Como secuela de la superstición ideológica, el grupo en el poder tiende a sustituir la realidad por lo que lee en la propaganda que sus propios agentes difunden. Así, es tentado a actuar de un modo tenazmente erróneo que profundiza la crisis.
El diálogo siempre es necesario. Cuando falta, se nota y hace falta. Cuando no hay, la crisis es inevitable. El diálogo implica, eso sí, reconocimiento del otro. Es lo elemental. Sin eso, jamás será sincero ni productivo. Nunca pasará del simulacro. En democracia y en situaciones que por más conflictivas que sean, se mueven en el rango de la normalidad, el diálogo es parte de la cotidianidad. Porque el sistema político democrático reconoce la pluralidad política, la diversidad de intereses y la variedad de opiniones. En los sistemas de hegemonía política, revolucionarios en su raíz que por tanto desconocen el pluralismo, dialogar supone una concesión extrema, separada de la claudicación por una línea delgadísima y muy fácil de cruzar. Y nadie quiere claudicar, mientras pueda evitarlo.
El problema venezolano es el conflicto persistente entre lo que creen los que mandan y la complejidad de la realidad social, así como su negativa a manejar ese conflicto en el marco de una Constitución que por mucho acento social que tenga, consagra la separación de poderes, el pluralismo, los derechos de las personas, la descentralización y la economía privada. que quienes detentan el poder parten de la premisa revolucionaria. Se alimentan de la pugnacidad porque necesitan el conflicto. Conciben la política no como gestión de realidades sino como rebelión frente a ellas y agitación para cambiarlas. En ese esquema, no se puede consensuar con el enemigo que encarna la mentira pero, necesitado constitucional e internacionalmente de guardar las apariencias, se siente obligado a actuar como si dialogara. Según el caso, en lo político, sustituye a la mayoría de la Asamblea Nacional por actores que pueden ser respetables pero menores y en lo económico, al empresariado asociado en Fedecámaras por personas más amistosas y cercanas a su entorno. Y por ahí, nunca habrá solución, porque actúan divorciados de la realidad.
El en seno del poder debe haber y, hasta donde entiendo, hay, discusiones sobre este punto crucial. Pero es muy grande la tentación de creerse el “gobierno invicto” que resistirá y vencerá obligando al mundo a aceptarlo y para eso lo que tiene que hacer, mientras tanto, es fingir negociar con interlocutores escogidos, preparar un 20 de Mayo Parte II en lo político y unos paños calientes económicos. Es una equivocación tremenda, pésima para el pueblo venezolano y, a la postre, suicida para ellos, nacida del hecho de que el gobierno se viene limitando a la propaganda y la represión.
Internamente, fortalece a adulantes y “duros” cuyo cálculo es meramente personal. En el país, favorece a la caricatura de oposición extremista con la que le gusta contrastarse e internacionalmente, aviva el fuego de los “halcones” dejando como tontos a los que buscan soluciones razonables. Solo lo peor puede salir de ese aquelarre.
Ramón Guillermo Aveledo