Mi muy estimado hablador.
Presente.
Tus últimas reacciones ante la grave crisis nacional me mueven a escribirte estas sentidas líneas. Intento hacer un esfuerzo para entender tu ira y tu frustración, pero déjame decirte que no justifico el encendido odio que profesas a todas las iniciativas que desde la oposición democrática se tratan de llevar adelante. Aquí solo se trata corregir la ruta de la civilidad, de restituir el orden democrático, ese que hace años nos fue demolido por la labor indetenible de una masiva intoxicación del más puro populismo ancestral. Por si no estás enterado, entonces hazlo, porque hay mucha gente tratando de salvar este país.
Nos advertía con el tono de una cordial recomendación, Alexis Tocqueville, que nada perjudicaba más a una sociedad democrática que la progresiva despolitización de sus ciudadanos. Como una efectiva medicina para esos males, también nos prescribía este caballero, una mayor presencia en lo público y un discurso inspirado en las mejores razones políticas posibles. Nada de inventar, nada de cambiar camino por vereda y mucho menos sustituir el caballo justo a la mitad de la carrera, invocando la emergencia como la única razón estimable en todos tus argumentos.
Viene a colación el comentario – y la académica cita- unas vez vistos, escuchados y tolerados con una obligante paciencia los incordiantes y desaprensivos comentarios de un sector de la oposición, donde tu militas activamente, por la convocatoria hecha por Juan Guaidó llamando a una movilización el pasado 16 de noviembre. La cita de Tocqueville, te lo digo de pana, porque nos urge como un bálsamo sanador y porque la saludamos, por ser una muy conveniente recomendación la que nos dice el autor de la Democracia en América. Es necesario hacer más política, rescatarla, restituirla, devolverla al ciudadano, quien fue expropiado de ella y de todo lo público.
Da la impresión que se ajustan al calco ante los complejos y convulsos días que vivimos en Venezuela. Su recomendación apunta a señalar –y quiere decir- que, en este agreste erial de civilidad que nos deja el Socialismo del Siglo 21, los venezolanos debemos hacer más política y hablar menos paja.
Creo que tú y yo estamos de acuerdo en que no estamos muy satisfechos con los resultados que nos dejan estos 20 años de despropósitos socialistas, pero también debemos reconocer que tampoco nosotros, hemos sido todo lo asertivos en llevar a cabo las tareas, que son requeridas para desalojarlos del poder, y de esta forma, retomar las recomendadas prácticas democráticas que nos sugiere el amigo Tocqueville. Repetimos los mismos errores para obtener los mismos desastrosos resultados de otras oportunidades, nos empeñamos en replicar algunas prácticas políticas, que traen como una muestra gratis, la sentencia de su inutilidad. Ahora, para sumar más fango a nuestro barrial nos dio por hablar mal y desestimar a los líderes de turno. Trata de convertirte en parte de la solución, y no en parte del problema, sé que la frase es ligera y fácil, pero está a la altura de tu madurez emocional.
La moda más notable en este momento es hablar mal de Juan Guaidó. Hay un oscuro e irresistible placer en enseñarse contra este joven ingeniero y descubrir en él todas las aberraciones posibles del género humano. Empodera, posiciona, da luces y nos hunde en el limbo de la incertidumbre suponer que Guaidó es socio de Diosdado Cabello, así como de los dos Tarek. Pareciera que nos urge, como una secreta pulsión replicar en nuestras redes sociales cualquier insignificancia, chiste o desangelada acusación en contra del Jefe del Parlamento, ocupado desde hace un año en plantarle cara al régimen criminal que nos esclaviza. Después de darle caña, esperamos confiados un resultado exprés para una crisis política que viene rodando duro desde los años 70, justo cuando las instituciones de la democracia representativa comenzaron a perder su significado y su trascendencia para el bravo pueblo.
Queremos que caigan del cielo resultados mágicos en materia económica, pero nos olvidamos de los Cadiveros. La amnesia cubre el trámite de las carpetas requeridas por los bancos para acreditar los dólares preferenciales que permitieron el disfrute a miles de ustedes el goce de sus respectivas vacaciones anuales, en el extranjero. Dejamos atrás el Ta Barato, los bachaqueros, el malandreo en las colas para surtir gasolina. Ocultamos como el gato nuestro asco por necesaria militancia la política y aseguramos no tener responsabilidad alguna en haber permitido – y hasta aplaudido a rabiar – que un resentido populista, sediento de venganza, cambiara las condiciones del reglamento del condominio en la comunidad de todos los venezolanos.
Olvidamos de manera olímpica esta tragedia, sin estimar que esos polvos, fueron los nos traerían estos lodos. Ahora le cargamos la caña a Guaidó y a todo aquel que trata de seguirle para emparejar este extra inning, que ya va para los 20 años justos. Si no ayudas, al menos guarda silencio, sigue pasando agachado como lo has hecho siempre. No te organices, no participes. Deja tú, que eres un León afeitado, que los más inhábiles, pero decididos actores, sean los que tomen la iniciativa política que nos corresponden a todos. Conéctate con ese pabellón psiquiátrico que desde las redes sociales nos dice lo que se debe hacer, y que cambia de criterio conforme se mueven las tendencias del twitter. Repite como un mantra, este país se jodió y no tiene remedio, y si puedes debes programar unos 200 tweets con ese texto y lo replicas durante la semana de las concentraciones
Todos estamos enterados de las razones que originaron nuestros males como sociedad. Hasta el momento, esos detalles han sido muy bien explicados por opiniones y plumas más certeras que la mía.
También sabemos que la trivialización de la política y el vaciado de contenido de nuestras instituciones fundamentales, nos colocó en un opaco limbo, donde no se confía ni en la democracia y tampoco en sus políticos. Caemos en ese juego pueril y mezquino, y creemos que estamos ejerciendo un derecho a expresar esas oscuras opiniones, cuando lo que hacemos en verdad es tenderles la cama a nuestros verdugos.
Déjame decirte que no un fenómeno único, y que tampoco es local, ese dilema que debemos enfrentar los venezolanos de este momento. También deben hacerlo por igual una buena parte de los habitantes del planeta. El mismo zafón, lo enfrentan los ciudadanos de Estados Unidos, Buenos Aires, Perú, Chile, Bolivia, México y España por decir lo menos, al no coincidir sus expectativas, con los pobres resultados que ofrecen sus respectivos gobiernos y su democracia. No hay confianza posible y entonces surge un caos motorizado por un club de francotiradores infalibles, que piden la cabeza de los dirigentes como la mejor solución posible. Exigen también la llegada de los Marines, o que aparezcan unos militares cuatriboleados que le pongan fin al desastre del Chavismo-Madurismo, pero eso sí, todo en las próximas 24 horas, porque este sábado se casa una sobrina-ahijada y no voy a pelar ese boche.
Actuamos como si la política fuera un aquelarre más parecido al coliseo romano, que a una invitación al consenso civilizado de todas nuestras pasiones y diferencias. Peter Mair, un reconocido politólogo irlandés, asegura que presenciamos el fin de la democracia de los partidos. Según nos explica, la crisis va más allá del fenómeno global de la desintermediación, provocada por las tecnologías de la información en sensibles sectores como el comercio o los medios de comunicación. Las causas, que vienen de lejos, son mucho más profundas para despacharlas con un twitter a media mañana. Para el señor Mair, el problema reside esencialmente en la desaparición de la esfera pública, esa zona de interacción preferente entre los ciudadanos y los líderes políticos, que ahora es cosa de la historia y del pasado. Esto provoca una marcada indiferencia hacia la política, aunque la política no se traslada automáticamente hasta la democracia.
En líneas generales, el mal funcionamiento de los partidos habría provocado esta indiferencia, y ahora, estos estarían tratando de acomodar la democracia a un sistema que pueda convivir con un gobierno de la indiferencia o me da lo mismo. Se acentúa el conflicto, dividiendo aún más a la sociedad entre los partidos y sus dirigentes, amparados en las instituciones y los ciudadanos, presa fácil de la denominada anti política. Frente a la debilidad de la democracia que ofertan los partidos políticos, se ofrecen como escenarios alternativos un populista ungido, o el del gobierno experto, preferiblemente no político. Lo único que está claro es que ninguno de ellos garantiza la supervivencia de la democracia.
Los partidos políticos dejaron de responder progresivamente a sus funciones tradicionales de movilización, de agregación de intereses, del reclutamiento -formación de nuevos y vigorosos líderes, así como la organización de las instituciones del Estado. Han preferido anteponer su acceso al gobierno a cualquier papel en la adecuada representación del ciudadano. Cuando todo se pone al servicio del éxito electoral, la identidad política de los partidos se va difuminando, convirtiéndose en partidos que lo atrapan todo, y se van retirando del ámbito de la sociedad civil hacia el ámbito del gobierno y del Estado. Así es que pierden toda su utilidad y es precisamente en ese instante cuando aparecen los imponderables habladores de paja, que deberían más bien ocuparse de ingresar y presionar a los partidos en todas aquellas labores que le son propias
De pana te pido que le bajes dos. Lo ideal es que te sumes, así no te gusten las decisiones que adoptan los de allá arriba. A mí tampoco me gustan todas las cosas que hacen, pero hago lo mío. Créeme que es bien fregado ponerse acuerdo, inclusive hasta para decidir un domingo si se almuerza con pizza o comida China. Imagínate como será poner de acuerdo a por lo menos 20 millones de venezolanos, que son los que realmente quedan entre nosotros. Los managers de tribuna, que esperen, seguramente habrá tiempo una vez resuelto el detallito del preaviso de Maduro.
A partir de allí podrán hablar toda la paja que se les antoje, porque entiendo que ese hábito ancestral, es casi un deporte nacional, heredado de las tribus del oriente que luego se mezclaron con los Sevillanos que arribaron con Colon. Mi madre, que era muy sabia y asertiva, nos decía en ocasiones como esta, que mucho ayudaba todo aquel que no jodiera. Ayúdanos por favor a enderezar la canoa.
Afectuoso de ti.
Alfredo Alvarez