser enviado a la isla del Burro, única vía para obtener una declaración de Petróleo.
El reportero escribió: “La jaula lo transformó. Diez y quince horas leyendo todos los días. Aquí triunfó la tesis de Luis Alberto Machado. Petróleo leía las obras fundamentales de los mejores juristas del mundo”.
Bajo un seudónimo comenzó a escribir en La Esfera y El Universal sobre la reforma del Código Penal. El presidente Medina y el ministro Tulio Chiossone se interesaron por Cruz Mejías. Fue entonces cuando comenzó la historia más interesante de Petróleo Crudo. Pero esa es otra historia.
Luis Alberto Perozo Pádua