#OPINIÓN Con la mentira hemos topado #24Oct

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Sigo con especial atención las valoraciones que se formulan acerca de la determinante, eventual o casi nula influencia de los integrantes del Foro de Sao Paulo en los recientes sucesos del Ecuador y en las últimas horas, en los eventos de Santiago de Chile. A la par de los desconcertantes acontecimientos, voceros del oficialismo local, Maduro y Cabello dixit, se acreditan un significativo grado responsabilidad e influencia en todo lo acontecido. Advierten incluso que habrá mas de la misma receta que ahora aplican con rigor para el resto de los países vecinos.

Hay otras ideas entre los nuestros, que demeritan la especie deslizando, que no es tan feroz el lobo como lo pintan y que se trata de un blofeo puro y duro. Lo primero ante ello, es advertir la notable irresponsabilidad de los funcionarios de marras al reconocer que ellos intervienen y apoyan los colosales disturbios generados por hordas de feroces manifestantes en esas capitales, las cuales se sugiere con vehemencia, son promovidos por el Foro de Sao Paulo. Las cifras preliminares indican que tan sólo en el Chile los disturbios y saqueos arrojan pérdidas hasta por 400 millones de dólares, de las cuales 300 millones corresponden al daño infligido al sistema del Metro de la capital Santiago de Chile.

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Cierta o falsa la indebida injerencia del mencionado foro, lo que si es cierto es que hay un daño patrimonial, moral, político, social y económico considerable. Una primera lectura me sugiere homologar lo sucedido en Chile, con la ira de un inquilino que inconforme con las cuotas del condominio de su edificio, convocó a sus pares y quemaron las áreas comunes, la churuata con la parrillera incluida, contaminaron con suficientes coliformes fecales la piscina y las también áreas verdes. Ojo no estoy valorando la equidad de la alícuota del condominio donde habito, solo lo cito como un ejemplo. Mi otra intención es advertir que el daño se concentra en las capitales de los países miembros del Grupo de Lima, detalle cierto, así no sepamos a cabalidad la identidad del demonio que causó todos estos desmanes.

Las redes sociales y los pocos medios en pie nos describen con lujo de detalle la actuación abierta de una novedosa internacional del terrorismo latinoamericano, la cual triangula sus oscuros propósitos desde Cuba, Nicaragua, Venezuela y México, hacia el resto del continente. De sus hábitos podemos inferir, que esa iniciativa actúa como un nuevo orden del caos requerido para la erosión definitiva de las democracias del continente.

También se nos dice -y no hay razón para descreerlo- que esta nueva versión del fantasma del comunismo que recorre el continente, posee los suficientes fondos para financiar su causa, recursos provenientes todos, de las coimas de Odebrecht, el caso Lovato, del descalabro de la PDVSA Venezolana, de la explotación del Arco Minero. También de los generosos aportes del narcotráfico auspiciado por las FARC en Colombia más las generosas donaciones del terrorismo Islámico. La cosa es seria y los tipos tienen real.

Hay quienes insisten en demeritar el esfuerzo e influencia del Foro de Sao Paulo, vendiéndonos el argumento, de que ese populismo enfermo y tóxico blofea para hacernos sentir mal y necesariamente temerosos. Yo no apuesto toda mi ganancia a un juicio como ese. Creo que esa idea termina por parecer una temeridad mas del huérfano mundo de la izquierda, que en apariencia ayuda a la causa de los amigos del mal. También sirve para legitimar las insurrecciones populares que se “suscitan en forma espontánea” como respuesta a los ajustes del FMI y el malhadado neoliberalismo.

También abono al terreno de la necesaria discusión, el juicio donde se estima que si alguna dificultad tenemos hoy día los ciudadanos de occidente, es poder acordar y señalar, si realmente algo que nos interesa y reproducen los medios de comunicación, es cierto o falso.

Lo cierto – y escribo cierto a propósito- es que nosotros en este continente libramos una guerra inusual, novedosa, con expresiones que rescatan elementos bélicas del medioevo e incorporan otros; de la naciente revolución digital. Pero es una guerra al fin, con bajas y heridos mortales. Hay un oponente cruel y oscuro que intenta por todos los medios liquidar un modo de vida con el cual estamos comprometidos. Un modo de vida –repito- que está totalmente definido por el aprecio a la libertad individual, la prosperidad, la calidad de vida, la salud garantizada, una educación para crecer sin limitaciones, opciones para desarrollar un saludable emprendimiento, respeto a la propiedad privada, entre otros valores. A eso se le llama la perfectible democracia.

Otra verdad, precisamente repetida con insistencia, es la muy conocida expresión que nos indica que la primera víctima cuando llega la guerra es la verdad. La frase, atribuida al senador estadounidense Hiram Johnson en 1917, fue pronunciada hace casi cien años durante la Primera Guerra Mundial. Veinticinco años después, durante la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill dijo «en tiempos de guerra la verdad es tan preciosa que debería ser protegida por un guardaespaldas de las mentiras». Y en este instante las razones para imponer este juicio, son tan valederas, como la primera vez que ambas fueron pronunciadas en un contexto históricamente diferente. Advertimos que la verdad a muerto.

En este tiempo de la post verdad nuestro mayor dilema como ciudadanos, es ponernos de acuerdo acerca de lo que efectivamente nos resulta una verdad, así sea gracias a nuestros prejuicio y certezas. Aunque no compartamos todos sus elementos, pero que al final para todos nosotros sea una sola verdad. Enfrentamos una amplísima dificultad para ponernos de acuerdo acerca de lo que realmente es cierto, propio y valedero. A la invalidez de los discursos totalizantes, se une el desprestigio creciente de los medios y periodistas, estimulado por los nuevos populistas surgidos en la era digital. Estos falsos profetas tienen mucha responsabilidad en esta tragedia y confieso que es prácticamente imposible vivir con tal grado de incertidumbre, y con esos nuevos oficiantes de las muchas verdades.

Mentira

Según los investigadores del IMT, Soroush Vosoughi, Deb Roy y Sinan Aral, el uno por ciento de las noticias falseadas que fueron analizadas por ellos entre 2016 y 2017 alcanzaron audiencias entre mil y cien mil lectores. En la acera de enfrente, las noticias verdaderas, tenían mucha dificultad para igualar la más baja de esas cifras. Según los autores, las historias ficticias se propagan más rápido, con mayor fuerza y llegan más lejos que las verídicas, porque a su favor juega la novedad. Una falsedad es siempre fresca y original y la emocionalidad representada por las mentiras toca nuestras pulsiones básicas, como lo son el miedo, el asco, la curiosidad, la indignación y la risa.

Nuestra otra dificultad, es que, ante semejante grado de incertidumbre nos hemos refugiado en las redes sociales. Las RS son un lugar idílico, un nuevo templo para la fe perdida, en donde se construyen a nuestra medida. las nuevas verdades de esta centuria. En esa nuevas religiones depositamos nuestras creencias como los nuevos creyentes-ciudadanos de nueva era post apocalíptica. Es una violenta movilización de nuestras creencias, que ha sido denominada por los estudiosos, como la adopción de las ideologías sustitutivas. Sustituimos una mentira por otra mentira y así en forma consecutiva hasta el final del fin.

Para nuestra mejor comprensión, las redes sociales son el principal medio de difusión de las fake news. Los politólogos Andrew Guess, Brendan Nyhan y Jason Reifler publicaron un documentado trabajo que demostraba que Facebook lleva la delantera a la hora de remitir usuarios a las webs de fake news. Hace un año, los directivos de esta red social dirigida por Mark Zuckerberg, preocupados por el fenómeno y la consiguiente pérdida de credibilidad de los contenidos de su web, decidieron añadir una etiqueta roja con el término discutible en los enlaces sospechosos que no provenían de fuentes fiables, como la CNN, el Washington Post y el New York Times.

El Estudio de Guess, Nyhan y Reifler, centrado solamente en los medios estadounidenses, concluyó que el 80 por ciento de las noticias falsas que fueron estudiadas, reforzaban las tesis políticas de Donald Trump. Además, advierten, que los lectores de mayor edad, las consumían más que los jóvenes, posiblemente porque estos últimos no se interesan tanto por la información política. Otro detalle explica que el 10 % de los individuos sondeados, los más conservadores, consumían el 65% de las historias inciertas.

Estos investigadores no pudieron determinar ciertamente el impacto real de tales informaciones sobre las elecciones estadounidenses de 2016, o en el comportamiento de quienes las consumieron, pero si confirman una pérdida creciente de confianza en los medios de comunicación y lo periodistas. En todo caso, ellos aseguran que los devoradores de fake news en su mayoría son individuos fuertemente politizados, lo que parece sugerir que la intención de estos al leerlas o verlas, es más la de reforzar sus prejuicios, que la de ponerlos a prueba. Si los fake funcionan para los demonios de la derecha, también son muy eficientes para sus colegas de la izquierda comunista. En esta confrontación también muere la verdad.

Su conclusión es que la influencia de las fake news y su potencial para alterar la política, así como la sociedad, es todavía un fenómeno apenas perceptible, poco estudiado y que su principal daño parece ser el de aumentar la desconfianza en las fuentes de información que antes se consideraban fiables. La otra mala noticia es que la combinación de los avances en inteligencia artificial y realidad virtual prometen un futuro esplendoroso para los bulos o fake news, contra su principal víctima, la democracia.

Los cada vez más borrosos límites entre mentiras y verdades estimulan un fenómeno peligroso como es la apatía de los ciudadanos ante los eventos públicos, de lo cual se infiere la escasa movilización social que se aprecia en el país. Hasta hace unos años, las fake news aparecían como un restringido recurso para servir únicamente como herramientas de desestabilización usadas por los servicios secretos de países como Rusia; o por grupos radicales cuya intención no es tanto dibujar una nueva realidad falsa, pero verosímil, como si la de provocar el caos y la desconfianza hacia los medios tradicionales. Hoy día podemos afirmar que son el escenario de una guerra descomunal e incierta y la primera víctima es la verdad.

En Venezuela toda esa experiencia de erosión a la confianza de los medios y los periodistas se cumplió exitosamente en su fase preparatoria. Han desaparecido desde el 2014, cerca de 80 de los 115 periódicos que circulaban para ese momento en el país. Una sola decisión de CONATEL colocó fuera del aire 65 emisoras de radio, y en forma silente, salieron paulatinamente del espectro público ocho canales de televisión.

Hay regiones del país completamente silenciadas, donde no hay radios, ni diarios, ni televisoras y se les llama así…. zonas silenciadas. Nada más el año pasado desaparecieron por falta de papel 25 periódicos y creció el asedio a los portales de noticias independientes que sobreviven en la web. La calidad de nuestra internet es superada por Haití, y la velocidad de conexión es algo digno del pleistoceno. Aquí no solo se desprestigió a los medios privados, sino que para hacer mas fácil el asunto los desaparecieron

Un ciudadano desinformado es un ciudadano en completa minusvalía cívica y eso lo sabe, y aprovecha muy bien un regimen como el de Maduro. Favorecen la oscuridad donde germina la ignorancia y replican sus mitológicas ideas de oscuro pasado y telúrico sentido totalitario, para llevarnos como mansos corderitos al siglo 18.

Valientes y notables periodistas como Andrés Cañizales (Premio Monseñor Pellín 2019), León Hernández y Mariel Isabel Torrealba han constituido el Observatorio Venezolano de Fake News. Apoyados en su valentía y coraje por otros colegas escrudiñan las redes y denuncian los abundantes bulos que allí pululan. No descansan, insisten y avanzan las 24 horas del día. Son la respuesta coherente y racional a esa negación desalentadora de las mentiras dichas como si fueran verdades. La respuesta racional del mundo democrático ante la perdida de confianza en los medios, las noticias y los periodistas.

Sería muy conveniente que la ciudadanía apoyara el trabajo de estos jóvenes, y otros miembros del observatorio que no lo son tanto, para ofrecer respuestas y tranquilidad a las angustias existenciales de nuestros ciudadanos impedidos de ver y acceder a la verdad. Apoyemos a los cazadores de fake, para que la verdad no sea una baja en esta guerra. Apóyanos, yo soy uno de ellos.

Alfredo Álvarez

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