#OPINIÓN Del Guaire al Turbio: Lección de arte #18Sep

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A Rafael Nadal, ganador del US Open 2019, su cuarto galardón en este famoso torneo de tenis, le convino, por supuesto, ¡y cómo!, la eliminación previa en éste, tanto de Roger Federer como de Novak Djokovic, porque eran los rivales de siempre difíciles de vencer, pero…, a la fiera le salió una fierecilla rusa: Daniil Medvedev, de 23 años, 1, 98 m de estatura y 83 kg. de peso, frente a un Nadal de 33 años, 1.85 m y 85 kg, es decir, con un físico de escultura, emula al David de Miguel Ángel, mientras Daniil es un flaco impresionante que parece se va a partir. Pero no se parte, le plantó guerra en el primer set a Nadal que éste terminó ganando 7-5, también ganó el 2º set, 6-3, parecía que el mallorquín tenía el juego ya en el bolsillo, el ruso lucía bastante cansado. Pero vino el  3º set y Medvedev se volvió un cosaco, ganó éste 5-7 y el siguiente 4-6. Llegamos al 5º y último set en ascuas, yo daba por perdido a Rafa y se me ocurrió algo terriblemente   fuera de lugar y hasta cursi: pedir al Espíritu Santo y a mi Ángel de la Guarda que intervinieran ante el omnipotente para que esta pobre nonagenaria tuviera una de las últimas satisfacciones de su vida. Luego me arrepentí y le dije al Señor que no me hiciera caso, que ganara el que él quisiera, que se cumpliera su voluntad. Pero Dios, generoso y compasivo, con ternura paternal, le hizo una caricia a la viejita boba: ganó Nadal el 5º set 6-4, el juego y su 4º campeonato del US Open. La desgarbada fiericilla rusa quedará para otro año. Lo merece.

¿Pero a qué viene hablar tanto de tenis a los lectores de El Impulso que a lo mejor no les importa un comino? Para colmos, he descrito una justa que sucedió hace 10 días, como noticia, es un fiambre. Sin embargo, los que me conocen saben que a menudo empiezo con un tema y termino con otro. El inicial es una introducción, más o menos para despistar, del fin al cual quiero llegar. Veamos.

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Quienes ven la foto de un deportista en plena acción observan el momento estático de un movimiento, entonces pueden apreciar la belleza del mismo, donde los miembros corporales del atleta realizan una armonía de curvas, quiebres y estiramientos a la manera de un ballet. Cuando un pitcher lanza la pelota, sus brazos, manos, piernas, pies y cabeza se componen y descomponen en impresionante ritmo que cambia según el tipo de lanzamiento que hace, lo que no somos capaces de percibir los simples aficionados al beisbol sino los expertos; igual es la técnica de depurada hermosura del swing de un bateador. Lo mismo pasa con el futbolista, no es un simple tipo que patea un balón para meterlo en el arco, sino todo un proceso de coordinación para recibir y pasar éste, volver a recibirlo y volver a pasarlo, hasta el momento preciso de llegar al pie que lo empuja a la meta; la foto que fija uno de estos instantes nos hace ver la bella composición que plasma el cuerpo del futbolista. Pasa en todo los deportes: natación, carreras, saltos, etc. y, por supuesto, en el tenis. Ver jugar hoy a un Federer, un Nadal o un Djokovic, por nombrar a los tres primeros del ranking mundial, aunque en orden inverso, es presenciar un poema visual de alto calibre, es un canto épico al músculo en tensión.

Si el deportista es capaz no sólo de ser campeón en una disciplina sino de hacer con ésta arte, ¿por qué nosotros en la vida cotidiana no podemos hacer lo mismo? En el trabajo diario, sea profesión u oficio, hay suficientes elementos para convertirlo en arte, disfrute, alegría. La dificultad, pesadez o monotonía del mismo es un acicate para buscar la perfección y ofrecerla a Dios con aroma de sacrificio. Si se es ateo ofrecer ese trabajo a la humanidad como parte útil de la misma que busca el avance de ésta hacia una felicidad terrestre.

¡Qué maravilla si los políticos hicieran de la política un arte! Un arte para vivir la justicia, la convivencia, el bien común, la libertad, la paz. Un arte para el progreso de los pueblos, para erradicar la pobreza y restituir a  todos los hombres su dignidad de personas. Un arte para luchar hasta el final, hasta el agotamiento, como esa lección de antología que nos han dado este año 2019 los finalistas de Wimbledon, Federer y Djokovic; y del US Open, Nadal y Medvedev.

Alicia Álamo Bartolomé

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