La promesa de perfección, es falsa. No hay perfección en la vida humana ni en la política. Pero la democracia no acepta la infalibilidad por pretexto ideológico. Tiene mecanismos para corregir errores y desviaciones. Evitarlos y sancionarlos.
El Primer Ministro británico Boris Johnson usó sus prerrogativas como líder de la mayoría parlamentaria, para suspender las sesiones de las Cámaras. El cuerpo consideró que así se le impedía ejercer su tarea de control del Gobierno y que la suspensión tenía la intención de impedir la aplicación práctica de una decisión ya sancionada por la Cámara de los Comunes con relación a las condiciones para la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Tema que ocasiona profundas divisiones en esa sociedad que presumíamos la patria por excelencia del sentido común. El Parlamento acudió ante la Corte Suprema, presentó sus argumentos y el Gobierno los suyos. La Corte le dio la razón al Parlamento. El gobierno perdió y, aunque expresó su descuerdo con la sentencia, la acató y se presentó ante la Cámara de los Comunes. Sobreviven grandes, incluso profundas diferencias en la política británica, pero todos coinciden en dirimirlas en los canales constitucionales.
En Estados Unidos, la Presidenta de la Cámara de Representantes anuncia la intención de la mayoría del cuerpo parlamentario que lidera de iniciar el juicio político al Presidente Donald Trump. El impeachment es una posibilidad jurídicamente prevista en la Constitución nortemericana. Si la Cámara lo aprueba se constituye en acusadora y acude ante el Senado que actúa como tribunal y decide el caso. Durante el juicio político, el Senado es presidido por el Chief Justice o Presidente de la Suprema Corte. Ello no sólo se debe a la naturaleza judicial del proceso, sino a que el titular de la Cámara Alta es el Vicepresidente de los EEUU, a quien correspondería suceder en la Casa Blanca al destituido si la sentencia es condenatoria.
El Presidente Trump, desde luego, está en desacuerdo con la intención de los Representantes cuya mayoría pertenece a los opositores Demócratas y lo atribuye a una maniobra de interés partidista. La situación es difícil, naturalmente, bastante polémica, pero no representa una crisis propiamente dicha, porque sus hechos están previstos, hay canales constitucionales para procesarla y no existe posibilidad alguna de que éstos no funcionen.
Aunque tengo opiniones en ambos casos y en ambos planos, en el análisis político y en el constitucional, no es mi propósito abordarlos aquí. Lo que me interesa destacar es la capacidad de las democracias constitucionales sanas para afrontar los problemas que se les presenten.
La democracia es así. Esa es su fortaleza. No s perfecta. No está a salvo del error, incluso del abuso, pero tiene recursos para prevenirlos de modo de evitarlos, resolverlos en caso de presentarse y corregirlos, para que no se repitan en el futuro.
En cambio, la infalibilidad revolucionaria es un planeta distinto al de la realidad donde usted y yo habitamos.
Ramón Guillermo Aveledo