#OPINIÓN Del Guaire al Turbio: Soy universal #2Oct

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Al acercarse más la criatura a Dios, más universal se siente: se agranda su corazón, para que quepan todos y todo, en el único gran deseo de poner el universo a los pies de Jesús.

(San Josemaría Escrivá, FORJA, 877)

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Al conmemorarse hoy, 2 de octubre, 91 años de la fundación del Opus Dei, quiero recordar que su fundador, además del ser el santo de la vida ordinaria y la santificación del trabajo, lo es también de la universalidad, no sólo porque el llamado a la santidad es para todos y cada uno de nosotros, sin distinción de sexo, edad, profesión, oficio, condición social o económica, nacionalidad, religión o raza, sino porque invita con ardor a la persona humana a no ser sólo el paisano de un terruño sino ciudadano del mundo.

Somos minúsculos habitantes de un mínimo planeta en la infinitud del universo. Me imagino un viaje muy anterior al que nos muestran los adelantos técnicos de hoy, pero me los apropio para explicarlo desfasando el tiempo. Con una claridad impresionante, una cámara enfoca el espacio pleno de galaxias cuajadas de innumerables estrellas, en éstas, millares de sistemas solares y se acerca a uno, el nuestro, se enfila hacia la Tierra como un bólido, vemos mares, nubes continentes; la cámara escoge uno, América del Sur; un país, Venezuela; una ciudad, Caracas; una urbanización, El Paraíso; una calle, entrada a Campo del Hipódromo; una casa, la quinta Berenice; una habitación, la de mamá; y un moisés donde la “cigüeña“, que inició su viaje en el infinito, deposita una niña: Alicia, la tercera de la familia y la primera que nace en la nueva casa. Nace siendo nada, nadie, un montoncito llorón de carne amoratada y, sin embargo, llega del universo. Es el 13 de enero de 1926. Hoy soy una anciana universal. Y, como yo, tú, ellos y todos nosotros.

Esta amplitud de miras debe invadirnos y convencernos de nuestra grandeza a pesar de ser sólo menos que un grano de arena en el universo. Pero ese grano es criatura, hija de Dios, con un alma racional e inmortal, su destino es ser habitante de la eternidad, por lo tanto, es una maravilla más de la creación. O de la evolución, si alguien lo prefiere así. Ese es nuestro legítimo orgullo y es lo que nos debe llevar adelante, a la conquista de la libertad y bienestar de nuestro país y del planeta.

La última frase de Doña Bárbara, la inmortal novela de Rómulo Gallegos, dejó en mí, desde que la leí en la juventud y releí en la madurez, una impresión imborrable por la síntesis de su profundo contenido en la forma poética de unas pocas palabras para describir la llanura: Toda horizontes como la esperanza, toda caminos como la voluntad. Es, o debe ser, una frase emblemática, icónica, para los venezolanos de hoy, porque tanto para los que quedamos en el país como para los que están en la diáspora del exilio, existen dos peligros: uno evidente, la pérdida de la esperanza y de la voluntad, entregarnos, dejar la lucha agotados por la ausencia de un éxito definitivo contra un régimen dictatorial. El otro, desarrollar un nacionalismo exacerbado, dentro y fuera del país, en defensa de nuestra identidad maltratada aquí y humillada y perseguida fuera. Los venezolanos nos sentimos malqueridos, cuando antes éramos todo lo contrario, si acaso envidiados, pero jamás rechazados, eso duele y enerva. El nacionalismo es una fuerza demoledora que ha desatado muchos conflictos en el mundo. Hay que mirar al horizonte de la llanura, del mar, del alma, que alimenta la esperanza y ésta a su vez a la voluntad que se vuelve caminos para vencer.

Me siento universal y así debemos sentirnos todos. Cierro dejando la palabra otra vez a Josemaría Escrivá:

Rechaza el nacionalismo, que dificulta la comprensión y la convivencia: es una de las barreras más perniciosas de muchos momentos históricos.

Y recházalo con más fuerza -porque sería más nocivo-, si se pretende llevar al Cuerpo de la Iglesia, que es donde más ha de resplandecer la unión de todo y de todos en el amor a Jesucristo. (Ob. Cit., 879)

Alicia Álamo Bartolomé

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