En medios de comunicación presenciamos un debate muy superficial sobre la participación de regímenes totalitarios en la ola de recientes violentos disturbios agita a varios países de América, y aún a España en la región catalana.
En toda sociedad existen agravios, actos de corrupción e injusticias contra las cuales es perfectamente lógico ejercer protestas cívicas y pacíficas. Otra cosa muy diferente es la criminal violencia e irrespeto a los derechos ajenos que se está presenciado en instancias recientes.
En toda nación también hay seres amargados y llenos de odio, cuya conflictividad brota cuando se miran al espejo y detestan lo que ven: Seres que desahogan sus envidias, complejos, resentimientos y carencias personales culpando a la sociedad y al prójimo de sus propias deficiencias.
Muchos llevan su animosidad a la política, e históricamente se agrupan internacionalmente para agredir a la sociedad decente. Ayer sería la Tercera Internacional, hoy el Foro de Sao Paulo, y mañana cualquier cosa: La propia tribu de Caín, a quienes Dios cría y el diablo los junta.
Se insertan en protestas con frecuencia legítimas, y se las apropian con puntuales objetivos políticos, buscando desestabilizar con prácticas completamente reñidas con todo rasgo de civilización y decencia.
Sus exabruptos hoy encuentran mayor eco y difusión en los medios. Desde el siglo XVII en la Francia cortesana se decía que nadie es un héroe para su valet; mientras que en inglés y castellano siempre se ha dicho que el exceso de confianza da asco.
Hoy los medios de comunicación social se han vuelto una especie de valet de toda personalidad pública, magnificando detalles que en otros tiempos pasarían desapercibidos, creando y destruyendo reputaciones a cuanto dirigente intente encaminar los destinos de las naciones.
A todo ello se suma la acción externa. La pandemia de protestas planificadas, potenciadas y subsidiadas son producto de una clara conjunción de factores internos con malevolentes libretos suministrados por el fosilizado régimen cubano y el aporte de fondos y agentes provocadores de la agotada dictadura venezolana.
El régimen venezolano estará agotado moral y materialmente, pero eso no impide que su corrupta dirigencia siga raspando la olla – a costa de cada vez mayor miseria de su propia gente – para contribuir directamente a la desestabilización de países vecinos y aún más remotos.
Esa interacción de factores internos y externos en la reciente violencia del mundo hispánico se traduce claramente en el proverbio del niñito llorón y la niñera que lo pellizca.
Antonio A. Herrera-Vaillant