Desde el 2008 le fue aprobada la eutanasia a la atleta paralímpica Marieke Veevoort múltiple medallista olímpica y mundial sin embargo ejerció su derecho este martes 22 de octubre. Este martes, el Ayuntamiento de su localidad natal, Diest, anunció su fallecimiento a los 40 años de edad tras abandonar el tratamiento que recibía en un hospital y someterse a una eutanasia.
A los 14 años fue su diagnóstico luego de un largo peregrinaje por hospitales para identificar qué era lo padecía. La noticia fue un golpe duro para la jovencita que practicaba natación, le gustaba andar en bicicleta y entrenaba jiu-jitsu.
Una parálisis progresiva inmovilizó su cuerpo y la dejó en silla de ruedas a los 20 años.
La atleta belga vivió lo que otros deportistas sueñan. Un historial repleto de récords nacionales y europeos, victorias en Mundiales y cuatro grandes metales: oro y plata en los 100 y 200 metros de los Juegos de Londres 2012, y bronce y plata en el 100 y el 400 de Río 2016, su adiós definitivo a la competición. hospital y someterse a una eutanasia.
Su padre, Joseph, la recuerda como una niña activa, jugando con chicos y subiéndose a los árboles. En su nuevo escenario vital, Vervoort se adaptó a las nuevas circunstancias con fiereza. Empezó con el baloncesto en silla de ruedas, probó el triatlón y finalmente eligió la explosividad de las distancias cortas en su silla de ruedas, las disciplinas que le reportaron mayores éxitos y le permitieron conocer la gloria olímpica.
Entrenaba fuerte, sin recurrir a excusas. Ni una incómoda tormenta ni un dolor más intenso de lo normal la convencían de no rodar a toda velocidad por el tartán de la pista de Lovaina, a 30 kilómetros de su casa, hasta donde la llevaba en su coche un matrimonio amigo. Su entrenador, Rudi Voels, técnico también de otros grandes velocistas belgas, tuvo que vencer su tozudez en alguno de esos días malos y persuadirla en más de una ocasión de que nada pasaba por dejar una sesión a medias. Incluso cuando las acababa, acompañaba las caricias a su inseparable perro Zenn de alguna queja amarga. «Estúpidos dolores. ¿Conoces a alguien que necesite morfina para entrenar?».
Esa dedicación la catapultó a sus primeras medallas en Londres. «Fue muy especial verlo y poder decir: ¡es mi hija!», rememora su padre volviendo a aquel día del verano de 2012 en el estadio olímpico dice una nota publicada por el Diario El País de España. Una emoción con resultados algo más accidentados para su madre. «Recuerdo que me puse de pie cuando llegaste a la meta en los Juegos de Londres. Estaba eufórica. Después quise sentarme, pero con la euforia me olvidé de que era una silla plegable. ¡Me caí al suelo! ¿No lo viste, verdad?», le decía a su hija el año pasado en neerlandés, las dos a punto de llorar de risa y Marieke ávida por traducir la anécdota a sus visitantes en una habitación de hospital en Diest.