1.
“Cerebrito” llamábamos hace unos años a quienes se destacaban por su inteligencia, especialmente en los estudios. Hoy sabemos que no se trataba de notas, sino de la capacidad de asociar ideas, asunto que al parecer tiene su génesis en la capacidad desarrollada por nuestros primeros antepasados, para dar respuestas casi inmediatas en la lucha por la sobrevivencia. Nos quedaría también como herencia cultural, la facultad de tomar decisiones rápidas, lo que según la neuropsiquiatría, incidió en la creación de sistemas de pensamiento que a la manera de “disparos cognitivos”, procesan hoy con rapidez, otra manera de sobrevivir en un mundo que piensa y siente. Todo esto, según el Dr. Facundo Manes, neuropsiquiatra argentino, ha sido posible porque tenemos un cerebro desarrollado que tiene funciones cognitivas y emocionales y que debe y puede protegerse con la educación.
La denomina “factor de protección cerebral”, por constituir según su opinión, la única arma que protegería un órgano cuya función en la sociedad actual, es la de revolucionar el conocimiento, al posibilitar la generación de nuevas ideas. El investigador, alerta a los gobiernos acerca de lo que debería ser su mejor inversión: el cerebro de sus ciudadanos, puesto que según sus palabras, “el cerebro es un órgano social, cuyo 30% obedece a la genética-herencia y el 70% restante, a los vínculos humanos”.
Va mucho más allá: puesto que en la sociedad actual se requiere de la generación constante de ideas, sostiene que por extensión, el cerebro es también un órgano social y que la mejor inversión del estado está en el cerebro de los ciudadanos, mediante la educación y la relación afectiva, puesto que ideas y emociones corren tan parejas, que inciden las unas en las otras. Propone reforzar la eficacia en el trabajo de equipos, mediante la inteligencia colectiva, especie de suma de las personas empáticas -cualidad de colocarse en el lugar del otro-, de la actuación de varias voces dominantes y la diversidad de género. En fin, que la neurociencia actual confirma que juntos somos más porque el cerebro de cada uno multiplica sus efectos al actuar en un “ecosistema creativo”.
2.
Todo iba muy bien hasta que nuestro cerebro nos abrió otra brecha especulativa al hacer posible que una actividad mental, la memoria, nos trajera de golpe y porrazo, el rostro entre sereno y angustiado de las fotografías que suelen acompañar las entrevistas concedidas por Susana Raffali, la especialista en nutrición y por ende, en desnutrición. Temas cuyas consecuencias en embarazadas y niños en situación de emergencia humanitaria compleja, como la que vive Venezuela hoy, le hace preguntarse con mucha angustia, sobre el destino del “capital humano a largo plazo”.
Pregunta relacionada con cualquier línea tomada al azar en sus denuncias, como ésta: “6 de cada 10 niños que presentan un deterioro nutricional, tienen un rezago cognitivo, afectivo”. Dato que pareciera no conmover a los responsables de tal deterioro, pero sí a miles de personas, como yo, convertida en este instante en un ejemplo” escribiente” de un tipo de la memoria que un cerebro procesa. Específicamente de la episódica, que responde al dónde y cuándo ocurrió algo. Recordé los millones de venezolanos que no consiguen el milagro de comer una vez al día y revisan la basura mientras se la disputan a los perros. Recordé también los niños que mueren diariamente en hospitales y brazos de sus madres y me pregunté lo que usted estará preguntándose también: ¿Qué pasará con las embarazadas y los miles de niños venezolanos, si es que sobreviven, cuyo cerebro no recibe alimento sino escasas sobras de basurero? ¿Con quienes están muy lejos de participar alguna vez en un “ecosistema creativo?
3.
Pregunta que me retrotrajo otro recuerdo propio de la susodicha memoria episódica: ¿Qué ocurrió con los que propusieron reformas educativas hace 20 años? Dónde fueron a parar las propuestas de incorporación en la educación, de nociones como las de “pensamiento complejo” del filósofo francés Edgar Morin, referidas a la capacidad humana de interconectar distintas dimensiones de lo real y la comprobada capacidad de los seres humanos, de poder desarrollar estrategias de pensamiento reflexivas y no reductivas, como ocurría con las formas de enseñanza tradicional. Morin sonaría bastante, pues basó sus propuestas sobre la consideración de que nos movemos en una realidad compleja, caracterizada por la simultaneidad de hechos u objetos multidimensionales e interactivos, cuyos componentes son aleatorios o azarosos. La respuesta ante tal realidad, según dicho autor, nos obliga a desarrollar una estrategia de pensamiento reflexivo, denominándola “pensamiento complejo”.
Propuesta que veinte años después, sigue esperando ser tomada en consideración y que requerirá de enfoques educativos diferentes al retomar reflexiones, actualizaciones e investigaciones acerca de las diversas teorías del conocimiento, la educación y la pedagogía en todas las instancias educativas del Estado, a través de Jornadas, simposios y cursos de formación que habrán de incluir todos los gremios educativos, incluyendo a los docentes jubilados, pues hoy parecen ser tierra de nadie, las propuestas que van más allá de lo obvio y lo genérico. Ha de empezarse a urdir en el Plan País, la delicada trama de lo que significa interrelacionar, las diversas áreas que van a formar parte de un proyecto de educación pensado para individuos concretos, niños y jóvenes, una parte de los cuales, bastante numerosa, requerirá de un tratamiento muy especializado.
Cerebro, hambre y un diseño curricular que eliminó los conocimientos y razonamientos complejos, deberán ser sustituidos por una educación concebida como factor de protección cerebral, del ser humano que piensa y siente,aliada no sólo a una muy buena alimentación sino a un efectivo rescate de los vínculos humanos que refuercen el cerebro social del capital a largo plazo, a partir de disparos cognitivos que nos emplacen a sustituir las armas que matan, por la emoción y amor que también son parte del pensamiento. En fin, por armas que no maten almas.
Marisela Gonzalo Febres