Con el fondo de la bandera tricolor de Colombia, hermana de nuestra bandera venezolana, y en ella estampado el rostro de nuestro Libertador, Simón Bolívar, el terrorismo le ha vuelto a dar cara al mundo.
La infamia del terrorismo y la violencia se dirigió a los colombianos -y al resto del mundo- durante el amanecer del jueves 29 de agosto. A través de la voz de Luciano Marín Arango, alias “Iván Márquez”, líder guerrillero de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), junto a dos elementos también líderes de guerrilla que, para efectos de este análisis, nos limitaremos a tratar con sus alias (“Jesús Santrich” y “El Paisa”), se ha anunciado la reactivación de la rebelión armada en contra del gobierno legítimo y constitucionalmente constituido del presidente, Iván Duque.
Es necesario diferenciar la amnesia de la magnesia. Esta gente osa en ubicar la imagen de Manuel Marulanda, cofundador del movimiento guerrillero, al lado de la de Bolívar, sobre el mismo tricolor que representa una lucha libertaria para un pueblo que hace dos siglos vivía bajo la opresión de un yugo colonial (lucha bolivariana) y que hace más de medio siglo ha visto de nuevo comprometida su libertad y su paz tras padecer el dolor de las peores acciones terroristas e inhumanas de quienes reclaman una beligerancia que no merecen (lucha de las FARC).
Dicho lo anterior, debe quedar claro que no puede existir un tratamiento beligerante a un grupo armado que, mediante la sedición, ha decidido abandonar un proceso de paz preestablecido, usando cualquier pretexto de bajo calibre para justificar su indefectible naturaleza terrorista. Uno de los detonantes, para estos delincuentes, de la reactivación de la vía violenta para tratar de lograr sus objetivos políticos, es la acusación hecha por tribunales de los Estados Unidos de América en contra de Santrich, por haber estado implicado en delitos de narcotráfico. Como consecuencia inmediata se produjo la desincorporación del congreso del prófugo de la justicia norteamericana y luego se dio la de Márquez.
Así se genera un aparente quiebre entre los liderazgos del ala política “revolucionaria”, representados por un lado en Rodrigo Londoño, quien a primera vista permanece apegado a lo establecido en el acuerdo de paz firmado hace tres años, bajo la administración del presidente Juan Manuel Santos, y por otro lado los voceros del terror que ahora anuncian retomar las armas.
Las prácticas de la izquierda desvirtuada, desgastada, trasnochada y sostenida a la fuerza por quienes se empeñan en avivar una ideología que luce mucho más bonita y útil en el rincón del olvido de la historia que en la realidad presente, buscan hacerse del poder con el apoyo de la corriente política latinoamericana que tanto daño ha hecho a naciones como Venezuela, Argentina, Bolivia, México y Nicaragua. De hecho, es hoy Venezuela uno de los espacios de comodidad para el asentamiento de las FARC, habiendo sido públicamente invitados a nuestro territorio por el propio presidente Maduro.
La situación para los venezolanos en grave, porque se sabe de algunas zonas en que ya se siente el dominio territorial por parte de grupos armados irregulares que responden a este tipo de organizaciones criminales. Todo en medio de un caldeado ambiente internacional afectado por las sanciones impuestas por Estados Unidos al gobierno de Maduro, siendo Colombia uno de los principales aliados para Norteamérica.
La respuesta del gobierno colombiano y del mundo a esta arremetida de la guerrilla, que tanto ha dañado al continente por más de medio siglo, debe ser contundente. No puede haber concesiones a quienes no respetan el derecho de los pueblos a vivir en paz. Su empecinamiento por querer lograr salir impunes de llevar a cabo crímenes y delitos diversos, no puede ser exitoso. No puede sentarse el precedente de tomar las armas irregularmente para lograr un estatus político o sus prebendas. Si una parte de las FARC se ha mantenido apegado al compromiso de la paz, quiere decir que los que han decidido no hacerlo, deben asumir las consecuencias ante el pueblo colombiano, venezolano, latinoamericano y del mundo entero, por ser quienes han hecho que el terror hoy vuelva a infundirse entre los corazones de ciudadanos que solo anhelan la paz y que tanto sacrificio han hecho para lograrla.
Nuestros pueblos son eminentemente libres, pero eternamente pacíficos. No caben en ellos los violentos y los que por la fuerza quieran imponer sus ideales. Son movimientos caducos, vencidos y extemporáneos. Serán apartados por Dios y la historia. Al fin han caído las caretas, ya no es tiempo de disfraces. Un solo vestido es permitido: la paz.
“No hay camino para la paz, la paz es el camino”
Mahatma Gandhi
Miguel A. Peña N.
@MiguelPenaPJ