#OPINIÓN El ahorro y la estabilidad de nuestros países #18Oct

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El pasado 8 de octubre asistí a la presentación del libro «Los ciclos políticos y económicos de América Latina y el Boom de las materias primas», un esfuerzo de varios autores por analizar el impacto que tuvo la bonanza económica latinoamericana de principios de siglo en los procesos políticos contemporáneos de la región.

Era para mí un tema fascinante, no solo por el per se interesante esfuerzo pluridisciplinar de vincular a la política, el derecho y la economía para explicar al subcontinente, sino porque frente al episodio de inestabilidad política por el que están pasando algunos de nuestros países, me parecía que el tema de los «ciclos políticos» cobraba una vigencia preponderante. Camino al encuentro me preguntaba, más allá de la mera oscilación de precios de las materias primas, a qué razones podrían atribuirse estos cambios políticos.

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¿Regresé a casa con alguna respuesta? Con seguridad puedo contestar que sí. Una de las claves de la inestabilidad de la región tiene que ver con la ausencia de instituciones y políticas de ahorro en períodos de bonanza. Es algo que se ve, mezclado con otras causas, en el caso de Ecuador, cuyo objetivo principal al eliminar el subsidio a los combustibles es la reducción del gasto público en un mil cuatrocientos millones de dólares y, ni se diga, en Venezuela, que desde el descenso en los precios del crudo y la producción (e incluso antes) no ha podido cubrir los déficits fiscal y comercial que dejó la reducción de ingresos por exportaciones.

El caso venezolano es quizá uno de los más graves de la región porque ha sido acaso el país cuya economía haya recibido históricamente mayores «ingresos excedentarios»; esos que solemos llamar «renta» porque técnicamente la economía no los produce, sino que los recibe de forma prácticamente gratuita por ser el Estado el dueño del yacimiento. Gracias al trabajo de autores como Asdrúbal Baptista hoy sabemos que, también históricamente, ese «excedente» de ingresos ha montado aproximadamente un 25 por ciento del producto venezolano; un porcentaje muy similar al que ahorran las principales economías mundiales. Venezuela habría tenido entonces una extraordinaria capacidad de ahorro.

Pero no ahorramos. Tuvimos un intento fallido de fondo de estabilización en el 89 y a principios de siglo un fondo de ahorro que nunca funcionó como tal. De hecho, históricamente, en períodos de abundancia, y aún a sabiendas de nuestras limitadas capacidades de absorber capitales, nos empeñamos en incorporar esos ingresos a la economía, permitiéndonos, eso sí, vivir por encima de nuestras capacidades: consumiendo más de lo que producimos, inflando el empleo público más allá de lo que nuestro nivel de desarrollo podía permitirnos, pagando sueldos más altos sin aumentar nuestra productividad, acumulando más capital público que privado y, quizá lo más importante, conviviendo con un problema crónico de sobrevaluación de la moneda que incentivó las importaciones, desincentivó las actividades productivas y ha hecho más ricos a quienes han podido favorecerse del privilegio de acceder a operaciones cambiarias con tasas preferenciales.

Y como no ahorramos, ¿qué hemos tenido en períodos de recesión o de reducción de precios del crudo? Nos ha sido imposible pagar nuestras cuentas fiscales y comerciales, y hemos tenido inflación, desempleo, contracción del crecimiento y, a fin de cuentas, aumento de la pobreza. ¿Es cierto que a principios de siglo hubo un aumento del gasto social en los países latinoamericanos? Aun siendo cierto, las transferencias directas de ayudas sociales no se traducen en riqueza si no se acompañan por políticas sociales coherentes de aumento de capacidades laborales de la población más vulnerable y de aumento de las oportunidades de emplearse en emprendimientos productivos.

Nos falta hacer del ahorro una institución. Nos falta asimilar y exigir a nuestros gobiernos que cuando tengamos mucho se gaste poco; para que cuando ingrese poco, se tenga para gastar lo necesario. Últimamente hay quienes creen que dejaremos pronto de ser un país petrolero, fundamentalmente debido a la disminución de nuestros niveles de producción de crudo. No creo que sea lo deseable. En todo caso, lo aquí planteado vale para ese esperado momento en que hayamos logrado combinar la actividad primario exportadora de nuestra economía con un gran sector dedicado a la producción de valor.           

Héctor José Pantoja Pérez Limardo

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