Lo de aficionada al tenis y otros deportes, se me nota. Sin embargo, nunca pude jugar tenis. En mi niñez y juventud -ya prehistoria- el deporte blanco era de élite, no había canchas sino en los clubs sociales. Me tocó vivir de los 10 a los 15, años vitales para iniciarse en algún deporte, en el exilio de San José de Costa Rica, donde mi padre no quiso adquirir propiedad alguna, ni siquiera de acciones para ser miembro de algún club, quizá temeroso de echar raíces en tierra ajena. Cuando regresamos a mediados de 1941, pasamos directo a vivir durante un año en Barquisimeto, urbe natal paterna. Allí hubiera podido tener acceso a canchas de tenis, pues Antonio Álamo enseguida se hizo socio tanto del Centro Social como del naciente Country Club, pero precisamente en éste se iniciaba un equipo femenino de básquetbol y me invitaron a participar. Fue un error no forzado, como dicen en el tenis. Buena estatura pero demasiado peso para el básquet; al regresar de un salto sentí una corriente de intenso dolor en la rodilla izquierda: pellizco en el menisco. Sólo tenía 16 años. Como no iba a ser profesional -tenía otros planes- el traumatólogo descartó la operación. Quizás fue un segundo error no forzado. Me alejé de las canchas para convertirme en simple espectadora. Según Joaquín Marta Sosa, al menos podría haber sido buena cronista deportiva, no lo creo, me queda grande.
Hace pocos días vi un juego de tenis que se sucedía en Francia, cuartos de final del Paris Master 1000, encuentro menor, sólo a tres sets, pero de importancia porque los tenistas se inscriben en éste, no sólo para clasificar para los campeonatos del Grand Slam, de cinco sets, que son cuatro -Australia, París, Londres y Nueva York- sino para ganar puntos en el ranking mundial y entrenarse para las competencias mayores. Este campeonato menor parisino le ha sido esquivo a mi favorito el mallorquín Rafael Nadal, no lo ha podido ganar nunca, a pesar de que en la misma ciudad gala, en el Roland Garros, del Grand Slam, es campeón indiscutible, lo ha ganado más que nadie, ¡12 veces!
Pues bien, en estos cuartos de final, Rafa Nadal se enfrentaba al tenista francés mestizo -padre congoleño- Jo-Wilfried Tsonga, a quien llaman Ali Tsonga por su parecido al gran boxeador Muhammad Ali. Un encuentro memorable que presencié por TV y me hizo reflexionar. El primer set fue sensacional. Tsonga, abridor, estuvo perfecto, siempre adelante; Rafa, menos perfecto, no se dejó atrapar, juego a juego alcanzaba a su rival. Ninguno cedió su servicio, así llegaron al 6-6, se imponía el tie-break, de ansiedad angustiosa hasta para el público por el punto a punto relancino. El español superó al galo en éste y ganó el set. De aquí en adelante le fue fácil pasar a semifinales. Tsonga se derrumbó, Nadal ganó el segundo set 6-1 y, por supuesto, el juego. ¡Pero otra vez se le escapó este torneo! Tuvo que retirarse de la semifinal por una lesión sufrida en la práctica previa. Es para ponerle atención a eso del hado de los griegos.
¿No será este hado el responsable de la caída a Jo-Wilfried en estos cuartos de final? No fue cuestión de edad ni de experiencia pues tiene 34 años y Nadal 33. De cinco encuentros anteriores le había ganado a Rafa dos, no es mal promedio. Claro, Rafael Nadal impone, desde el 4 de noviembre volvió a ser No. 1 del mundo, desplazó Novak Djokovic y es conocido su tesón: jamás se da por vencido. Cuando parece vuelto cenizas, renace como el ave Fénix, lo demostró hace poco al coronarse después de perder los dos primeros sets en el US Open. Quizás los griegos, con sabia intuición, llamaron hado a lo que muchos siglos más tarde los voluntariosos investigadores de la mente y la conducta humanas, como Freud, iban a llamar psiquis. Jo-Wilfried Tsonga sufrió un desplome psicológico ante el empuje demoledor de la fiera del tenis: le arrebató lo que parecía un seguro y merecido triunfo en el primer set.
Hay que formarse y nutrirse para soportar las fuertes tensiones de un partido de tenis como de la vida misma. Sin preparación física, psíquica y espiritual, el hombre es una veleta ante su destino. Es lo que nos pasa a los venezolanos de hoy sometidos a tiranía y vejaciones dentro y fuera del país. Nos falta fuste, temple, para rebelarnos y retomar la democracia. De ese partido de tenis he sacado esta conclusión: enfrentar esta hora aciaga sin rendición, desaliento ni entrega. Sólo así reconstruiremos la patria.
Alicia Álamo Bartolomé