Muy orgulloso y contento sigue entre sus amigos Armando Villalón porque los parlamentarios que el año pasado fueron a pedirle a Francisco interceder por presos y exilados, por un canal humanitario para atender a los venezolanos, le llevaron al Papa un cuadro suyo con la procesión de la Divina Pastora.
Contaron que Su Santidad recibió el cuadro de Villalón con sumo agrado al recordar que bastante le han hablado de las grandes peregrinaciones del 14 de enero y del amor y la devoción de los larenses por su patrona sentimental.
Villalón nació en Barquisimeto el 6 de julio de 1945. Tolerante, su madre permitió al niño rayar las paredes de su casa y en cuenta de la sensibilidad del ahijado, su madrina Ana Emilia Mauriello le regaló una caja de acuarelas y pinceles con las que el travieso Armandito coloreó sus primeros murales caseros.
Las maestras también descubrieron una promesa del arte y pasó a ilustrar con sus ingeniosidades las carteleras de la escuela donde cursó primaria. Después estudió electricidad en la Escuela Técnica Industrial pero los circuitos no funcionaban para él y se fue a estudiar pintura en la Escuela de Artes Plásticas con los maestros de la época.
Entre ellos primeros maestros estaba su gran guía Ramón Díaz Lugo quien al descubrir en su alumno suficiente talento, supo conducirlo con sapiencias por las sendas del paisajismo, por donde empiezan todos los pintores.
Caballete y paleta por equipajes, se iban a los pueblos de las montañas larenses para llenar sus lienzos con las tonalidades rurales, las calles pueblerinas, los colores de los paisajes campesinos, los cielos preñados de nubes blancas en contraste con los distintos tonos verdes de la vegetación en contrapunto con los distintos matices de las flores.
Tras las huellas de Goya y Picasso se fue a España para conocer a los grandes maestros, mirando de cerca sus obras. Su paseo favorito era el Museo del Prado en compañía de su esposa.
Al regreso llevó a su obra las variaciones de colores del valle del rio Turbio según las horas hasta abrazar el crepúsculo y sonreír al arrebol junto a la devoción por la Divina Pastora a quien acompañó con su madre en las peregrinaciones que asombraron su niñez, ahora recogidos en su producción artística.
Un día el cura de la iglesia de Santa Rita le confesó tener allí espacio para un mural de Villalón y persignándose le pidió por amor a Dios presupuesto.
No se preocupe padre, lo pintaré con mucho gusto, respondió el artista mientras Isabel –su piadosa mujer– asentía con su sonrisa franca y limpia de niña.
Semanas después el maestro develó su Espíritu Santo, representado por una paloma blanca emergiendo de unas nubes hacia el alma de los feligreses que van al templo en procura de la paz de la oración.
El cura de nuevo se persignó para pedir la cuenta, deseando que los fondos de las limosnas y diezmos alcanzaran para pagar al artista.
No es nada padre, al contrario, le agradezco la oportunidad de pintar esa imagen. Así le agradezco a Dios y la virgen por todo lo que me han dado, a mí y mi familia, dijo con humildad y sencillez el Maestro.
El cura en su sorpresa agradeció el gesto y le prometió varias misas y darle siempre muchas bendiciones a él, su esposa e hijos y a la nieta traviesa que ya ha pintado varios cuadros tras la herencia del abuelo.
Feliz anda Villalón por este valle barquisimetano, sabiéndose querido y admirado por la gente y protegido por las bendiciones de Dios con las que el cura de Santa Rita le pagó el mural del Espíritu Santo que recibe a los fieles cuando van a las musas de su iglesia.
Juan José Peralta