#OPINIÓN La oración nos libera #27Oct

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La lucha del pueblo judío contra sus vecinos es  milenaria. Basta leer El Viejo  Testamento para tener una noción histórica básica de estos enfrentamientos, aunque solamente el libro de Los Macabeos tenga correspondencia  formal con los anales avalados académicamente. Pero poco importa esta observación para quienes tenemos a la Biblia  como el gran referente cultural que orienta la evolución religiosa del mundo occidental. Se trataría solamente de un detalle porque lo importante a resaltar de estos textos es el mensaje espiritual que subyace a lo largo de estos relatos donde lo demiúrgico le sirve de plataforma a esa realidad viva que es la fe humana en poderes sobrenaturales.

Pero si bien lo espiritual es la sustancia que atraviesa lo fáctico en la busca de una trascendencia ofrecida al principio de los tiempos, no es menos cierto que el escenario dentro del cual se cumplen profecías, designios divinos e invocaciones al Dios de los cielos, es de una violencia circular que tiene como objetivo inmediato y temporal el dominio de territorios y la conquista del Poder.

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De esta forma la Historia Sagrada de quienes nos inscribimos en la franja religiosa judeocristiana es una Historia de confrontaciones interminables donde la misma fe se ha convertido en argumento para persecuciones y guerras inclementes. Incluso el libro de Los Salmos , poemas atribuidos a David y los cuales constituyen textos  de  lectura obligada en todas las misas católicas, no son otra cosa que invocaciones de un guerrero perseguido pidiendo protección a un Dios  que  alivia  el sufrimiento de la soledad y el  miedo en medio de una fuga por lugares escabrosos.

Ese mismo Dios que le dio fuerzas a los mártires de Masada, que azotó a Egipto con diversidad de plagas y la muerte de los niños primogénitos, el que entre truenos y fuego inmerso en una luz  cegadora entregó las Tablas de la Ley a los descendientes de Abrahán y de Jacob , el que iluminó los sueños  de Daniel y ayudó en las batallas a Josué, ese mismo  Dios que ahogó mundos antiguos y aniquiló ciudades para castigar pecados, es el Dios  por el cual el Estado de Israel legitima la tenencia de la Bomba Atómica como mecanismo de defensa.

Y ese Dios de los judíos es también el Dios de nosotros los católicos, pero  convertido en amor y sacrificio de apegos materiales en beneficio de las bondades del alma  por un hombre sobre el cual  se afinca la esperanza de paz de millones y millones de personas, Jesús El  Cristo. El  Mesías que habla de perdonar el mismo pecado setenta veces siete, el que indica poner la  otra mejilla  ante el enemigo, el que cordero se entrega sin lucha ni resistencia a la ignominia de una muerte entre torturas. Por ese Dios Jesús los católicos venezolanos hemos  construido un país sin odios religiosos y nos sentimos hermanos del judío, del árabe, del musulmán, del budista, del taoísta y de todos  aquellos que entre nosotros comparten el principio ecuménico que nos hace a todos hijos de Dios.

Este sentimiento lo expresa con fuerza y jovialidad en sus homilías el Padre Juan Bautista Briceño en sus misas, ofrecidas en el templo San Juan Bautista de Cabudare, cuando afirma que ante las asechanzas de los enemigos, frente a las maledicencias de los calumniadores y  detractores, la mejor arma defensiva es colocarse frente a una imagen de Cristo y pedir misericordia para ellos, rogarle a Dios Padre les dé luz y reoriente sus pasos por la ruta del bien, del amor y de la tolerancia.

Y en verdad si uno lograr elevarse sobre las ataduras mentales y pone su corazón al servicio de lo transcendente neutraliza los problemas. No atacando a quien los produce ni haciéndole resistencia a las situaciones, sino simplemente confinándolos al área de lo transitorio e irrelevante. Esto lo podemos conquistar con una oración que nos enlace directamente con la magnificencia y bondad que reside en la fuente de paz que es Dios.

Muchas revelaciones sobre las esencias de nuestra condición cósmica nos son dadas por el rezo, ese  rezo místico de los grandes ascetas del catolicismo, dentro de los cuales incluyo al jesuita Anthony de Melo, quien iluminado por el señor supo fusionar elementos de religiosidad oriental con el catolicismo, al igual que lo hizo el Apóstol San Pablo respecto a las religiones preexistentes  para sembrar el mensaje de Cristo en los grandes centros de poder del Imperio Romano.

El sentido de la oración es abstraerse de los apetitos que nacen de la sensorialidad, alejarse del camino de ambiciones económicas, políticas, sociales o de cualquier tipo, y dejarse llevar por la mansedumbre de la humildad hasta que sintamos que nada material es más importante que estar con Dios y disfrutar gracias a El de un estado de conciencia puro, donde no hay culpa, ni amenazas, ni temor ni angustia, solamente la mirada de un ser superior que nos brinda el conocimiento de lo pequeños que somos cuando disputamos las migajas del mundo y lo grande que podemos ser si asumimos el don de la espiritualidad.

Jorge Euclides Ramírez

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