El verdadero enemigo de arriesgarse está en la conformidad y la mediocridad.
Las ataduras son la causa del sometimiento social, físico, psicológico, económico, político, religioso, familiar y de orientación sexual; que impiden al ser humano ver, elegir y ser él, más allá de sus prisiones. Son elementos que no le permiten cambiar, surgir, tomar decisiones, atreverse, renunciar, divorciarse, liberarse.
No es nada fácil hacerlo, pero tampoco es imposible alejarse de las apariencias y conveniencias, de los tabúes, prejuicios y esclavitudes que no permiten avanzar más allá del punto en el que se está atascado.
Decidir cambiar o retirarse del suplicio no es una vergüenza ni es un perdedor quien da el paso para liberarse del yugo que le hace daño. Tener miedo, cansarse y perder la autoestima, eso sí es perder. Para liberarse solo se necesita decisión, acción, cerebro y valentía, esa es la clave única que existe para avanzar, para ser y volar hasta donde queramos.
El pájaro se acostumbra tanto a su jaula que aunque le abran la puerta no se va porque se sometió, olvidando lo grato de volar libremente.
El encierro produce en los seres vivos desinterés en volar hacia otro cielo mejor.
Cuando la enfermedad se anuncia con dolores supremos, el hombre lucha hasta el final por recuperarse, aunque sepa que lleva perdida la batalla ante la muerte. El impulso por vivir en el hombre es más fuerte que el mismo dolor.
Moralejas hay un montón frente a este tema, el elefante encadenado, la cigarra y la hormiga, la zorra y las uvas.
El cuento del halcón que por comodidad se aferraba a la rama que lo sostenía, es la mejor prueba de que para aprender a ver el mundo que está más allá de nuestra rama, es necesario buscar otro rumbo, desapegarnos.
Una verdadera lección encierra el cuento de Camilo Cruz. Es la historia de una familia muy pobre que dependía de lo que les daba su vaca flaca, se conformaban con la poca leche que daba el animal, insuficiente para sus mínimas necesidades.
Paseando un viejo sabio por aquel paraje se llenó de asombro al ver la miseria en que vivía aquella familia aferrada a su vaca.
Un día decidió llevar con él a su discípulo, sorpresivamente se acercó a la vaca y la degolló bajo la aterrada mirada del muchacho que sabía que era el único sustento, la única riqueza familiar.
Al año siguiente regresaron, ya no estaba la pocilga aquella, en su lugar había una casa pulcra y bella. Debido a la maldad de su maestro al degollar la vaca se vieron forzados a limpiar sus tierras, cultivarlas y ponerlas a producir. Ahora eran exportadores de sus propias siembras.
Moraleja: quien no está dispuesto a terminar con lo que le ató, impidiéndole avanzar hacia otros derroteros, indiscutiblemente es un fracasado, un perdedor.
Hay un momento en la vida en el que hay que encarar al destino y preguntarnos de qué somos capaces, cuánta voluntad tenemos, a dónde queremos llegar.
¡Libérese de sus ramas, libérese de su vaca!. Cuídese de no engrosar las filas de aquellos que al final de sus vidas solo pueden recordar con remordimiento y tristeza todas las oportunidades que perdieron.
¿Se va usted a seguir conformando con las limosnas de su opresor o va a luchar para vivir mejor? ¿Cuál es su rama, cuál es su vaca y cuál es su cobardía?
Amanda Niño de Victoria