El Dr. Reinaldo Rojas, historiador y profesor universitario, quien este jueves fue incorporado como miembro de la Academia Nacional de la Historia, considera que su designación es un logro importante.
Porque es el máximo escalafón al que puede llegar un científico social que se ha dedicado a la investigación.
Por supuesto, se siente halagado por esa decisión, pero no por haber llegado a la Academia Nacional de la Historia se puede considerar que su labor ha terminado.
“Tengo nuevos desafíos, nuevos retos”, dijo a Elimpulso.com cuando se le consultó, precisamente, en momentos en que regresaba de Caracas a Barquisimeto.
Como está vinculado con la UPEL y con otras universidades como profesor invitado, manifiesta que se le abre un mayor espacio para su trabajo nacional con proyección internacional.
Cuando se le interroga sobre el cambio de nombres de personajes históricos por otros, como ha venido ocurriendo en nuestro país y el último de los casos es haberle cambiado el nombre a la parroquia más poblada del país, ripostó que eso es parte de una política impulsada por el gobierno, tal como ocurrió en el pasado.
Los gobiernos siempre tienden a crear una historia oficial. Una vez, hispánica, otra, indigenista. O como también se ha hecho con lo afrodescendiente.
Cuando se toma una decisión de esa naturaleza, que no está acompañada de un interés educativo, cívico, es simplemente una arbitrariedad, que no conduce a nada, porque la historia ya está hecha. No hacemos nada con quitarle el nombre a la parroquia Juan de Villegas, porque no se puede negar que él fue el fundador de Barquisimeto.
¿Cuál es el papel hoy del historiador?
-Un historiador debe comportarse como lo que es: un científico social, que debe aportarle a la sociedad elementos de juicio sobre su pasado, para comprender su presente y actuar en función del futuro. El historiador tiene que ser un elemento crítico, que permita ver que el pasado tiene incidencia en el presente. No debe ser sometido a ningún poder, ideología o cualquier otra circunstancia. Tiene que ser objetivo hasta donde sea posible. Con fuentes históricas ciertas estará haciendo su labor de comprensión.
A continuación le presentamos el discurso completo del doctor Reinaldo Rojas, durante su incorporación a la Academia Nacional de la Historia:
La Nación sin nombre
En los círculos del poder gubernamental se ha desatado la fiebre de cambiarle el nombre a los epónimos del país. Desde parroquias hasta gobernaciones, pasando por instituciones, avenidas y plazas, la consigna parece ser “cambiemos de nombre para no cambiar nada”. Es una tendencia que se impuso desde la propia Constituyente de 1999, cuando la nueva república nació con la modificación de su denominación oficial, lo cual entendimos como el propósito de asumir el pensamiento y la acción del Libertador Simón Bolívar como un referente ético y doctrinario. Más tarde, el Presidente Chávez le cambió la denominación a los ministerios sin que esta acción haya modificado, en eficiencia y eficacia, su desempeño ejecutivo.
Varios problemas están involucrados en este tema: en primer lugar el referido a la condición ética que debe proyectar un epónimo, el cual debe ser símbolo que representa valores como la honestidad, la responsabilidad, el espíritu de sacrificio, la bondad, el saber, la creatividad, entre otros, los cuales deben servir de ejemplo para el resto de ciudadanos. Sin embargo, vemos que para el gobernante de turno colocar un nombre significa hacer un ejercicio de poder, imponiendo su verdad y descalificando a quien le parece ajeno a su ideología o a su visión de la historia.
Acabamos de presenciar el cambio de nombre del Estado Vargas por el de su capital, la ciudad de La Guaira. Allí, a simple vista se aprecia una decisión que no sólo pone al descubierto el desconocimiento de quien fue albacea testamentario del propio Libertador Simón Bolívar y primera figura científica y universitaria de nuestro país, sino que además tendrá su costo económico en momentos de penuria fiscal y caída abrupta de los ingresos petroleros. No sabemos, además, cuál fue el saldo educativo de esta acción mientras la entidad prácticamente quedó sin nombre.
En el estado Lara, acabamos de presenciar otro acto parecido en la Parroquia Juan de Villegas, de la ciudad de Barquisimeto. Allí, el pasado 12 de octubre, se escenificó un acto electoral dirigido a cambiarle el nombre al epónimo modificando con ello la Ley de División político territorial del Estado Lara. ¿Pero realmente fue así? En primer lugar, la imposición de un nuevo nombre no estuvo precedido de dos requerimientos: la apertura de un debate público acerca de los candidatos o candidatas a ser epónimos de la referida parroquia; y, en segundo lugar, no se le preguntó a la población si estaba de acuerdo con ese cambio. La votación convocada ya estaba cerrada, desconociendo con ello la naturaleza consultiva del referendo.
Cambiarle el nombre de un epónimo es ciertamente posible y, en algunos casos, hasta necesario. Pero como toda acción pública tiene sus exigencias normativas y sus consecuencias económicas para el erario público. Pero además, uno de los efectos de este tipo de acción tiene que ver con la conciencia histórica y el sentido de pertenencia que nos lleva a crear esas simbologías que nos identifican y nos hacen ser parte de una comunidad determinada. En ambos casos, lejos de promover una revisión crítica y bien documentada de la historia, lo que se busca es borrar del pasado lo que no nos gusta. En el caso particular de Barquisimeto, eliminar la presencia hispánica en nuestro imaginario político nacional tratando de activar la solidaridad con el vencido, que es el indígena y su cultura.
En el Panteón de los héroes nacionales, el primer puesto lo ocupa el Libertador Simón Bolívar y tras su figura van los forjadores de nuestra independencia seguidos por los constructores de la República. En el caso de la Parroquia Juan de Villegas, se trata del fundador de la ciudad, hecho que supera cualquier otra consideración en el tiempo y cuya realidad no puede ser borrada de la historia. Pero en el segundo escalón identitario de esa comunidad con sus valores históricos, está la Batalla de Los Horcones, la cual formó parte de la Campaña Admirable de 1813 y fue dirigida por el general José Félix Ribas. Si de cambio en positivo se trata, ¿qué mejor nombre que el de Ribas? Pero sabemos, que ese no es el problema.
¿Cuál es nuestra inquietud? Centrarnos en un debate de nombres mientras crece la pobreza y la población sigue huyendo del país. Lo otro, activar en el subconsciente colectivo una guerra entre indígenas y españoles, como mecanismo de distracción. Se trata de una postura indigenista que no se corresponde con el hecho inaudito de que desde las elecciones parlamentarias de 2015 las comunidades indígenas del Estado Amazonas se mantienen aún sin representación en la Asamblea Nacional ya que sus cuatro diputados fueron suspendidos por el TSJ mientras el CNE no parece saberlo.
En consecuencia, ¿de qué indigenismo se trata? Por este camino podemos llegar a ser una Nación sin nombre.