<<Estoy solo, y no hay nadie en el espejo >>Jorge Luis Borges
<<El silencio es la peor mentira>> Miguel de Unamuno
Despertar nunca ha sido sencillo. Sobre todo cuando eres, o demasiado añejo, o demasiado joven. En uno y otro caso, despertar es duro, rudo, difuso y difícil, y exige el ánimo brioso para el encendido de la primera movida qué bien sería irse a dar un vistazo al espejo del baño antes de lavarse la cara, cepillarse los dientes y el cabello que queda, y ver, no sin cierto asombro, tu carátula, que no sólo cambia, día a día, incluso hora a hora sino que cambia esa caradura porque uno termina por ser otro, queriéndolo o no, día a día, o sea, que a diario, uno es un camaleón peregrino vagando por dentro por ahí, entre pecho y espalda, pero lo salva a uno que al menos está lejos de lo anal es decir de las 27 arrugas o esfínter de la historia personal.
Empezar el día distanciado o barajado consigo mismo es poco superlativo y sólo lo ejerce de forma estupenda el gobierno inmaduro, inicio el día cabeza dura y no por inmadura, sino por el cráneo grueso de tanto golpearla a ver cómo rebajo gastos, pues no hay forma de pagar todo lo necesario a tal ritmo hiperinflacionario. Con ese espíritu de bancarrota, el espejo me devuelve un mensaje nada alentador que siempre esquivo, pensando que quién va a cargar con ese entuerto, valga decir, con la culpa, es el que asoma en el espejo, y al que le echó todo el vainón, sin pensármelo nada o en todo caso, muy poco.
Bajo de la tribunal del lavamanos y del marco delante de mi, a tasar dónde comienzo a ir hacia algún lado. Sin eco en el cristal no hay o no tengo una réplica directa. Dejas a la providencia cumplir su trabajo. Uno da la mejor respuesta que tenga a la mano. Desgasta pensar demasiado. No así, hacer lo imposible. Realizar lo máximo con lo mínimo costo posible, da el gustillo correspondiente al invicto agotamiento, que bien contenta ganarlo merecidamente.
En la travesía espera gente inutilizada. En la esquina miro la cara de un muerto de hambre con su salivar por el deseo de una arepita caliente qué olvidó la solicitud de su tripa vacía por una nación que ignora su existencia. Sin embargo también encuentro un pueblo que aspira levantarse de la pesadilla. Abrir un mundo que no uno como Alicia en el País de las maravillas o de Alicia mirando al espejo del hambre por una política fracasada que mata sin piedad al pobre, al viejo, al necesitado; a la velocidad del rayo y pues porque cuando tienes dos maridos en un matrimonio impío, no tienes ninguno y mucho peor es cuando en un país hay dos presidentes pues entonces eres un paria en un terrenal sin memoria. Como un grito loco a toda hora y expandiéndo como un virus en un caserío, la humanidad y lo social se disuelven en un contagio tangible y oscuro, como la llama de un fuego fatuo dentro de una selva embrujada.
A cualquiera no le da para vivir la magia negra de la Revolución bolivariana ahora conocida en los corrillos de la gente como la robo-lución Castro chavista e ir tras la vara mágica del libre albedrío y el buen carácter. Lo agreste del andante mucho aligera ante la incorporación de las labores creativas. Todo indica que la magia para cambiar la situación no está afuera de nosotros o solo dentro de la hechicería negra en la masa oscura de la gente; habita en el ojear ante el espejo en pantuflas a través del cristal con la piel infinita de un secreto clandestino qué fluye taladrando obstinadamente a través del silencio audible a un pueblo sordo, ciego, mudo y embrutecido por mera e insensata estupidez general, por la hueste muy temperamental del comando supremo de Miraflores quien nos somete al limbo a dónde enlatan a todos las sardinas donde sobrevivimos los desgraciados en un sálvese quien pueda.
Marco Antonio Faillace Carreño