…Jonás se levantó para ir a Tarsis, lejos de la presencia del Señor…(Jonás 1, 3)
-¡Ay, Señor Dios mío! Si no sé hablar, que soy muy joven. (Jeremías 1, 6)
Como Jonás y Jeremías, profetas del Antiguo Testamento llamados por Dios para una misión difícil, nosotros, ante una responsabilidad o trabajo arduo, también queremos evadirnos. Argumentos no nos faltan. Jonás ni siquiera acudió a uno, simplemente huyó aterrorizado, no se sentía capaz de anunciar a la gran ciudad de Nínive su próxima destrucción por sus pecados si no hacían penitencia. Jeremías esgrimió como pretexto su juventud para escurrir el bulto. Sin embargo, Dios no los dejó escapar.
Todos conocemos el episodio de Jonás que lo lanzaron al mar, una ballena se lo tragó y permaneció tres días en su vientre hasta que ésta lo arrojó en la playa. Algunos argumentan que una ballena no se lo pudo tragar porque sus dientes son como una rejilla fija que cuela los peces pequeños. Muy cierto, pero lo de ésta sólo aparece en el título del capítulo, puesto quién sabe cuándo y por quién, porque el texto bíblico sólo habla de un pez grande. Poco importa la identidad del tal pez, quizás era un cetáceo de una especie desaparecida que tenía en su vientre un dispositivo de aire y respiración que permitió a Jonás sobrevivir para cumplir su misión. Y cumplió otra el miedoso profeta, sin proponérselo, una suerte de catequesis, porque quienes lo tiraron al agua buscando aplacar al dios de Jonás -ellos tenían otros- que tenía el mar embravecido por su huida, cuando éste se calmó una vez fuera del barco el cobarde, creyeron en ése, oraron y lo alabaron.
En cuanto a Jeremías, pues también tuvo que seguir el camino que Dios le pidió: profetizar males, si no cambiaban de conducta, al rey y un pueblo descreído, que no sólo se burlaba de él, sino que lo perseguía y el pobre Jeremías se pasó la vida lloriqueando ante Dios, lamentándose de su suerte, sin dejar de cumplir su misión. Por eso decimos para referirnos a alguien inconforme: Se queja más que Jeremías.
Siempre recuerdo a estos dos evasivos profetas cuando me han acosado dudas y temores para emprender un proyecto mío o ajeno para el que me han invitado a incorporarme. Pienso que a menudo nos debe suceder a los que no tenemos la soberbia de sentirnos capaces para cualquier cosa, porque asumimos nuestra ignorancia sin pretender esconderla con alardes de sabiduría…, que los hay así entre nosotros. Sin embargo, también debemos estar prevenidos contra la falsa humildad para eludir un trabajo. Somos humanos y, parafraseando a Terencio, nada de lo humano nos es ajeno. ¡Y cuántas veces los humanos somos falsos!
En esta hora crucial de Venezuela, cuando parece agotarse la esperanza de un cambio que nos saque del abismo, más que nunca tenemos que encarar sin escurrirnos nuestras responsabilidades. Ni largarnos como Jonás, ni lagrimear como Jeremías, porque tal vez no vamos a tener el coraje, como ellos, de regresar a nuestra realidad.
No hablo de los que se fueron a un exilio voluntario a engrosar la diáspora de venezolanos en el exterior. No. Cada una de esas personas tiene sus razones que respeto y seguramente la decisión de marcharse no fue fácil. Hablo de los que nos hemos quedado obligatoria o voluntariamente. Yo, por ejemplo, no tengo pasaporte ni ganas de tramitarlo, de manera que estoy forzada a quedarme. Bien, pero no podemos hacer de avestruces y negarnos a ver lo que está pasando. Sí debemos tratar de despejar la mente de tantos problemas con recreaciones culturales, deportivas o tertulias entre amigos. Eso es sano y necesario para mantener el ánimo y responder cuando se nos pida una acción u omisión que nos lleve a alcanzar de nuevo la libertad, la justicia y la paz.
Alicia Álamo Bartolomé