La noche puede ser luminosa, según san Juan de la Cruz, porque la fe es noche. Creemos en lo que no percibimos con la razón ni con los ojos corporales. La fe es tiniebla y sin embargo, también luz. Vemos en la oscuridad de la fe porque ella es luz negra que resalta lo invisible en la claridad. Si viéramos normalmente lo que está tras la fe, ya no la necesitaríamos. La visión anula la fe.
Empiezo muy sanjuanista y teológicamente este artículo, pero no se asusten, no soy quien para andar por esas alturas. Vamos a poner los pies en la tierra –aunque primero en el aire. Sólo quiero hablarles de la fe sencilla y práctica de todos lo días: vivimos de fe. Cuando el niño pequeño se deja alzar feliz por los brazos de sus padres, es porque tiene fe en que no lo van a dejar caer. La bailarina o la trapecista que gira sin colgaduras desafiando la gravedad, es porque tiene fe en que su compañero la va a salvar del suelo. El paracaidista tiene fe en el paracaídas, como el piloto en el avión que comanda y los pasajeros, aun un poco asustados, en la buena calidad del aparato y la pericia de los aviadores. Si no, ¿quién se iba a atrever a ser viajero por la atmósfera sin alas propias? ¿Se imaginan la fe que tienen los astronautas en la tecnología para enfrentarse a la gravedad, la inmensidad del espacio y el aterrador vacío?
Pero dejemos el ámbito aéreo y pongamos los pies en la tierra, como ya dije. Toda la educación, del jardín de infancia a la universidad, es un acto o una sucesión de actos de fe. Creemos en los maestros, profesores y doctores que nos enseñan. Un maestro que no es admirado, creído y querido por sus discípulos, no es un buen maestro. Tenemos fe en la ciencia, no discutimos los principios de Arquímedes, Tales, Galileo, Newton o Einstein. No entendemos un carrizo la teoría de la relatividad, pero no discutimos su verdad. Seguimos un tratamiento médico porque tenemos confianza en el medicó que lo recetó, es más, en las medicinas prescritas, aunque no sabemos que las componen, pero aceptamos la seriedad del laboratorio que las produce. En el campo de la ciencia no discutimos los descubrimientos ni las formulaciones de los sabios científico. Y somos tan ingenuos que nos vamos tras un líder político y sus promesas, tantas veces vanas, pero llegamos a pensar que es el salvador de la patria, el Mesías esperado. Cuántas desilusiones, pero cuántas veces volvemos a caer en lo mismo.
Pregunto: ¿qué formación religiosa tienes, cualquiera que sea tu religión? ¿Has profundizado en ella, estudiando su doctrina, sus preceptos sus reglas? Si eres cristiano, católico, después de que hiciste la primera comunión, ¿estudiaste el Catecismo de la Iglesia Católica, has leído el Evangelio, el Antiguo Testamento, los escritores espirituales, los documentos conciliares, las encíclicas papales? ¿Te has especializado en teología? ¿Cómo te atreves a hablar entonces contra tu Iglesia, depositaria de la fe, encargada de conservar su pureza, enseñarla y difundirla?
Esto, en cuanto a los que dicen profesar una religión, pero hago las mismas preguntas a los que se declaran agnósticos o ateos, porque igual se atreven a criticar una religión que les es completamente ajena y de la cual no conocen nada porque no la han analizado a fondo, con sano afán de conocimiento, si acaso, con el de encontrar lo negativo. En materia religiosa, todo el mundo opina y enfáticamente, sentando cátedra, sobre lo que sencillamente ignoran.
En materia política, si es lamentable seguir ciegamente a una persona, lo es también no creer ni esperar nada de nadie. En Venezuela vivimos una hora crítica, pero lo es, sobre todo, porque los oponentes al régimen actual no han confiado los unos en los otros y, varios, no han sabido renunciar a ambiciones personales. No se ha estado a la altura de construir una unidad monolítica, la única posible para alcanzar la victoria. Cada quien por su lado y el país a la deriva. Sí, todo esto es muy lamentable, pero no hay que descorazonarse. En el rincón de algún lugar y en varios espíritus, se cuece algo. De allí saldrá una solución sana e idónea. Es cuestión de fe.
Alicia Álamo Bartolomé